Capítulo 21

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Llego a la dirección que me dicen los folletos que estaban en el sobre de Max y si, definitivamente es algún gimnasio o algo así. El estacionamiento es amplio y puedo ver a lo lejos los vidrios que tienen estampados en letras verdes el nombre del lugar y las diversas actividades que se realizan.

Son las cuatro. Salí de la cafetería hace media hora y tengo toda mi ropa de baile en mi gran bolso. Mi cabello tiene un gran rodete para que no me moleste y tengo el corazón latiendo a mil kilómetros por ahora.

Llego a la recepción del lugar y una chica extremadamente rubia y... y ejercitada me recibe con una gran sonrisa y ropa deportiva demasiado corta y ajustada. Tengo miedo que su sostén deportivo explote por el tamaño de sus senos y también tengo miedo que el peso de los mismos la rompan a la mitad porque su cintura es diminuta.

—Hola. ¿En qué puedo ayudarte?

—Eh... Hola, yo...

La chica me mira impaciente mientras que veo como hombres y mujeres pasan por mi lado, ya sea para entrar al gimnasio o para irse.

—Me dieron esto de regalo de cumpleaños —Le entrego todo lo que estaba en el sobre de Max, bueno, todo lo relacionado con este lugar, ella lo mira unas cuantas veces y después sonríe.

—Claro, dame unos segundos y te llevaré al estudio.

—También quiero inscribirme. Clases de alguna cosa, o lo que sea, pero necesito hacer algo.

—De acuerdo. Te llevaré al estudio, y cuando salgas te tomaré tus datos y te enseñaré las diferentes propuestas, ¿de acuerdo? Lo haría ahora, pero estoy por comenzar una clase.

—Está bien... eh...

Decido cerrar mi boca. Ella camina delante de mí por todo el gimnasio mientras que sonríe porque todos, absolutamente todos los tipos se voltean a mirarla. Me siento patética aquí, no me van los gimnasios, sé que no voy a querer estar aquí por una hora diría. No me gusta.

—Esta es tu sala, está reservada para ti por dos semanas. Puedes venir en el horario que sea y utilizarla el tiempo que quieras. La única regla es que debes dejar todo ordenado cuando te vayas, para que no tengamos problemas.

Ella abre la puerta y me deja ver una inmensa sala de ensayo, tiene espejos en tres de sus paredes y tiene una ventana inmensa que le da luminosidad al lugar y que me dejan ver parte de la calle.

—Es hermoso —digo casi con la boca abierta.

—Ahí tienes el equipo de sonido. Te veo luego.

Ella cierra la puerta y yo corro y doy vueltas por todo el lugar con una impresionante sonrisa. Es hermoso, es un lugar hermoso. Que me inspira, que hace que quiera bailar lo que sea. Me gusta, me gusta mucho.

Max supo cómo sorprenderme, supo hacerme sentir especial.

—Esto está increíble... —me digo a mi misma.

Tomo las cosas de mi bolso, me aseguro de que no hay nadie cerca y me visto lo más rápido que puedo. Podría ir a los vestuarios, pero siento que este es mi lugar y no quiero salir de aquí.

Corro hacia el equipo de sonido, lo observo unos segundos y aprendo rápidamente como utilizarlo. Hoy quiero relajarme, quiero empezar despacio y para eso necesito esos quince minutos de estiramientos.

La música clásica comienza a sonar, relajo mi cuerpo y estiro todos mis músculos, hago lo que debo hacer, trato de no pensar en nada.

No sé cuánto tiempo paso así hasta que noto que estoy moviéndome al ritmo de la música. Un Grandjeté, dos glissade, pas de couru y coupe. Mi postura se ve bien, mi rostro tiene la expresión que nos marca la profesora, pero no estoy conforme.

Todo sale bien, pero de un segundo al otro me pongo nerviosa, miro fugazmente al espejo y dejo de moverme cuando lo veo ahí. A escasos metros de mí, viéndome desde el umbral.

Mis pies dejan de moverse y me caigo al suelo por ese tirón familiar, por esa desconcentración. Ese mismo tirón que sentí cuatro años atrás en medio de una presentación con más de tres mil personas, esa caída en pleno show que hizo que me bajaran del espectáculo por semanas, esa falla que me hizo sentir una mierda durante años... Y todo porque Alex lo llevo de sorpresa, él es el culpable de todo.

Camina hacia el equipo de sonido, apaga la música y viene hacia mí.

—¿Estás bien? —pregunta tendiéndome su mano. La miro sin saber qué hacer y luego la tomo sólo para poder dejar de sentirme patética.

—¿Hoy eres amable?

Me sonríe.

—Aprovecha, es tu día de suerte.

Pongo los ojos en blanco, acomodo mi ropa y me dispongo a largarme de aquí. Doy unos cuantos pasos hacia mis cosas sin dejar de verlo por el espejo. Entonces, reacciono.

—¡Tu vienes a este gimnasio! —estallo, y me desespero—. Claro, es por eso que estás aquí! ¡Es por eso que me diste ese regalo! ¿Cómo pude ser tan estúpida? ¡Era obvio que te iba a cruzar en algún momento! —chillo acercándome a él—. ¡Eres un idiota! ¡Te detesto!

—¿Terminaste?

Lo miro de la peor manera de la que soy capaz y suelto un bufido cargado de frustración. Quiero gritarle miles de cosas. Estoy furiosa, enojada, quiero llorar de frustración porque siento cosas por él, me afecta verlo aquí, me hace sentir tonta tenerlo tan cerca...

—¿Qué es lo que quieres de mí realmente, además de sólo sexo, claro? —pregunto con un hilo de voz. Tengo los ojos llenos de lágrimas, pero no voy a llorar.

—No tienes idea, Kya...

—Me das un regalo hermoso... realmente hermoso que me hace sentir especial, un regalo que es parte de mi por completo... pero... Me confundes.

Sonríe de manera tierna y mira hacia otra parte, como si tratara de ocultar que dije algo que le gustó, pero no sé qué es.

—¿Entonces te gustó?

Suelto un suspiro y me rindo. No conseguiré nada de él. Es así.

—Claro que me gustó, fue el regalo más especial de todos los regalos que abrí ayer en la noche, pero... Y el vestido es hermoso.

—Me encantaría verte en ese vestido alguna vez. Seguro te ves hermosa.

—¿Y, por qué rosa? —pregunto cruzándome de brazos.

—Porque adoro verte de rosa, Kya.

No sé cómo sucedió, pero estamos cada vez más cerca y mi respiración se acelera mucho más.

—¿Por qué eres así? —pregunto, colocando mi mano sobre su rostro. Él quiere apartarme, pero no lo hace. Cierra sus ojos como si de verdad le costara decidirse. Estoy malditamente loca por él que no sé qué tontería voy a hacer—. Tu sabes lo que siento por ti, Max... yo...

—Basta, Kya. Basta de esto —me suplica con esa mirada de pánico.

—¿Tú me quieres? Porque si es así podemos...

—No.

—¿No qué?

Mi corazón se romperá de nuevo.

—Basta.

—¡No!

—¿No besaste a Michael Scott en tu fiesta? —grita, y se ve furioso. Me deja anonadada por un segundo.

—¡Al menos él si quiere besarme! —chillo a la defensiva.

—¡Entonces vete con él!

—¡Dime que no me quieres, entonces! ¡Solo dímelo!

—Disfruta tu regalo, Kya.

Aparta mi mano de su rostro y él se va con su bolso deportivo hacia no sé dónde. Me deja completamente sola. Con miles de dudas, con miles de sentimientos, haciéndome sentir como la peor niñita boba de todas. 

 KYA - Deborah Hirt ©Onde histórias criam vida. Descubra agora