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—Ha estado toda la noche aquí y no quiere irse a casa —se quejó Kourt—. No tiene sentido.

Hablaba en voz baja por si alguien atravesaba el pasillo en el momento incorrecto para escucharle.

Kenneth, frente a él, había arqueado las cejas; de reojo, miraba el mostrador de la cafetería del hospital cada cinco segundos, a la espera de su vaso de café para llevar. Sus clarísimos ojos hundidos analizaban los de Kourt en busca de alguna otra emoción aparte de molestia, pero no la encontraba.

—¿Y qué tiene eso de malo?

—Que no tiene que preocuparse tanto por mi madre.

A las doce de la mañana, habían bañado a la madre de Kourt, y entre él y su padre consiguieron acompañarla a la amplia ducha del cuarto de baño y sentarla en la silla incrustada en la pared para soporte. Y Lillian, mientras Savannah y Amelie desayunaban, pidió toallas y jabón, y vendajes nuevos.

Después, salió al pasillo con Kourt y, mientras esperaban a que el señor hubiera terminado de bañar a la señora, él le dio las gracias por haberle traído comida la noche anterior. Cuando despertó en el auto, ella no estaba, sino que había entrado al servicio del vestíbulo a cambiarse, cuando él aprovechó para desayunar. Y ella nunca le dijo que se había desecho de la revista que su madre le había dado.

Lo protegería de las cosas que él más odiaba, incluso si Kourt nunca se daba cuenta. No tenía que agradecérselo para que ella sintiera que estaba cumpliendo bien su parte.

—Si lo hace sin que se lo hayas pedido, ¿por qué te molesta? —replicó el otro, agarrando al fin su humeante vaso de café—. Lo que pasa es que no estás acostumbrado a que nadie cuide así de ti.

—Quiere algo a cambio, lo sé.

Kenneth encogió un hombro.

—A lo mejor no.

—¿Y por qué haría todo eso, entonces? No es por amor, definitivamente. Apuesto lo que sea a que me pedirá dinero en cuanto den de alta a mi madre.

—¿Por qué no dejas de pensar lo peor por un momento y le das una oportunidad?

Kourt gruñó por lo bajo.

—Porque es agotador y no quiero desgastarme más. Me funciona mejor estar solo.

Sin apartar la vista del rubio, Kenneth sorbió su café. Kourt, con un codo apoyado sobre el mostrador, jugueteaba con el vaso de cartón ya vacío entre sus manos. Lo había aplastado y doblado, como si fuera un pedazo de papel; la piel se le transparentaba por la fuerza que ejercía, revelando las venas verdosas.

—Dijiste que era solo un año, ¿no? Entonces déjala hacer lo que quiera. Ya te libraste de dos terribles opciones, así que agradece que la que elegiste no te trata igual.

—No sabes cómo abusa.

Y Kenneth se rio, porque no era verdad.

Con un gesto de cabeza, le indicó que Lillian se acercaba por el pasillo, y Kourt se dio la vuelta a tiempo de verla. Había bajado en ascensor desde la cuarta planta y a cortos pasos se dirigía hacia ellos, casi dudando de si hablarles o no. Cambió de opinión cuando descubrió a Kourt siguiéndola con la mirada.

—Me voy a casa —fue todo lo que le dijo, deteniéndose a su lado, y Kourt soltó el vaso de cartón sobre el mostrador de la pequeña cafetería para.

—¿Quieres que te lleve? —preguntó en voz baja, aunque en el fondo deseaba que se negara.

—No, tomaré un taxi. Así puedes quedarte.

Hasta el último de tus latidosWhere stories live. Discover now