Capítulo 41

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Bajo las escaleras con mi maleta rosa y la dejo en el suelo al lado de la puerta. No veo a Max, pero él tiene un pequeño bolso, lo cual, me sorprende.

Miro a mí alrededor y lo veo al otro lado del lugar, observando la fiesta desde el ventanal que da al patio trasero. Sigue habiendo música fuerte, gritos, risas y tipas casi desnudas. Claro, eso mira.

—¿Nos vamos? —pregunto elevando el tono de voz. Él se voltea a verme y después me pide que me acerque.

—¿Qué sucede?

—¿Segura qué no quieres quedarte?

Pongo los ojos en blanco y me cruzo de brazos.

—No.

—¿Segura? Podemos hacerlo si quieres.

—¿Hay alguna tipa que te guste ahí afuera y por eso quieres quedarte? —digo a la defensiva.

Él suelta una risita y niega levemente con la cabeza.

—La que me gusta no está en bikini ahí afuera...

—Ah.

Muerdo mi labio inferior para no reír, pero no puedo hacerlo, una sonrisa se escapa y hago que él se ría también.

—Larguémonos de aquí —me dice caminando hasta nuestras maletas. Esto será extraño, pero funcionará, tiene que funcionar.

Durante el corto trayecto Max no me dice nada, sólo escuchamos la música de la radio y sentimos como el ardiente sol nos quema los hombros dentro del convertible.

—¿Mi tío planeó esto, verdad? —pregunto cuándo estacionamos.

—Digamos que... me abrió los ojos...

—Aja.

Me bajo del coche, él apaga la radio y después baja mi pequeña maleta y su bolso. La casa es hermosa, colorida, tiene un inmenso jardín delantero y hay todo tipo de plantas. Es una Villa pero en versión miniatura. Perfecta para esta locura.

—¿Te gusta?

—Sí, me gusta bastante, hay... paz.

—Sí, es todo lo que necesito. Los Milan están locos, por si quieres saber.

—Lo sé —respondo caminando hasta la entrada. Nos estamos comportando un poco extraños y con frialdad, pero espero que estos tres días no sean todos así porque no lo toleraré.

—Las habitaciones están arriba, escoge la que tú quieras.

Me detengo en seco antes de subir las escaleras y lo miro. Estoy confundida de nuevo.

—¿No vas a dormir conmigo? —pregunto con un hilo de voz. Él deja mi maleta en el suelo y después suelta un suspiro. No sé si está molesto o confundido, o sorprendido, tal vez.

—¿Tú quieres eso?

—Sí...

—Bien.

Max toma la maleta de nuevo y sube las escaleras con prisa, yo lo sigo y veo cómo él deja todo en la habitación más grande. Es bonita, luminosa, con toques de blanco y azul cielo, tenemos una hermosa vista al jardín y podemos contemplar todo ese verde y el sol, ese sol que tanto me encanta.

—¿Tienes hambre? —me pregunta cuando sale del cuarto de baño.

—No.

—Bien.

—Max... —digo antes de que cruce la puerta. Se detiene, me mira, y yo trato de hablar—. No quiero que sea extraño, y la verdad es que está siendo muy extraño e incómodo.

 KYA - Deborah Hirt ©Où les histoires vivent. Découvrez maintenant