Capítulo 30

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Capítulo 30

Diego

Estoy agotado después de una larga cirugía de urgencia, sin embargo, eso no me impide caminar de prisa hacia mi consulta para alcanzar a Antonella, no obstante, mi prontitud solo sirve para ver a mi pequeño conversando con mi asistente, pues Antonella no se ve por ningún lado.

—¡Hola, papá! —exclama Marcus al verme, arrojándose a mis brazos.

—¿¡Cómo está mi campeón!? —pregunto emocionado con su abrazo —. ¿Te has portado bien? —pregunto mirando a mi asistente, la cual mueve la cabeza en aprobación.

—¡Me he portado muy bien! —dice orgulloso de sí mismo, aunque debo reconocer que jamás lo dude.

—Así es doctor, es un niño encantador, no causa problema alguno —responde Mariona con una genuina sonrisa.

—Agradezco que te hayas hecho cargo —digo con sinceridad, sabiendo que no es su responsabilidad.

—No es nada doctor...

—¿Dónde está la maestra que ha traído a Marcus? —indago, aun sabiendo que se ha marchado.

—Se fue hace unos minutos... —responde, mientras me pregunto si podré alcanzarla.

—Ah..., vengo enseguida, olvide algo —miento.

Camino a toda prisa hacia el ascensor del ala norte, un camino más rápido que solo personal del hospital utiliza, hasta que llego a la planta baja, mirando hacia los otros elevadores, con la suerte de verla de espaldas hacia mí. Sonrío satisfecho y me acerco cauteloso para darle una sorpresa, pero el sorprendido soy yo al verla abrazada, con su cabeza sobre el pecho de un hombre tan alto como yo, dándole la calidez que tanto necesito en estos momentos. Me quedo paralizado viendo la escena, y más, cuando él le dice que la ama y ella corresponde a su sentimiento.

El mundo se me viene encima, con una sensación que, creo no haber experimentado jamás, y no me queda más que desolación y preguntarme que es lo que he hecho mal, además de no creer que mi Antonella haya estado jugando conmigo, sea una mentirosa, y debo tenerle piedad a Bruno.

—¡Antonella! —exclamo de pronto, con una tristeza que paraliza mi corazón.

—Diego... —sale de su boca, y lamento ser interrumpido cuando me toman de un brazo con evidente brusquedad.

—¡Debemos hablar ahora! —escucho, viendo a Ambra frente a mí, con una superioridad que no me sorprende, como si fuera dueña del mundo y de mi amor.

«Lo que me faltaba...»

Aprieto las manos en puño, con la ira rebotando por todos lados, queriendo alcanzar a Antonella para aclarar la situación, no obstante, estoy con una mujer exigente, una mujer que no deseo tener en mi vida. Miro hacia atrás, viendo a Antonella sorprendida con lo que sucede. Ella le susurra en el oído al desconocido, lo que hace que él me mire con atención, para luego tomarse de la mano y seguir su camino—. ¿Qué no escuchas? ¡Deseo hablar contigo ahora!

—¡Pero yo no deseo hablar contigo! —digo enojado, mientras me suelto de su agarre.

Doy un paso determinado a seguir a Antonella, queriendo saber quién es el hombre al cual abrazaba y le decía que lo amaba, pero Ambra me sigue desde atrás, por lo que decido detenerme dando un suspiro de frustración. Intentando pensar con la cabeza fría, y queriendo evitar un escándalo de parte de la que es aún mi esposa, decido enfrentarla—. ¿¡Qué!? —exclamo mirando sus ojos.

—No he venido hasta aquí para que me des un no por respuesta —dice haciéndose la simpática—. He pensado bien las cosas, y creo que ya es hora de hablar como personas civilizadas.

MIRAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora