Extra. Max

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Lunes, un maldito lunes en el que tengo que estar aquí, en el que tengo que ver cómo todos observan mi cara hecha mierda, pero por suerte nadie puede decir nada.

—¿Quieres que pida tu almuerzo? —grita Tara cuando cruzo el recibidor y subo las escaleras hasta mi oficina.

—Déjame en paz, Tara —respondo antes de cruzar la puerta. La cierro detrás de mí, suelto un suspiro, paso mis manos por mi cara y frunzo el ceño cuando siento dolor.

Ella está volviéndome completamente loco de nuevo, mucho más que antes, incluso.

"¿Para eso fuimos amigos por veinte años? ¿Para qué te cojas a mi hermana"

"¿Por qué dejaste que te golpeara así?"

"Ya no soy una niña, papá. Voy a ir con él te guste o no"

No lo entiendo... Esa noche ella limpió mis heridas, me sacó toda la sangre de encima y me trató como jamás voy a merecer, y después de lo que le dije, sólo me ignoró. Por completo. Le envié mensajes todo el día de ayer, pero ella ni siquiera se molestó en responderme.

Tomo mi teléfono una vez más. Abro esa conversación y comienzo a leer esos viejos mensajes, a ver esas fotos que ella me envió y que ni siquiera había descargado. Que imbécil.

Miro su foto y la llamo. Suena, suena, suena, pero no hay respuesta.

—Responde, Kya... —le digo el teléfono y llamo una vez más. Necesito verla. Necesito hablar con ella. Ni siquiera le dije todo lo que le tenía que decir porque ella no dejo que lo haga. Y no puede irse, y menos a Australia. ¿Cómo Eggers permite eso? Ella no... Simplemente... No puede irse ahora.

Tomo las llaves del coche y no lo dudo dos veces. Sé dónde está ahora y lo único que hago aquí es perder el tiempo. Tenemos que hablar, ella lo sabe.

Bajo las escaleras con prisa y antes de que Tara me pregunte alguna cosa, le digo que ella se queda a cargo hasta que regrese. No sé cuánto tiempo voy a demorar, pero tengo que hacerlo. Ella no puede irse. ¿Por qué a Australia? Hay miles de academias aquí, en Londres, su lugar, de donde no tiene que salir.

Cuando me subo al coche, la llamo de nuevo, pero aún no me responde. Eso significa que sí debe estar en esos malditos ensayos, y seguramente sin comer nada. Me asusta lo delgada que se ve, lo pálida que estaba aquella noche, las ojeras que tenía se veían terribles incluso con el maquillaje, pero igual... Esos ojos, esos ojos azules se veían mal, ella está destrozada y es por mi culpa.

Me detengo en un maldito semáforo y antes de notarlo, algo me impulsa a desviarme de mi camino original. Ella no comió absolutamente nada en toda la mañana, apuesto a que ayer en la noche ni siquiera cenó y sé que esos ensayos la están matando.

Estaciono frente al lugar, hago la maldita fila y me río de mi mismo al notar lo patético que me siento. ¿De verdad le voy a comprar un sándwich?

—Quiero un sándwich de pollo con mucha lechuga, pepinillos y todos los aderezos.

Sé que es una de sus comidas preferidas.

El sujeto me entrega la bolsa, luego la lata de coca cola y después de pagar, regreso al coche. No sé cómo voy a hacer, pero tengo que verla de alguna u otra manera.

Tentó tantas cosas para decirle...

—Vengo a traerle el almuerzo a mi novia —le digo por segunda vez al tipo de la puerta que no tiene intención de dejarme pasar.

—Jamás te había visto por aquí — responde sin mirarme.

—Somos novios desde hace unas pocas semanas —miento, y trato de parecer simpático, pero la simpatía no me va, y ese tipo lo nota—. Se llama Kya, está ensayando ahora. No me responde el celular y...

 KYA - Deborah Hirt ©Where stories live. Discover now