CAPÍTULO XXXVIII. NUBES

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Pero no ocurre lo mismo con todo el mundo. ¿Y qué? Hágase Su voluntad, como seguramente se

hará, lo tomemos o no con resignación. El impulso de creación lo promueve; la fuerza de los poderes,

visibles e invisibles, se encarga de su cumplimiento. Tienen que ofrecerse pruebas de una vida futura.

Si es necesario, deben escribirse con sangre y con fuego. Con sangre y con fuego seguimos sus huellas

a través de la naturaleza. Con sangre y con fuego atraviesan nuestra propia experiencia. Doliente, no

desmayes bajo el terror de esa incendiaria prueba. Fatigado viajero, prepárate para la lucha, mira al

frente, continúa hacia delante. Peregrinos y hermanos en el desconsuelo, caminad juntos en amistosa

compañía. Oscuro es el camino que se extiende ante la mayoría de nosotros por el desierto de la vida:

que nuestro paso sea firme y regular, que nuestra cruz nos sirva de estandarte. Por báculo tenemos Su

promesa, «cuya palabra es acrisolada, cuyo camino es perfecto»; por esperanza Su providencia,

«que nos da el escudo de la salvación, cuya bondad ennoblece»; por hogar Su seno, que «mora en las

alturas del Cielo»; por recompensa una gloria, desbordante y eterna. Corramos, pues, para obtener lo

que nos depare el destino; suframos las penalidades como buenos soldados; terminemos nuestro

recorrido, y conservemos la fe, confiando en el éxito final más que los conquistadores: «¿Acaso no

eres tú desde antiguo mi Dios, mi Santo? ¡NO MORIREMOS!».

Un jueves por la mañana estábamos reunidas en el aula, esperando la clase de literatura. Llegó la

hora; aguardábamos al profesor.

Las alumnas de primero estaban muy silenciosas; las redacciones que habían escrito desde la

última clase se hallaban sobre los pupitres, pasadas a limpio y cuidadosamente atadas con una cinta,

esperando que las recogiera la mano del profesor en su rápida ronda por las mesas. Era el mes de julio,

hacía una hermosa mañana, la puerta acristalada se hallaba entreabierta y dejaba entrar una fresca

brisa, y las plantas que crecían en el dintel se mecían, se inclinaban, miraban al interior, y parecían

susurrar noticias nuevas.

Monsieur Emanuel no siempre era puntual; apenas nos extrañó que se retrasara un poco, pero,

cuando por fin se abrió la puerta, nos sorprendió ver que, en lugar del profesor, con su paso veloz y su

vehemencia, entraba silenciosamente la prudente madame Beck.

Se acercó a la mesa de monsieur Paul; se puso delante de ella; se quitó el ligero chal que cubría

sus hombros; y, en voz baja, aunque firme, y con la mirada fija, empezó a decir:

—Esta mañana no habrá clase de literatura.

Después de unos instantes de silencio, pronunció la segunda parte de su mensaje.

—Es posible que las lecciones se suspendan por espacio de una semana. Necesito ese tiempo,

como mínimo, para encontrar un buen sustituto de monsieur Emanuel. Mientras tanto,

VILLETTEWhere stories live. Discover now