Capítulo 6

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La cabeza de Patricio comenzó a rodar hacia el lado derecho, se movía con un poco de dificultad. Se detenía un momento cada vez que la nariz hacía contacto con el suelo pero siguió su camino. Ricardo y yo permanecíamos pegados a la ventanilla, esperando a que esa cabeza se detuviera. La cabeza de Patricio siguió rodando, en cada vuelta se teñía un poco más de rojo, la sangre esparcida en el suelo se adhería a su cabeza sin vida. La cabeza llegó a la pared y se mantuvo quieta, Ricardo se retiró lentamente de la ventanilla y yo me quedé observando, sabía que ya no iba a suceder nada pero de repente, explotó, la cabeza explotó, hizo un fuerte ruido y eso llamó la atención de todos, Ricardo nuevamente se pegó a la ventanilla para observar. No había nada, todo había desaparecido con esa explosión, no había sesos, ojos o pedazos del rostro que se pudieran visualizar, todo se había esfumado.

—¡Dios santo! —Expresó Cristy caminando hacia nosotros, me hice a un lado para que ella pudiera observar. Caminé hacia enfrente y abracé a Matías y a Lizzeth, estas personas eran las más jóvenes de este lugar y las menos capacitadas para comprender y ver este tipo de situación.

—Todo estará bien —les dije, Matías me abrazaba con fuerza, su oso de peluche aún lo sostenía con fuerza.

—¿Qué pasó? —Me susurró Lizzeth al oído, para que Matías no escuchara.

—Patricio —le respondí también en un susurro—, ha muerto y su cuerpo explotó. —Mentí, no iba a decirle que sólo la cabeza estaba ahí sin vida. Aunque de igual manera, decirle eso sonaba realmente perturbador.

Todos se hallaban cerca de las puertas, esperando ver por la ventanilla, lo único que podrían alcanzar a ver era el charco de sangre que se había formado, de ahí, nada más.

—Salgamos de aquí —dijo Cristy despegando su cabeza de la ventanilla, me vio con los dos jóvenes abrazados y sólo me sonrió débilmente para pasar por mi lado y dirigirse hacia las escaleras.

Victoria, Doroteo y la chica enferma de fiebre la siguieron.

—Vayan con ella —dijo Ricardo refiriéndose a Matías y Lizzeth. Ellos asintieron y se alejaron de nosotros, la maestra Ximena también subió las escaleras.

—¿Ese niño sabe lo que sucedió? —Me preguntó Ricardo una vez solos en el cuarto. Donato miraba atento por la ventanilla.

—No —le contesté—, él cree que esto es un juego.

—Ojalá fuera así —Ricardo apretó los labios y se llevó las manos a los bolsillos de su pantalón, agachó la cabeza y un silencio incómodo y aterrador se hizo presente.

—Aquí abajo ya no habrá nada —dije rompiendo el silencio—, volvamos ahí arriba.

—Ahí arriba tampoco habrá nada —dijo Ricardo con impotencia, se giró y miró a Donato—, de igual manera. ¿Te vas a quedar aquí abajo hombre?

Donato lo vio y caminó hacia nosotros, la energía en nosotros comenzaba a apagarse y ya se notaba el estrés y la desesperación en él. Su madre ocupaba una transfusión de sangre, obviamente estaba desesperado y lo comprendía.

Subimos de nuevo, la puerta quedó abierta por si algo ocurría por debajo de las escaleras, así bajaríamos de inmediato.

Ya nadie hablaba, todos estaban sentados en el suelo y recargados a la pared del pasillo principal. Me acerqué a donde estaban Doroteo y la chica enferma de fiebre, era momento de conocer a estos dos un poco más.

—¿Qué quieres? —Preguntó Doroteo de mala gana, la chica me vio y me sonrió débilmente, me percaté de que tenía unos penetrantes ojos color verde.

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