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Miro las rosas y te miro a ti, entonces encuentro una diferencia y es que tu eres mucho más hermosa.

—Spencer Tae-moo.

SPENCER:

 
   Emma está caminando hacia mi, por ende tropiezo con ella, choco con su cuerpo y ambos perdemos el equilibrio cayendonos en el suelo. Sin embargo, antes de caernos, cambie la dirección del cuerpo de Emma, quedando yo abajo y ella encima de mí.

   —Mi teléfono estaba descargado... —dice Emma con sus labios a tan solo un centímetro de los míos.

   Quiero besarla.

   Deseo besarla.

   Pero no se podrá.

   —¡Beso, beso, beso, beso! —es la única palabra que sale de la boca de mi hija, tirándose encima de Emma y cayendo al lado mío—. ¡Beso, beso, beso! ¡Mi papi le va a dar un beso!

   Me quiero desaparecer, me gustaría muchísimo.

   Sostengo a Emma por su espalda baja y ella aún mirándome a los ojos, empieza a separarse de mi.

   No, deseaba besarla.

   Nunca he deseado algo tanto como poder besar sus bellos labios. Es como si estuviera volviendo una necesidad muy fuerte.

   Rasco mi cabeza queriendo saber que haré.

   Elizabeth al ver que ella se ha separado de mi, se tira en mi brazos, abrazándome como puede ya que es muy pequeña.

   No puedo resistirme a mi pequeña hija. No hay nada que ella haga que pueda hacerme enojar, simplemente disfruto lo que ella hace.

   Acaricio lentamente su cabello mientras mis ojos se mantienen mirando a Emma, quien evita mirarme. Sus manos la delatan igual que a mi, está nerviosa, mirando hacia los lados para distraerse.

   —Papá, te estaba esperando. —expresa Elizabeth alejándose de mi cuerpo para acercarse a mí rostro y agarrarlo con sus dos pequeñas manos—. Quiero dormir con mi mamá y mi papá.

    Emma tose, para de inmediato taparse la boca, supongo de la sorpresa. Elizabeth gira su rostro lentamente, fijando su vista en ella.

   —¿Acaso no quieres dormir con nosotros? —pregunta Elizabeth cruzando sus brazos.

   No aguanto.

   No puedo hacerlo más.

   Arranco a reírme. No me importa que me vea como un loco, es que no puedo aguantar todas las ocurrencias de mi hija.

   Emma, la pobre, está roja como un tomate. Ni siquiera sabe que decir. Sus ojos lo confiesan.

   —No es que no quiera, preciosa. Es que tengo casa y pues tengo que mantenerla limpia y... —Elizabeth levanta su mano para interrumpir a Emma.

   Emma hace silencio y le sonríe a modo de que ella comprenda que ya puede hablar.

   —Pues mudate con nosotros y entonces papá te va ayudar. —Elizabeth gira su cara hacia mi, sonriéndome—. A él le gusta limpiar.

   Agárrenme, que me voy.

   Si el alma no salió de mi cuerpo en este instante, me llamo mentiroso.

   Dios, pero mi hija quiere matarme. Ya ando preguntándome si fue que hice algo mal o tengo una cuenta sin saldar, a causa que no entiendo como mi hija tiene tanta maldad dentro de sí.

   Emma se me queda mirando sabiendo que estoy más sorprendido que ella por lo que acaba de decir mi hija.

   —No, no, Elizabeth. No deseo molestar a tu padre, además, me gusta tener mi espacio personal. —responde Emma rápidamente, agachandose para estar a la altura de Elizabeth.

MI DULCE REGALOWhere stories live. Discover now