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Podría haber hecho muchas más preguntas, pero Kourt estaba tan cansado y aturdido por las medicinas que prefirió regresar a la cama cuanto antes. Para cuando amaneció y se marchó al despacho jurídico, ni siquiera estaba pensando en Lillian.

Se acordó de ella alrededor de las once, a mitad de su conversación con Kenneth, porque su madre le recordó por mensaje que comerían en su casa.

Y casi de inmediato llamó a Urijah para encargarle comprar un pastel tan pronto como pudiera y pedirle a Lillian que se lo llevara a la oficina. De allí, se irían juntos a casa de sus padres.

—No pude dormir —le confesó a Kenneth en cuanto acabó de enviar los mensajes—. Me encontré a Lillian en la cocina. Se comió un pastel entero.

Y Kenneth frunció el ceño.

—¿Ella sola?

—Come más de lo que parece —le confesó, igual de asombrado—. Yo diría que lo mismo que tú y yo juntos. Pero es casi compulsivo.

—No exageres.

—Te lo juro —insistió él, sentado detrás del escritorio; sobre la carpeta amarilla de papeles, oscilaba el Montblanc con el que firmaba—. Y no sé si es normal o tiene ansiedad.

Kenneth hizo una mueca.

—A lo mejor tiene algo que ver contigo.

Al contemplarlo, el chico arrugó la frente.

—¿Por qué yo?

—Toda esta situación la estresa, y a veces eres demasiado exigente.

—Si está estresada, debe ser por la escuela —interrumpió Kourt—. Y no soy exigente; es que tiene anemia. Si sigue así, desarrollará diabetes o hipertensión y... Joder, solo tiene veintiún años.

—¿Por qué no pruebas a hablar con ella en vez de imaginar cosas?

Kourt hizo una mueca. No sabía si le asustaba más que malentendiera sus motivos o que llorase, porque si había algo que comenzaba a no soportar, era ver a Lillian llorar. Era en esos momentos cuando se arrepentía de todas sus acciones y se juraba que haría lo que fuera con tal de borrar la tristeza de su cara.

—No sé cómo decírselo.

—¿Decirle qué a quién?

Kourt giró la cabeza a tiempo de ver a Amelie entrar. Se había peinado el largo y oscuro cabello en dos trenzas que caían sobre su pecho y, a juzgar por sus leggings y chaqueta deportiva, venía del gimnasio.

—¿Qué haces por aquí? —le preguntó con la mayor suavidad, sin moverse apenas de su sitio para disimular que todo su sistema había levantado la guardia sin razón.

Amelie, sin soltar la enorme botella de agua de sus manos, encogió los hombros.

—Pensé en irnos juntos a casa de tus padres.

Y de inmediato, mientras Kenneth continuaba la conversación con Amelie, Kourt desbloqueó su teléfono para buscar los mensajes enviados a Lillian. Sabía que le molestaba un poco menos que a él ir a ver a sus padres, porque solo su madre los quería.

"Amy está aquí", le escribió primero.

Lillian, probablemente ya en el taxi, con la caja del pastel sobre las rodillas, tardó dos minutos en leer el texto y redactar una respuesta.

"¿Y si no voy?"

Kourt rodó los ojos.

"¿No vas a venir solo porque ella está?"

Hasta el último de tus latidosWhere stories live. Discover now