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Kourt estaba consciente cuando salió de la endoscopia a las siete de la mañana, pero hablaba un poco más despacio de lo normal y entrecerraba los ojos por culpa del sedante. Y Lillian era incapaz de sostenerle la mirada.

La noche anterior, mientras conducía de regreso al hospital, había llamado a Tobias para preguntarle qué significaba todo lo que había leído de células madre, tejidos y donaciones, porque cada término la asustaba más que el anterior.

—Se trata de un trasplante de médula ósea, para solucionar su falta de glóbulos rojos.

—¿Y por qué no recuerdo haber firmado nada de eso?

—No lo sé.

—Si solo quería el contrato para falsificar mi firma y sacarme células...

—No, quería comprobar si erais compatibles.

Lillian chasqueó la lengua.

—¿Cómo lo sabes?

—Me pidió que te hiciera unos exámenes.

Atónita, ella se limpió la punta de la nariz con el dorso de la mano. Veía los semáforos y las señales de tráfico, pero le costaba concentrarse en mantener la velocidad porque Tobias la confundía aún más.

—¿Qué?

—Me dijo que estaba esperando el momento apropiado para hablar contigo y...

—¿De qué malditos exámenes hablas?

Únicamente a través de análisis sanguíneos habrían descubierto si los antígenos leucocitarios humanos de la médula ósea de Lillian eran compatibles con los de Kourt.

Quizás al principio había necesitado la sangre, pero su enfermedad le deterioraba el corazón cuanto más tiempo dejaba pasar, y fue gracias a uno de aquellos análisis que Tobias le realizaba tan frecuentemente a Lillian, una vez que el otro lo contrató, que pudo confirmarle a Kourt que sus ALH tenían compatibilidad.

—¿Me vendiste? ¿Acaso soy una fábrica de órganos para...?

—No, Lilly, no hice nada para perjudicarte. Él quería un donante de médula ósea y yo pensé que te lo había dicho. O que te lo diría. Nunca me aclaró cuándo hablaría contigo.

—Es un imbécil. Los dos lo sois.

Le colgó y volvió a gruñir de rabia.

Si ya se sentía suficientemente inferior gracias a que la madre de Kourt la tachaba de interesada y fácil de comprar, ahora ni siquiera se sentía humana. Bajó la vista hacia sus manos, y sus piernas, y de repente solo vio piel, y venas, y sangre, y órganos.

En ese momento, se preguntó por qué Kourt no habría mencionado el trasplante de médula ósea desde el principio. ¿No lo sabía? ¿Por qué había esperado tanto? ¿Acaso estaba esperando a divorciarse para exigirle el trasplante? ¿Con qué clase de chantajista manipulador se había casado? Y lo peor era que Kourt mismo se lo había dicho antes: era solo un cuerpo.

Esa noche entró a la habitación, una vez él estuvo recostado en la camilla, con su bata puesta, y Kourt la miró, sin imaginarse las ganas de romper a llorar que sentía ella. Lillian, en cambio, no lo interrogó, ya que no era el mejor momento, sino que se sentó en el brazo del sofá y le preguntó cómo estaba.

—Tengo hambre.

—Creo que en dos horas te traen agua —murmuró ella.

—Y tengo mucho miedo.

Lillian hizo una mueca. Probablemente decía la verdad, pero ya era incapaz de verlo de otra manera.

—Es un buen doctor —le recordó—. Estas cosas pasan todo el tiempo, Kourt. Y el sedante ayudará.

Hasta el último de tus latidosWhere stories live. Discover now