Capítulo 9: Visitas y recuerdos

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—¿Qué haces aquí, Dakota? —vuelvo a preguntar cuando veo que no va a decir nada más.

—Yo... —parece nerviosa, algo demasiado extraño en ella—. Es tu cumpleaños y quise venir a saludar. Te traje algo.

Me tiende un regalo y al principio no sé si aceptarlo pero después termino accediendo; no puedo ser tan maldito si vino hasta aquí para dármelo, no puedo pedirle que se vaya así, sin más. Lo desenvuelvo y veo que es un libro, no cualquiera, sino que mi favorito. El hombre en busca del sentido es un libro que me hicieron leer en mi primer y único año de universidad y desde que lo comencé a leer quedé fascinado. Víctor Frankl, el autor y psiquiatra cuenta su experiencia dentro de un campo de concentración y cómo sobrevivió, a pesar de todo supo salir adelante. Puede que leer nuevamente esto me ayude a encontrarle un sentido a la vida sin Mía o por lo menos, ayudarme a hacer el dolor un poco más soportable.

—Gracias —le digo sinceramente—¿Cómo sabías de este libro?

—Te vi varias veces en la universidad leyéndolo, pensé que te podría gustar.

—Muchas gracias, es mi favorito.

Después de eso viene un silencio incomodo que creo ninguno de los dos sabe cómo llenar, ha pasado demasiado tiempo. Sin embargo, ella decide romper el silencio y arruinar todo el momento como sabe hacer muy bien.

—Alex, sé que lo de Mía fue muy fuerte pero creo que deberías seguir con tu vida, si me dejas yo puedo hacerte feliz, de verdad.

—¡¿Te estás escuchando?! —me levanto exaltado de la silla y ella se aparta un poco como si me temiera. Yo también lo haría—. Han pasado solo tres putos meses y me pides que rehaga mi vida contigo, algo está mal en tu cabeza, Dakota. Yo la amo, a pesar de que ya no esté conmigo. ¿Cómo no puedes entender que estoy enamorado de ella y no de ti? —Tal vez eso último fue demasiado cruel pero estoy cegado por la rabia y el dolor.

—¡Ella está muerta! —grita. Por un momento me quedo paralizado y ella se da cuenta de lo que acaba de decir—. Alex, yo... lo siento mucho...

—Ándate —digo casi en un susurro—. ¡Vete, Dakota!

—Bien, ¿sabes qué? Espero que te pudras aquí dentro y déjame decirte que no hay nada que me haga más feliz que su historia haya terminado tan mal.

Me lanza una de sus cínicas sonrisas y sale por la puerta. De toda la rabia que tengo tomo el maldito libro y lo lanzo contra la pared casi sacándole la cabeza a Ron, quien se asoma por la puerta.

—¡Hey! ¿Qué bicho te picó ahora?

—¡Es una maldita enferma! —grito enfurecido.

—¿Es tu hermana?

—No, mi ex.

Ron suelta un silbido y luego me dirige a la celda esperando que así me tranquilice un poco, pero la verdad es que me hierve la sangre por la rabia que siento hacia Dakota. No puedo creer qué pasaba por mi mente, ¿cómo pude salir con una persona tan venenosa como ella?

Intento tranquilizarme mirando detalladamente la foto de Mía y la reconozco, estaba en alguna de las paredes de su casa, era una de mis favoritas. Cuando aún era bienvenido en ese lugar, podía pasarme horas mirando esa foto. Antes de que Sarah declarara su odio infinito hacia mí, aunque sea difícil de creer, ella me tenía mucho cariño, fui como el hijo que nunca tuvo y se dirigió a mí de esa forma en varias ocasiones. Las vueltas que da la vida, ¿eh?

Cuando tenía siete años, conocí a Mía en un parque cerca de su casa, toda su vida vivió en el mismo lugar y nosotros vivíamos a un par de cuadras de ahí. Ese día, una de las chicas que trabajaban en nuestra casa accedió a llevarme al parque a jugar un rato ya que insistí mucho y al llegar vi que habían dos niñas acompañadas de una señora; la más pequeña debía tener unos cinco y la más grande unos doce años. Ambas tenían el cabello muy oscuro, que contrastaba notablemente con su piel pálida como la nieve y unos ojos azules que te dejaban hipnotizado. Cuando me acerqué un poco más, noté que la más pequeña estaba llorando en el suelo.

Cuando la volví a encontrar (VR#2)Where stories live. Discover now