Capítulo 32

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Capítulo 32

Diego

Me siento feliz, aliviado de que hoy será la última noche de Antonella en la casa que comparte con Bruno. La mayor alegría es que se reencontró con su hermano, un familiar muy importante para que su vida cambie del todo.

Aunque son las once de la noche, y como ya es costumbre, paso por el cuarto de Marcus para ver qué este bien. Él está inquieto, como teniendo una pesadilla, me acerco a él, y al observar sus mejillas rojas, instintivamente toco su frente verificando que está con fiebre.

—Marcus —digo despacio para que no se asuste.

—Papá —lo escucho decir, fijándome que su garganta está mal.

—¿Qué te duele? ─pregunto.

—La garganta —responde, por lo que le indico que se siente en la cama y abra la boca para ver de qué se trata.

—Tienes la garganta muy roja. Espérame aquí, traeré el termómetro y medicina.

Me voy al cuarto que compartía con Ambra, entro despacio para que no note mi presencia, no me gustaría empezar a discutir en estos momentos en que mi hijo está enfermo; paso al baño donde está el botiquín, saco un termómetro y unos jarabes infantiles.

—¿Qué sucede? —escucho detrás de mí.

—Nada que pueda importarte —respondo a Ambra pasando por su lado.

—¿Por qué llevas eso? —cuestiona señalando los frascos de jarabes que llevo en mis manos.
Camino hacia la puerta sin responder a su pregunta, no obstante, me detengo al pensar bien las cosas y decido contarle lo sucedido, porque quiero ratificar como es realmente con nuestro hijo. A Ambra jamás le ha importado Marcus, nunca se ha quedado en vela por alguna enfermedad, al contrario, siempre salía con la excusa de que ella no era enfermera, por lo que dudo que ahora lo tome enserio.

—Marcus esta con fiebre, se queja de dolor de garganta —aseguro antes de seguir mi camino.

—¡Dame eso! —exclama levantándose a toda prisa de la cama, tomando los frascos que tengo en las manos.

Me quedo parado en medio de la habitación, intentado entender de alguna manera su forma de actuar, preguntándome que ronda por su cabeza.

Me acerco lentamente a la cama de Marcus, dónde Ambra está sentada en el borde intentando incorporar a nuestro hijo para darle el jarabe, y mientras la observo, pienso que es lo que siempre espere de ella, sin embargo, ya no hay vuelta atrás, ya no la amo, mi corazón pertenece a Antonella, y eso nada, ni nadie lo cambiará.

—Vamos cariño, debes beber el jarabe —escucho que sale de la boca de Ambra, con una ternura que me paraliza—, es la única forma que te sientas bien.

—Marcus, ayúdanos por favor, sabes bien que esto te hace bien —intervengo, sabiendo de que siempre a odiado los jarabes.

—No papá, eso no me gusta —aclara poniéndose a llorar.

—Si no lo haces, tendrás que ponerte una inyección —digo, sabiendo que no está bien asustar a los niños, y aunque Marcus es muy obediente, se transforma cuando se siente mal.

—¡No le digas eso por Dios! —exclama Ambra—. ¿No ves que lo asustas?

Abro la boca ligeramente aguantando los deseos de intervenir, pues estoy atónito con el nuevo comportamiento de Ambra, y me pregunto si realmente siente el pesar de su hijo, o simplemente es una artimaña como muchas ya vividas—. Vamos mi vida, hazlo por mamá, si tomas tu jarabe, prometo llevarte al parque... ¿de acuerdo?

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