Capítulo 34

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Capítulo 34

Antonella

Me paro en medio de la sala mientras Enzo se despide de Cinnia, mirando hacia todas direcciones sin ser capaz de ver el resto de la estancia. Me alegra saber los logros de mi hermano, tener en un departamento de lujo, situado en un lugar residencial, lo que me hace recordar el día en que se fue de casa, con un pequeño bolso y sus ilusiones, mientras mi padre le gritaba que no sería nada en la vida sin su protección. Esa noche me quedé llorando hasta tarde, creyendo que realmente Enzo sufriría, y en el fondo, quién sufría era yo con su partida, y la ausencia que significó una herida profunda en mi al quedarme con los hombres que más me harían daño en la vida.
Después de mucho esperar, y consciente de que Cinnia y Enzo se gustan más de lo normal, decido mover los pies hasta quedar cómodamente sentada en el sofá, aprovechando de pensar en cómo ha cambiado mi vida desde que conocí a Diego.

Suspiro de vez en cuando, viendo el decorado minimalista y de buen gusto, lo que me hace pensar en que no pude jamás poner algo que realmente me gustara en mi casa, todo la decoración fue impuesta a los gustos de Bruno y su mamá, haciéndome pensar que yo no existía, hasta que llegaba un golpe o un regaño que me dolía, recordándome que, si existía, aunque en esos momentos deseaba estar muerta. Suspiro una vez más, y arrugo la frente dándome cuenta como mi mente me traiciona, extrañando mis muebles feos, mis artefactos, y a Bruno...

«¡Mentira!»

Mis párpados empiezan a pesar, y lucho con el cansancio, por lo que decido cerrar los ojos sin quedarme dormida, hasta que percibo que floto por el aire, con una sensación de seguridad inigualable. Abro los ojos abruptamente, y veo la mirada de Enzo, una muy parecida a la mía, y sonrío al darme cuenta de que estoy entre sus brazos.

—¿Dónde me llevas? —pregunto con voz somnolienta.

—A tu habitación... te quedaste dormida en el sofá.

«Pero si solo quería descansar la vista»

Suspiro contenta, agarrada firmemente a su cuello, aprovechando la compañía que me faltó durante todos estos años, hasta que llegamos a la que es mi habitación, y me deja sentada sobre una cómoda cama.

—¿Cuánto dormí? —pregunto, mientras me saco los zapatos, una pregunta que solo tiene una sonrisa de respuesta─. ¿Qué hora es?

—Eh... —balbucea rascándose la cabeza—. ¿Te gusta tu habitación?

—Si, muy linda, pero no me has dicho que hora es.

—Las dos... —dice al fin, sentándose a mi lado.

—¿¡Las qué!? —cuestiono dándome cuenta de que no descansé la vista, sino qué, me quedé dormida por horas.

—Las dos —repite rascándose la cabeza.

—¿Tienes algo que contar? —pregunto, recibiendo un movimiento de cabeza en negación—. De acuerdo.

—Será mejor que descanses, mañana debes trabajar.

—Si, por cierto, necesito pasar al baño ¿dónde está?

—Aquella puerta es el baño —indica, saliendo del cuarto, no sin antes darme un beso en la frente.

Veo como mi hermano lentamente me da la privacidad que necesito, y ahí me quedo, mirando una vez más hacia un punto fijo, hasta que resuelvo que es hora de asumir que me he ido del lado de Bruno, aunque es extraño estar en una habitación que no es la propia, y me pregunto, pues fueron seis largos años, que estará haciendo Bruno, dejándome un tanto melancólica, con una profunda tristeza porque nuestra convivencia pudo ser mejor, o por lo menos para mí, que recibía golpes y reproches de la nada.
Me levanto de mi cama, saco de mi bolso un pijama y mi cepillo de dientes y me dirijo al baño para cambiarme de ropa, pensando claramente en que con Cinnia nos iremos de compras, ocupando todos mis ahorros si es necesario, pues he dejado mi pasado, incluyendo mucha ropa en casa de Bruno.
Abro la cama, tocando las suaves sábanas, y me meto creyendo que es la cama más acogedora del mundo, por lo que sonrío y empiezo a cerrar los ojos para poder descansar, por lo menos un par de horas, hasta que un ruido en la puerta me alerta.

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