15 : temor.

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El estómago de Lisa se contrajo entre nervios y sorpresa, mucha sorpresa.

¿Por qué Rosé había dicho semejante cosa?

Ella ni siquiera quería estar cerca de la alfa. Solo deseaba un lugar tranquilo y cómodo en el cual descansar. Así que tomando un fuerte respiro, se removió nuevamente. Intentando a como dé lugar el poder ser libre, lo estaba anhelando más que nada.

—No, espera. —musitó Rosé.

—Suéltame, q-quiero irme. —logró decir la omega, sin poder hacer contacto visual por mucho tiempo.

—Quiero hablar contigo.

—No hay nada de qué hablar. —la omega realmente se felicitó mentalmente por haber dicho aquello sin algún problema.

—Claro que sí. —respondió tajante.

—Esta n-no es la mejor manera. —aludió el agarre que tenía impuesto la alfa en sus muñecas—. Suéltame, por favor. —la cercanía realmente la incomodaba y peor aún con el beso que había recibido en su cuello por parte de la mayor. Pero tampoco era como si quisiera hacerla enojar. No, eso sería lo último que desearía.

—¿Acaso me tienes miedo? —inquirió, alzando una ceja y viendo fijamente a la omega sin poder evitarlo. Podía sentir que su dulce aroma estaba poniéndose medio agrio debido al claro cambio de emociones—. ¿En serio?

Lisa suspiró, no siendo capaz de contestar. ¿Y si eso lograba molestarla? Para este momento la castaña estaba siendo muy paranoica.

La alfa relamió sus labios y lo dudó un par de segundos. Quería hablar con la omega, pero a la vez de estar totalmente segura que esta no volvería a huir.

—Bueno, creo que esto se está haciendo incómodo. —murmuró.

—D-Demasiado. Ya me quiero ir, por f-favor. —habló suavemente. A pesar de que el aroma de Rosé era muy fuerte y reconfortante, no era el momento preciso para querer estar cerca de ella.

Lisa no quería tener nada que ver con aquella alfa rara y problemática.

—¿Por qué tartamudeas? —la omega carraspeó cohibida—. ¿Tan mala me veo?

¿Sería bueno decirle la verdad? La castaña no estaba siendo para nada segura con sus palabras, por lo que decidió callar nuevamente.

Rosé suspiró hondo, tratando de no exasperarse ante la timidez que la omega presentaba. ¿Acaso no podía hablar con normalidad?

—Está bien, te dejaré libre y me sentaré frente a ti. —Lisa asintió como pudo—. Pero no pienses en correr otra vez. ¿De acuerdo?

La omega tragó saliva y repitió.

—De acuerdo.

—Espero que no mientas. —fue lo último que dijo para poder cumplir con su palabra.

Lentamente Rosé se deshizo del agarre impuesto en la omega y se separó al fin. Tomando asiento en el grass y mirando con atención las acciones de Lisa.

—¿De qué quieres hablar? —una vez sentado, la omega instintivamente rodeó sus piernas con ambos brazos, acomodando a la vez su mentón en su rodilla para poder así sentirse menos expuesta ante cualquier ataque.

—Del comportamiento que tuve frente a ti. —respondió directa, sin balbuceos o algo parecido.

La omega alzó la mirada con curiosidad.

—¿A qué te refieres? No entiendo.

La de pelo tintado resopló.

—Seamos honestas aquí. ¿Tú me tienes miedo verdad? —Lisa abrió los ojos desmesuradamente—. Bien, acabas de responderme. —concluyó.

—¿Qué? No, no, claro que no. —agitó ambas manos con nerviosismo—. No creas eso, no quiero fastidiarte, ni incomodarte, no pienses eso.

La alfa rodó los ojos.

—Lisa... —le advirtió.

—Yo jamás haría algo que moleste a....

—Lisa, ya basta. —prosiguió con calma, intentando que la omega se callara.

—A cualquier persona. Mis padres nunca me permitieron algo como eso, así que-...

—¡Lisa! —el leve grito de la alfa interrumpió a la mencionada.

La omega llevó las manos hacia los costados sigilosamente, mientras que con cierta lentitud empezaba a retroceder. Rosé fue consciente y siendo mucho más rápido se acercó a Lisa. Fue una gran lástima el no haber sido lo suficientemente ágil. Porque para ese entonces, la castaño ya se había levantado por completo y había corrido a toda prisa, muy lejos de la alfa.

Agh —maldijo—. Esa omega es muy extraña.

Y es que claramente la e cabello lila no sabía las miles de cosas que podía causar en Lisa, aún más cuando eran pareja predestinada. Solo tenía que tener paciencia y cambiar ciertas actitudes que la tachaban como una mala alfa frente a la castaña.

Rosé estaba decidida. Al menos iba a intentarlo y, si aun así nada funcionaba, seguiría diciendo que esa leyenda era una gran y ridícula estupidez. 

Y ya nadie la haría cambiar de opinión.

Y ya nadie la haría cambiar de opinión

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la princesa y la plebeya. | chaelisaWhere stories live. Discover now