Capítulo 20

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Mi fiesta acabó a las seis de la mañana del domingo, regresé a casa con un increíble convertible rojo que está estacionado ahí en la entrada, y en la sala de estar hay más de cien cajas de regalos que aún no abrí. Pero también... también hace muchas horas que no veo a papá a los ojos, que no le doy un beso o un abrazo, y quiero hacerlo. Muero por hacerlo. No me gusta estar así con él, no me gusta ser una mierda. Pero lo soy, y tengo que remediar eso.

Aparto las sábanas y el pelo de mi cara y miro el reloj en mi mesita de noche. Son las cinco de la tarde, he dormido todo el día, me siguen doliendo los pies de tanto bailar y en mi habitación hay ropa y maquillaje desparramados por todos lados.

Me pongo de pie y corro a la ducha. Necesito otro baño, necesito despertar del todo. Tengo muchas cosas que pensar, mucho que decirle a papá.

Bajo las escaleras y miro a mi alrededor. La sala también es un caos y me sorprende que mamá no esté gritando por ahí para que arreglemos todo. Pero lo entiendo. Son todos mis regalos, admito que me emociona mucho ver todas esas cajas de colores con cosas sólo para mí, pero Simon me ayudará a abrir todo después.

—¡Mamá! ¿Simon? —grito por lo alto, pero no oigo respuesta alguna. Me nuevo hasta el comedor y ahí oigo la risa de mamá en el jardín. Ese hermoso jardín que ella tanto adora.

Me miro en el espejo al lado de la ventana, compruebo que me veo decente y salgo hacia el jardín. Mamá y papá están sentados ahí, en medio del gran patio trasero, tomando el té, conversando, riendo.

—Hola... —digo algo temerosa. La gran sonrisa que papá tenía mientras que mamá reía hace segundos atrás ha desaparecido y eso me hace sentir muy mal. Quiero solucionar las cosas.

Mamá y papá se voltean a verme y mamá se quita sus lentes de sol, algo sin sentido porque no hay nada de sol justo ahora.

—Buenas tardes, cariño, ¿cómo dormiste?

Me siento juntos a ellos y tomo un bocadillo dulce de la clásica bandeja de tomar el té que mamá compró.

—Dormí muy bien, mamá. Gracias.

—Trata de abrir todos tus regalos pronto, cielo. Hoy casi he tenido un ataque al despertar. La sala de estar está muy desordenada.

—Lo sé —susurro mirando lo que como. Papá no me mira, no hace nada. Sólo acaricia la rodilla de mamá—. Eh... papá... ¿podemos hablar?

Mamá me mira, luego toma la tetera y se pone de pie, con la excusa de buscar más agua para que tomemos el té todos juntos.

Mamá entra a la casa y yo miro a mi padre. Balbuceo un poco y le doy un mordisco más a mi estúpido bocadillo porque no sé cómo empezar.

—No sé cómo empezar, papá... —susurro, colocando mi mano encima de la suya—. No me gusta pelear contigo. Sé qué ayer me comporté como una estúpida, pero...

—No quiero hablar de eso, Kya.

—No quieres, pero debes, papá.

—Lo que hiciste ayer fue... fue... —cierra sus ojos y coloca una de sus manos en su cara después de soltar un gran suspiro.

—Me comporté como una niña inmadura, una mal agradecida, grosera, caprichosa... una Princesa tonta que siempre quiere salirse con la suya, pero te quiero, papá...

—Kya...

Mis ojos se llenan de lágrimas rápidamente porque estoy arrepentida. Estoy arrepentida de verdad. Odio pelear con papá, odio estar así. Porque siento que se apaga una parte de mí. Lo necesito conmigo en todo, no me importan sus regalos, o sus quejas, pero jamás sobreviviré a su indiferencia y a sus palabras crueles.

 KYA - Deborah Hirt ©Where stories live. Discover now