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"Llegaré más tarde. Siento haberte hecho esperar."

El único mensaje que Kourt le había enviado ese día seguía rodando por la mente de Lillian. No le contestó porque, cuanto más lo leía, más crecía su enojo. Y al desbloquear su teléfono para ver si él había mandado algún otro, tal vez preocupado por el silencio de dos horas y media de Lillian, mientras salían de la sala de donaciones del hospital privado, sintió que se le inundaban los ojos de lágrimas.

—Es una tontería —murmuró—, pero él dijo que iríamos juntos. También dijo que cumplía sus promesas. Pero no hace más que mentirme.

Tobias se tardó su tiempo para responder. Había regresado a Brooklyn tres días antes, cuando se presentó alrededor de las nueve en el penthouse donde vivía Lillian con el fin de extraerle una muestra de sangre, y ella le dijo, por fin con una sonrisa de felicidad en la cara, que Kourt le había pedido quedarse con él durante su transfusión.

Pero el mismo sábado en el que la realizarían, mientras Lillian lo esperaba en la entrada de la cafetería del campus, recibió aquel fatídico mensaje que arruinó su día. Entonces se giró a Tobias, que esperaba ver el auto negro de Kourt entrar en cualquier momento, y le mostró el texto.

—No le importa. Nada le importa.

—Tal vez está ocupado.

—Es sábado —se quejó Lillian, sorbiéndose la nariz antes de que goteara—. No tiene trabajo ni otra cosa que hacer. Pero... desde Año Nuevo, llega a casa después de las diez y ni siquiera me ha explicado por qué. Siempre está demasiado agotado para hablar. Y su asma ha empeorado, pero no me lo quiere decir. ¿Y sabes para qué sí tiene fuerzas? Para quitar mis decoraciones.

Cuando llegó a casa de trabajar el fin de semana más pesado en el campus, debido a la cena especial de Año Nuevo, descubrió que la mitad de adornos habían desaparecido y él los estaba metiendo en una caja que luego escondería en el altillo de algún armario.

—¿Qué haces?

—Lo que te pedí que hicieras hace días —había mascullado Kourt, sin mirarla, y Lillian lo vio limpiarse la boca con un paño blanco—. Pero no tomas en serio nada de lo que digo.

Confundida, ella parpadeó varias veces.

—¿De qué hablas? Iba a hacerlo.

—¿Cuando me muera?

—Deja de repetir eso: no te vas a morir —se quejó—. Yo terminaré, Kourt. Tú estás cansado.

Si era una excusa para que no le recordase que era Año Nuevo, Lillian no tenía la certeza, pero no le habría sorprendido. Sin embargo, cuando al día siguiente volvió a casa a las diez, y también al otro día, comenzó a preocuparse.

—Está irritado —le explicó, subiéndose de copiloto al coche de Tobias—, le duele todo el cuerpo. Lleva varios días tomando analgésicos que no sirven de nada y... me da miedo que esté enfermando por culpa de tanto trabajo.

—Deberías hablar con él —murmuró Tobias—, cuando vuelva de la transfusión.

—O tal vez esperarlo fuera —repuso ella, que se bajó la manga del holgado jersey rosado que llevaba; contempló el tormentoso cielo negro de Brooklyn, cortado por los altos edificios oscuros, y suspiró—. Si sale aturdido... y empieza a llover, no será seguro que conduzca. Y yo podría conducir, si se dignara a prestarme su preciado coche.

—Si ahorras lo suficiente de tu sueldo, podrás comprarte tu propio auto.

—Será mi regalo de consuelo por el divorcio.

Hasta el último de tus latidosWhere stories live. Discover now