Capítulo 30: Cuéntame una historia

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Cuando la encuentro, veo que está en el suelo llorando y con las manos en el pecho como si le faltara el aire; reconozco enseguida que está teniendo un ataque de pánico. Corro hacia ella y la abrazo con fuerza.

—N-no sé qué me pasa —dice apenas e intento calmarla. Conozco muy bien la sensación y es horrible.

—Tranquila, tranquila. Estás teniendo un ataque de pánico —tomo su cara con ambas manos y la obligo a mirarme a los ojos—. Necesito que te tranquilices. Respira.

—N-no puedo.

—Tranquila, Mía —tomo su mano y la pongo a la altura de mi corazón—. Intenta regular tus latidos, sigue los míos e inspira profundamente. Piensa en cosas buenas, ya se va a pasar; por lo general estos ataques solo duran tres minutos.

Estoy consciente de que tal vez no me esté escuchando ya que es muy difícil hacerlo cuando se intenta controlar la respiración o por lo menos así me pasaba a mí. Pasaron los tres minutos y tal como dije, su respiración comienza a volverse normal. Me mira y rompe a llorar de nuevo mientras se aferra a mí como si fuera lo único que tiene en la vida. Eso me llena el alma.

Cuando volvemos a la casa, mi padre está listo para que lo saque de ahí, así que le vendo los ojos y subimos al ascensor. Antes de irse, le dio a Mía los números de unos doctores amigos.

—Gracias por ayudarla —le digo cuando ya estamos bastante alejados del árbol y le quito la venda—. Después de todo lo que te hice, gracias por no dejarme solo.

—¿Qué se supone que me hiciste? —enarca una ceja como si no lo comprendiera.

—¿Te parece poco? Arruiné todo para ti, tu carrera, tu matrimonio. No podía mirarte a la cara, todavía me cuesta hacerlo.

—¿Por eso no recibías mis visitas? —pregunta sorprendido y yo asiento con la cabeza, avergonzado—. Pensaba que estabas enojado conmigo y por eso no querías verme.

—¿Yo? ¿Enojado contigo? Si todo fue mi culpa.

—No quiero que digas eso, Alexander. Nada de lo que sucedió fue tu culpa, debes dejar de culparte por todo, mi matrimonio lo arruiné yo, y mi carrera sigue igual que siempre. Tú eres mi hijo y eres lo más importante para mí junto con tus hermanos; podría perder miles de puestos políticos y lo haría con una sonrisa por ustedes así que por favor, deja de torturarte con eso.

—Te amo, papá —no puedo evitar abrazarlo mientras suelto un par de lágrimas. Hace mucho que no se lo decía, desde mucho antes de que ocurriera el accidente.

—Yo también, hijo. Por favor, nunca te vuelvas a alejar.

—Prometo que no lo haré.

—Y cuídala mucho. Te va a necesitar mucho cuando recupere la memoria y ahora también. No cometas los mismos errores que cometí yo.

Supongo que cualquier persona que lo escuchara pensaría que habla así de mamá, pero sé muy bien que con esos errores se refiere a hacer sufrir a Sarah. No digo nada, eso no es algo nuevo para mí, hace ya varios años que descubrí que la razón por la que le fue infiel a mamá era porque estaba completamente enamorado de Sarah Hamilton.

—Siempre estaré para ella, aunque me pida que me aleje, no me iré.

Me da un último abrazo y se aleja. Yo vuelvo a la casa buscando alguna excusa para que Mía no se vaya tan pronto, pero sé que si quiero volver a verla será mejor que vuelva a casa. Si la castigan, se perderían todas mis oportunidades. Aun así, quedan varias horas para que oscurezca,

Cuando vuelvo, Mía está terminando de preparar lo que había dejado a medias cuando escuchó la conversación con mi padre. Comemos en silencio, sigue cocinando como antes y es maravilloso. Una vez le pedí que me enseñara y fue una muy mala idea porque casi quemamos la casita. Desde ese día no volví a acercarme al horno.

Me siento en el sillón con mi sonrisa de oreja a oreja, ver a mi papá y saber que no me odiaba era lo que necesitaba. Ella se sienta a mi lado, toma mis brazos para envolverse en ellos y apoya su cabeza en mi pecho como solía hacer, como si todos estos años no hubieran pasado, como si me recordara.

—Cuéntame una historia —pide— de nosotros.

Pienso que no es una muy buena idea, pero lo hago igual; una historia no le hará nada y desde que la encontré, me muero de ganas de hablarle sobre nosotros.

—Cuando cumpliste quince aún no éramos novios oficiales, nos tratábamos como novios pero no le habíamos puesto nombre a la relación. Te besé casi al final de la noche y te pedí que te escaparas conmigo, solo por esa noche.

—¿Y lo hice? —pregunta mirándome a los ojos, los suyos llamean de curiosidad.

—Claro, no te ibas a resistir a esta maravilla de hombre que tenías en frente —me da un golpe y yo me río. Me encanta hacerme el arrogante en frente de ella—. Estabas asustada, creo que pensabas que te iba a pedir que hiciéramos el amor o algo pero aun así, fuiste conmigo. No sin antes, sacarte el voluminoso vestido; te veías hermosa pero no creo que hubiera sido muy cómodo para subirte a la moto.

»Te traje aquí, al bosque. En ese entonces era mi sitio favorito para estar, bueno, lo sigue siendo. Nos quedamos un largo rato tirados en el pasto mirando las estrellas y tomados de la mano; me sentía tan mal por arruinar tu peinado y maquillaje estando en el suelo pero a ti no parecía importarte, lo que me hacía admirarte cada vez más. Te dije que te tenía una sorpresa y nuevamente te pusiste nerviosa, no sé si tenía cara de depravado o qué cosa, pero cada vez que mencionaba llevarte a algún lugar, te asustabas.

—Tal vez era porque tenías dos años más que yo —se encoge de hombros—, nuestras mentes funcionaban diferente.

—Sí, debe ser eso. Volviendo a la historia, te traje a este lugar por primera vez ese día. Al bosque siempre veníamos, pero esta casa no la conocías; pusiste la misma cara que esa noche que escapamos de la cárcel. Dentro tenía muchas velas encendidas y esa pared —apunto hacia un lado de la casa— estaba llena de fotos, desde que éramos pequeños hasta ese día. En algunas fotos salías solo tú, amaba tomarte fotos cuando estabas despistada aunque siempre me descubrías y te abalanzabas encima de mí para quitarme la cámara. A veces también, hacías caras raras solo para arruinar lo que sería una foto perfecta, lo que no sabías era que amaba que hicieras eso, que las hacía ser más perfectas todavía.

»Quería pedirte que fueras mi novia pero no podía hacerlo, aún estaba abierto el tema de Ethan, de todas formas no planeaba darme por vencido. Me había propuesto enamorarte y lo estaba consiguiendo, lo vi en tus ojos esa noche. Hasta ese día siempre era yo el que te robaba los besos, esa vez fuiste tú la que me besó. Sigue siendo uno de mis recuerdos favoritos.

—Desearía poder recordar todas esas cosas —dice con tono triste y yo acaricio su cabello.

—Lo harás, estoy seguro.

Nos quedamos un largo rato así, no puedo decir si pasan dos o tres horas porque no me preocupo en absoluto del tiempo, pero sé que ya es momento de que se vaya, afuera ya debe haber oscurecido y no quiero traerle más problemas.

—¿No es hora de que vuelvas a casa? Se van a preocupar.

—No quiero volver a ese lugar.

—Mía, es tu casa.

—Ese lugar no es mi casa, vivo en una mentira —me mira fijamente a los ojos—. ¿Puedo quedarme contigo? Este es el único lugar en el que me siento en casa, es la única cosa real que hay en mi vida en este momento.

¡Sí, sí, sí! Nunca pensé que me lo pediría, y me pongo a bailar mentalmente, luego me tranquilizo y respondo como una persona seria.

—Puedes quedarte todo el tiempo que quieras.

Me abraza nuevamente y así nos quedamos hasta que no podemos resistir más el sueño. Le ofrezco una de mis camisetas para que use como pijama y no espero invitación para meterme en la cama con ella; ya habíamos dormido juntos antes y no parecía incomodarle.

Tal como pensé, cuando me ve a su lado, sonríe y se acomoda en mi pecho; no pasa mucho tiempo antes de que su respiración se vuelva más lenta y aún con una sonrisa, yo también me quedo profundamente dormido.

Cuando la volví a encontrar (VR#2)Onde histórias criam vida. Descubra agora