Capítulo 9

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Es jueves, han pasado cinco días desde esa noche y aún sigo recordándola. Quiero volver a sus brazos, quiero volver a ese increíble lugar, pero sé que no sucederá. ¿Cómo pude ser tan estúpida?

Se enojó conmigo luego del desayuno y eso aún me tiene molesta. No me ha besado, no me ha tocado, nada más ha ocurrido, pero a Max no puedes decirle que no o todo se convierte en una mierda. No podía quedarme con él esa mañana y me llamó niña, infantil y otras cientos de cosas que hicieron que regresara en taxi hasta casa de Alex. Nadie notó nada para mi suerte, pero ese domingo fue una completa mierda. Él no ha llamado y yo tampoco. Tengo que olvidarme de él. De todo esto. Es algo completamente imposible.

Simon y yo estamos viendo la televisión en la sala de estar. Son más de las siete y faltan unos pocos minutos para que mis padres entren por esa puerta.

—Deja el canal cincuenta y cuatro —dice Simon. Tomo el control y coloco lo que él me dice. Es otro de esos tontos programas de cocina que solo hacen que me de hambre.

—No quiero ver esto —le digo, y comienzo a cambiarlos. Simon salta del sillón y pelea para arrancarme el control mientras que maldice.

—Maillenne Eggers, dame el control —me dice, lanzándose sobre mí. Me muevo más rápido que él y elevo mi brazo en el aire. Él me toma de la cintura y los dos caemos sobre los cojines. Él logra arrebatarme el mando, pero no me doy por vencida y muerdo su brazo.

—¡Suéltame! —grita—. ¡Me estás mordiendo!

—Tú siempre ves ese programa. Es un episodio repetido.

—Sí, pero el tipo ese hace un buen cordero...

—¡No, yo veré lo que quiera ahora! —chillo y lo empujo de encima de mí. Él me hace una llave de lucha libre en las piernas y yo coloco mi pie en su nariz.

—¡No, qué asco!

Me río y en un descuido sus manos toman el control de nuevo. Me suelto de él, golpeo su cabeza y estiro su cabello. Somos como dos niños, pero me encanta.

—Ayer te dejé ver esa mierda... —digo sentándome encima de su espalda.

—¡Duele, duele, duele, joder Kya, duele!

Simon se mueve y me hace caer de culo al suelo. Me mira por unos segundos y comienza a partirse de risa delante de mi cara. Me pongo de pie hecha una furia y me coloco frente a la pantalla de plasma para que la tele no reciba las órdenes del mando.

—Apartare —murmura.

Él oprime los botones, pero nada sucede, yo estoy ganando.

La hermana más grande siempre gana.

—¡Tienes televisión en tu cuarto, Simon! —grito cuando mi brazo comienza a cansarse.

—¡Tú también!

—¡Sí, pero quiero ver televisión aquí! —me quejo.

—¡Yo también! —grita él.

Salgo de al lado de la pantalla y tomo uno de los cojines que mamá compró en su viaje a Marruecos. No le gustará, yo lo sé.

Lo apunto en dirección a Simon y él niega con la cabeza.

—No, esos bordados son con alambres y piedras... No, Kya.

—Entrega el mando, niño —ordeno amenazándolo.

Él parece querer hacerlo, pero cuando menos me lo espero los dos comenzamos a golpearnos con las almohadas de bordado. Golpeo la cara de Simon y él la mía. Cada almohada tiene diseños hechos en alambre dorado y piedras circulares de colores. No sé por qué mamá los ha comprado, a mí me parecen horrendos, pero jugar así con mi hermano es algo que me encanta.

 KYA - Deborah Hirt ©Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum