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Estudio tras estudio, la ansiedad de Lillian crecía cuanto más tiempo pasaba sentada en el cuarto de espera. Como ya sabían que Kourt tenía problemas para coagular, lo atendieron lo más pronto posible, haciéndolo pasar al interior de la sala de urgencias, mientras Lillian se quedaba fuera. La chica, que no había quitado la vista de su teléfono durante los cuarenta y seis que tardaron en detener la hemorragia, pues le estaba enviando mensajes a Tobias para explicarle cada novedad que ocurría, aun si él no le respondía por estar en clases, solo levantó la cabeza cuando escuchó la puerta abrirse.

Y por fin la dejaron pasar a la habitación donde Kourt estaba, dividida por una cortina rosada.

—¿Qué te pasó? —quiso saber.

Él, exhausto, respiró hondo.

—Me hicieron un lavado gástrico —murmuró, aún acostado, metido en su sudadera gris.

—¿Y qué tienes?

—Creen que viene de mi estómago, o mi esófago, porque vomité sangre. Me tienen que hacer una endoscopia.

—Vale. —Ella, sin perder de vista su precioso perfil, se recogió un mechón de cabello tras la oreja—. Te espero.

—Si no quieres quedarte, puedo pedirle a...

—No me voy, Kourt.

Lo último que el muchacho desearía era quedarse solo en el hospital, en especial cuando las transfusiones lo ponían tan nervioso, pero ninguno de los dos se atrevía a decirlo en voz alta. Lo vio acariciarse los pálidos nudillos, algo enrojecidos por el frío del hospital, y largar un profundo suspiro.

Aunque no lo admitía, estaba preocupado.

—Se llama hemofilia —dijo—. Es un trastorno.

—¿Por eso tuviste una hemorragia?

—Sí. Y me tienen que conectar una intravenosa y... una transfusión.

Lillian se humedeció los labios.

—Lo siento.

Kourt se encogió de hombros.

—Dios me odia —dijo, y ella chistó.

—No digas tonterías.

—Nadie en mi familia tiene esto. ¿Por qué me ha tocado a mí cargar con todo?

—Eso no lo sabes. Le han dejado de hablar a tantas personas que puede que algún familiar lejano esté batallando con lo mismo.

Kourt no respondió. Aunque ya estaba más tranquilo, aún le dolía el pecho por culpa del estrés y no cesaban los calambres en su abdomen. Sin embargo, sin quejarse, estiró una mano hacia Lillian para que ella, apoyándose con cuidado en su hombro, lo abrazase.

—Tengo que quedarme todo el día —le avisó él en voz baja—. Vete a casa si te aburres.

—Nunca puedo aburrirme contigo.

—Pero tus clases...

—Sé manejarlo, Kourt —replicó ella al fin—. Estudiaré aquí, no sé. No me importa. Tengo otras prioridades ahora.

Dos horas en el laboratorio, líquidos por intravenosa, una transfusión de sangre y otra consulta después, Kourt supo que un cúmulo de vasos sanguíneos se habían dilatado hasta quebrarse. Lillian, sin abrir la boca, observaba a Kourt pasarse las manos por el cabello, tratando de ocultar lo nervioso que estaba, mientras el gastroenterólogo le explicaba que cerrarían los vasos a través de una endoscopia.

La chica prestaba más atención que Kourt porque el chico no le estaba escuchando. Se había perdido en sus pensamientos y, aunque trataba de concentrarse, su mente divagaba por culpa de los sedantes, del estrés y de la ansiedad. Varias veces, Lillian vio sus labios sonrojarse, pero no se le humedecieron los ojos hasta que oyó que tendrían que ingresarlo.

Hasta el último de tus latidosWhere stories live. Discover now