Capítulo 26: Escape de la realidad

2.4K 231 8
                                    

—¿Estás loco? —dice cuando llego a su lado, intenta parecer molesta pero está sonriendo—. Te podrían haber atrapado los guardias.

—Conozco cada entrada de tu casa como la palma de mi mano, además un poco de locura no le hace mal a nadie.

Entramos a su habitación y me quedo sorprendido al ver lo diferente que está, definitivamente quisieron borrar toda la esencia de Mía. Ella jamás elegiría esos colores o esos cuadros, por más lindos que sean o por más princesita que haya sido en alguna época de su vida. Simplemente no son su estilo y está habitación no es de ella.

—¡Vaya! Está un poco cambiada —no puedo evitar decirlo y ella me mira sin entender.

—¿Qué cosa?

—Tu habitación —la comienzo a recorrer lentamente intentando recordar cada detalle de su antiguo cuarto—, aquí habían fotos, muchas fotos —me acerco a la puerta cerrada donde cuelgan varios pañuelos que definitivamente la Mía que conozco no usaría por ningún motivo—, y aquí, un cuadro que habías pintado en el que salíamos tú y yo.

—Estaba así cuando llegué —afirma y se encoge de hombros, parece ya estar acostumbrada a no entender lo que la rodea—, no habían fotos ni nada.

Comienzo a preguntarme si Sarah alguna vez descubrió el lugar secreto que tenía Mía y no me doy cuenta de que estoy pensando en voz alta hasta que escucho su voz.

—¿Mi qué?

No le respondo nada, solo me dirijo al walking closet y observo todo a mi alrededor, lo veo aun más grande de lo que recordaba. Miro hacia el techo y al ver que el póster de la torre Eiffel sigue ahí, sonrío. Al menos algo conservaron de su antigua habitación. Sé que mi bonita amaba ese póster así que con mucho cuidado comienzo a despegarlo para no romperlo. Veo que del techo cuelga un pequeño lazo, tiro de él y ante su mirada sorprendida, una pequeña puerta se comienza a abrir.

Voy por una silla y me subo en ella para llegar al techo, preparo mis brazos para hacer fuerza y me elevo. Cuando entro, entre la oscuridad puedo ver el sillón, ese sillón que debe guardar tantos momentos como los guardé yo en mi memoria, que escuchó cada promesa de amor que nos hicimos, que fue testigo de lo felices que éramos. A un lado están las cajas con los diarios que escribió a lo largo de su vida, todo tal cual lo dejó hace tres años.

Asomo mi cabeza por la puerta y quedo colgando, procuro afirmarme bien ya que no es la idea que me rompa la cabeza o fracture el cuello en estos momentos.

—Está un poco húmedo y lleno de polvo, pero todo sigue igual.

—¿Qué es ese lugar?

—Tu escape de la realidad. Siempre te escondías aquí y también guardabas tus cosas más preciadas, tu padre te enseñó el lugar y tu madre nunca supo que existía.

Hago una pausa y ella me queda mirando fijamente mientras yo siento que mi cara comienza a adoptar un color rojo y me comienza a doler un poco la cabeza.

—¿Quieres subir? Se me está yendo la sangre a la cabeza —pregunto apenas y ella asiente enseguida.

La observo subirse a la silla con toda la delicadeza de una princesa, tal como era antes de que fuéramos novios, pero sé que no hay posibilidad que llegue al techo por sí sola. Engancho bien mis pies en las tablas y estiro mi mano para tomar la suya, como en los viejos tiempos. Me preparo para tirar de ella y lo hago; me sorprendo al ver que pesa menos de lo que recuerdo, no me había dado cuenta de que está mucho más delgada y yo estoy un poco más fuerte que antes.

Aún en la oscuridad, la habitación se ve genial y puedo ver en sus ojos que ella piensa lo mismo. Cuando enciendo la luz, que por suerte aún funciona, se queda aun más sorprendida. Por su cara de confusión, estoy seguro de que está pensando en cómo alguien pudo subir ese sillón hasta acá y sin que nadie se enterara.

—Tu padre aprovechó uno de los viajes de tu madre y contrató a alguien para subirlo —le aclaro y ella asiente mientras comienza a recorrer el lugar. Tomo una de las cajas grandes y se la paso—. Aquí están todos tus diarios, el que estaba en mi casa era solo uno de los muchos que escribiste. Creo que también hay fotos —se sienta en el sillón y yo me acomodo a su lado, luego me pongo serio—. Anda con cuidado, mucha información podría hacerte mal.

—¿Me quieres leer algo de lo que escribí?

Me pasa un diario y yo quedo sorprendido, nunca me había dejado leer un diario; siempre decía que algún día lo haría pero que todavía no había llegado el momento, supongo que ahora llegó.

—¿No quieres que te deje sola para que puedas leerlo tranquila?

—No, léemelo tú. Si no te molesta, claro.

Asiento y le paso un diario para que escoja al azar algo que leerle, solo espero que no sea algo relacionado con su relación con el idiota de Ethan. Cierra los ojos y abre el libro casi por la mitad.

—20 de Noviembre de 2038 —comienzo a leer y ella centra toda su atención en mí.

Comienzo a leer a una confundida Mía de quince años. Más que confundida, no sabía cómo enfrentar que estaba enamorada de mí y no de ese idiota. No puedo creer que diga que me ama en ese entonces siendo que me lo dijo por primera vez, casi un año después; pero bueno, siempre ha sido buena para ocultar lo que siente. Aprieto los puños al leer lo «perfecto» que es Ethan y no es de celoso, es solo que me molesta que hayan cambiado toda la historia.

—¿Entonces de verdad engañé a Ethan? —puedo ver que se está comenzando a sentir culpable y no pienso permitirlo.

—Solo nos besamos una vez mientras estabas con él —la miro directamente, pero no puedo resistirme a soltar una risa, no puedo mentirle con eso—, perdón, fueron dos... o tres.

—La cantidad de besos da igual, lo engañé al seguir con él cuando no lo quería, hacerle creer que todo estaba bien, mientras estaba enamorada de ti.

—Si te hace sentir mejor, recibí un puñetazo en la cara luego de que hablaras con él.

Parece sorprendida, y mi enojo crece todavía más. No puedo creer cómo le hicieron creer que yo era el malo de la película y el idiota de su ex era perfecto. Sé que no soy perfecto pero ese imbécil está mucho más lejos de serlo.

—¿Te pegó?

—Ethan no es tan perfecto como todos creen.

Apenas lo digo me arrepiento porque sé que comenzará a preguntar a qué me refiero y eso ya sería demasiada información. Tal como lo pensé me comienza a preguntar y al ver que no le responderé, se queda en silencio. Después de veinte minutos en completo silencio y sin que ninguno de los dos estuviera dispuesto a romperlo, bajamos y yo cierro con mucho cuidado la pequeña puerta y la cubro con el póster.

Se queda mirándome fijamente, como estudiando hasta el último detalle de mi cara y un escalofrío me recorre, si la Mía de antes lo hubiese hecho no habría pasado nada, es más, me hubiese acercado a besarla pero esta Mía no me conoce, y tengo miedo de que no pueda ver lo que vio alguna vez en mí, de que no le guste lo que ve ahora.

Decido que seré yo quien rompa el silencio. Como siempre en estás cosas, ella volvía a ganar y no me importa, estuve tres años sin poder hablarle y me pasaría de idiota si no aprovechara esta oportunidad.

—¿No me hablarás en toda la noche?

—Tú tampoco hablabas.

—¿Quieres qué me vaya? —«Di que no, di que no»

—Creo que quiero tomar algo —me toma de la mano y respiro aliviado porque tomo eso como un no.

Comienza a buscar algo por la cocina y cuando le pregunto, veo que saca una botella de tequila del armario.

¡Shots!

Esto terminará mal, muy mal. Primero, porque llevo demasiado tiempo sin beber, segundo porque el tequila es bastante fuerte y engañador; y tercero, porque Mía nunca se ha llevado muy bien con el alcohol. Y en realidad, agradezco que en estos momentos no pueda recordar la razón por la que un día dijo «no beberé nunca más» ya que se avergonzaría tanto como lo hacía antes.

Cuando la volví a encontrar (VR#2)Where stories live. Discover now