CAPÍTULO XXVII. EL HOTEL CRÉCY

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El día siguiente resultó ser mucho más divertido y agitado de lo que nosotros, o al menos yo,

habíamos previsto. Al parecer, era el cumpleaños de uno de los jóvenes príncipes de Labassecour —el

mayor, según creo, el duque de Dindonneaux— y todos los colegios, especialmente el principal

Athénée o instituto de la ciudad, celebraban un día de fiesta en su honor. Los alumnos de ese centro

preparaban y leían un mensaje de lealtad; por ese motivo, se congregaban en el edificio público donde

se hacían los exámenes anuales y los mejores estudiantes recibían sus premios. Después de la

ceremonia de presentación, uno de los profesores se encargaba de dirigir una alocución o discours.

Se esperaba que asistieran al acto varios eruditos, amigos de monsieur de Bassompierre, más o

menos vinculados al Athénée; además de la respetable municipalidad de Villette, el distinguido

Monsieur le Chevalier Staas, el burgomaestre, y los padres y familiares de los alumnos del Athénée.

Monsieur de Bassompierre había quedado en ir con sus amigos; su hermosa hija, como es natural,

formaría parte del grupo, y nos escribió una pequeña nota a Ginevra y a mí, pidiéndonos que

adelantáramos nuestra llegada para acompañarla.

Mientras la señorita Fanshawe y yo nos vestíamos en el gran dormitorio de la rue Fossette, ella (la

señorita F.) soltó de pronto una carcajada.

—¿Qué ocurre? —le pregunté; pues había interrumpido la operación de engalanarse, y me estaba

mirando.

—Es tan extraño —respondió con su habitual falta de reserva, medio sincera, medio insolente—

que usted y yo nos movamos en el mismo círculo social, y tengamos las mismas amistades...

—Pues sí, tiene razón —exclamé—; no me inspiraban demasiado respeto las amistades que

frecuentaba usted hace muy poco: la señora Cholmondeley y los suyos nunca habrían congeniado

conmigo.

—¿Quién es usted, señorita Snowe? —preguntó, disimulando tan poco su curiosidad que no pude

evitar reírme—. Se llamaba a sí misma niñera-institutriz y, cuando llegó a la rue Fossette, estaba al

cargo de las hijas de madame Beck. He visto cómo llevaba en brazos a la pequeña Georgette, al igual

que una bonne(niñera) —muy pocas institutrices se habrían dignado hacerlo—, y ahora madame Beck se

muestra más cortés con usted que con esa parisina, Zélie St Pierre; y mi prima, esa mocosa arrogante,

¡la ha convertido en su mejor amiga!

—¡Es asombroso! —admití, riéndome de su desconcierto—. ¿Quién soy yo en realidad? Tal vez

un personaje disfrazado. Es una pena que no interprete mejor el papel.

—Me sorprende que no se sienta más halagada por todo esto —prosiguió—: Se lo toma con una

extraña serenidad. Si realmente es tan insignificante como creía antes, debe de ser una mujer de

carácter.

VILLETTEWhere stories live. Discover now