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Ni en sus peores pesadillas, Kourt se habría imaginado que un día iría a comprar adornos de Navidad con una esposa falsa para su propia casa. Pero Lillian le recordó que realizaría sus exámenes finales la segunda semana de diciembre y no tendrían tiempo de encontrarse con sus padres mientras estudiaba. Y Kourt moría un poco cada vez que la escuchaba interesarse por mantenerlo cerca de su madre en Navidad.

Sus padres no los visitarían y él fingía no importarle porque sabía que era lo mejor. Lo desollarían vivo si descubrían que había cedido a lo que Lillian le estaba pidiendo.

Nunca había puesto un árbol de Navidad en casa, ni esferas, ni luces, ni había comprado las cajas de chocolates rellenos de caramelo, ni envuelto regalos para intercambiar. Y para su desgracia, se sentía un traidor.

Lillian no se dio cuenta hasta que salieron de la segunda tienda en el centro comercial.

Un imponente árbol de Navidad adornaba el atrio, donde el cálido aroma a caramelo y palomitas de maíz se entretejía; de la cafetería en la esquina más cercana, flotaba un dulzor a galletas recién horneadas. No acababa aún noviembre, por lo que no resonaba un bullicio de pasos y música como el que sonaría en diciembre.

Y mientras bajaban ese amplio corredor de suelos dorados, Lillian interrumpió los detalles de cómo su familia celebraba Navidad cada año sin falta cuando vio que Kourt se había perdido en sus pensamientos.

—¿Qué pasa?

Y él parpadeó para regresar a la realidad.

—¿Respecto a qué?

Lillian, que en una de sus manos cargaba dos bolsas de papel marrón y rojo, hizo una mueca.

—Pareces estresado. ¿No se ha resuelto aún tu caso?

Por una fracción de segundo, el chico se vio inclinado a mentir, pero, en cuanto se descubrió asintiendo, se apresuró a negar.

—Es que... es raro.

—¿Tu caso?

—Decorar nuestra casa.

Lillian no dijo nada. Sonaba mejor de lo que antes imaginaría; no obstante, tuvo que apagar la pequeña chispa de ilusión para concentrarse en el lúgubre tono de voz con el que lo había declarado.

—No tiene nada de malo —murmuró—, pero si no te sientes cómodo...

—Me siento culpable.

La muchacha respiró hondo. Entendía a lo que se refería porque ella también se sentía culpable por algo tan normal como comer, aunque en principio se debía a la relación equivocada que su mente había desarrollado entre la comida y su imagen corporal.

—¿Entonces por qué aceptaste?

Sin embargo, Kourt suspiró.

—Quiero hacerlo por ti. No creo que entre en tus opciones posponerlo.

—Es que será nuestra única Navidad juntos.

Y Kourt se calló.

No sabía en qué momento se le había olvidado. Incluso se sintió estúpido por haber pensado algo diferente. Pero no se lo dijo. Respondió con un sonido gutural de confirmación y, cuando Lillian le volvió a preguntar si prefería cambiar de plan, él negó.

Prefería soportar el caos de sentimientos encontrados si eso significaba que ella tendría una Navidad como la que deseaba pasar con su familia. La oyó mencionar que quería cenar lasaña y él, mientras le abría la puerta de copiloto del coche, le prometió que se la haría.

—¿Pero sabes?

Kourt se encogió de hombros.

—Aprenderé.

Hasta el último de tus latidosWhere stories live. Discover now