Capítulo 6

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Capítulo 6


Antonella

Sin saber dónde esconderme, me quedo sentada a la espera de que el verdadero doctor De Luca me atienda. No quiero decir que el ginecólogo que casi abre mis piernas para revisar mi supuesto resfriado sea un falso, al contrario, supongo que es un buen profesional, solo que esta vez no es lo que necesito. De igual forma, tengo a mi ginecóloga, y creo que, jamás abriría mis piernas para él, es más, estoy cien por ciento segura de que así será. Además, hay que ver lo guapo que está, y así, es imposible no sonrojarse, y se daría cuenta que lo encuentro atractivo, por lo tanto, paso de ser algún día su paciente.

Después de mucho esperar a que el verdadero doctor me atienda, por fin llega el momento en que me hace pasar a su consulta. Él me saluda con un apretón de mano, y me hace tomar asiento. Lo miro directo a los ojos, sonriendo al ver lo mucho que se parece al doctor falso. Antes de ponerme a hablar de mis "dolencias", me percato de que no haya ninguna camilla ginecológica, haciéndome suspirar aliviada.

«¡Uy, familia de guapos!»

—Siento la espera, pero tenía muchos pacientes, y su ficha me la entregaron a último minuto —dice disculpándose por el atraso, y yo, solo pienso en que su hijo, el doctor falso, seguirá siendo muy guapo en unos cuantos años más, porque este doctor, que es el verdadero, debe tener unos cincuenta años, y está como quiere.

—Lo comprendo doctor verdadero, o sea, falso..., perdón, es usted el verdadero —digo confusa con tanto enredo que me hecho yo misma, y maldigo que mi mente me traicione, jugándome una mala pasada—. Doctor De Luca —logro decir, sin antes ponerme roja como un tómate.

—Y, ¿usted es falsa o verdadera? —pregunta riendo con diversión ante mi tragedia.

—Oh, yo soy verdadera, se lo puedo asegurar —aclaro, sabiendo en que ya he hecho el ridículo—. Es solo que, sucedió algo extraño. Su hijo, el doctor falso, que obvio no es falso, me atendió primero, pero yo necesitaba que fuera usted quien me atendiera... ¿comprende?

—Claro, hubo una confusión, por nuestros apellidos.

—¡Exacto! —exclamo.

«¿Pensará que su hijo me vio algo?»

—No hay problema.

—¡Pero no me vio nada! —Aclaro desesperada.

—Tranquila —sonríe—. La secretaria me explicó la situación.

«Mmm.... Y, ¿para qué me hizo aclararle todo si ya sabía? Claro, para que yo hiciera el ridículo»

Me quedo muda por un instante, sin deseos de abrir la boca, pues he hecho el ridículo gratuitamente, pero de pronto, recuerdo en qué he estado mucho tiempo aquí, y debo conseguir un papel médico para que Bruno no me obligue a viajar con él.

—Antonella... ¿Verdad? —pregunta, luego de mirar mi ficha.

—Así es...

—¿Cuál es el motivo de su consulta?

—Verá doctor, yo... —digo, pensando en todos los males que podría inventar para no asistir a la convención con Bruno—. Me duele cabeza... ¡mucho! ─aclaro.

—¿Es solo eso?

—No, también me duele el pecho... ¡Mucho! —exclamo, para que quede precedente de mi mal estado de salud.

—¿Mucho? —cuestiona, siguiendo el hilo de mi relato.

—Ajá, mucho también —aseguro.

—De acuerdo, tome asiento en la camilla por favor —ordena, y como soy un especie de robot ante las órdenes, me levanto de un salto y hago lo que me pide, para que empiece con su revisión.

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