Capítulo 27

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—¡No! ¡No! ¡No! —Grité, esto no podía estar pasando. Moví al niño una y otra vez pero él no daba señales de vida—. ¡Matíaaas! —Grité mientras mi lágrimas caían. El cáncer no podía acabar así con él, no de esta manera. Lizzeth, Johana, Cristy y Donato, todos estábamos a la espera de que el niño volviera a despertar, todos tumbados en el suelo mientras yo lo cargaba en mis brazos—. Matías despierta por favor —le supliqué, me dolía que no lo hiciera.

—Matías —le dijo Lizzeth con su cara empapada de lágrimas, estaba colorada y muy asustada, tocó su cuerpo y lo acarició cariñosamente—, no puede ser.

—Ay Dios mío, esto no puede estar pasando —dijo Cristy sollozando—, no con Matías.

Matías no podía morir, le quedaba muchísima vida por delante, Dios no podía arrebatarle así la vida, así de cruel. Matías era un gran niño. Desde que entré al lugar el confió plenamente en mí, creyó desde el principio que yo era el jugador supremo, la persona que lograría terminar con el juego en el que supuestamente estábamos. No podía con esto, yo le había prometido que lo sacaría, que volvería a ver a su madre, que iría con ella y la abrazaría, que íbamos a ganar en este juego. Él, era un niño muy inocente, con nueve años aún cargaba con ositos de peluche porque creía que su abuelo estaba dentro de él.

—Matías despierta —habló Johana acercándose hacia el débil cuerpo de Matías—, por favor no nos hagas esto niño. Tú eres muy fuerte, muy valiente, tienes que luchar aún más, tienes que sobrevivir Matías, debemos salir todos juntos de aquí. —Se tiró al suelo, no podía con su dolor, Lizzeth la abrazó y ella se levantó para también abrazarla.

Cargar su cuerpo sin vida era como estar cargando una almohada, completamente débil, liviano, sin un síntoma de fortaleza en su interior. Lo abracé y su cabeza cayó en mi hombro de manera brusca, la sostuve y acaricié sus pequeños cabellos que se avecinaban, y que ahora, ya nunca más iban a seguir creciendo. Lo apreté con fuerza, llegué a amar a este niño con tan sólo unas horas de conocernos, todos lo habíamos hecho, encariñarnos con este niño tan simpático y alegre era fácil, y ahora nos teníamos que despedir de él y no de una buena manera. Me dolía no haberle dicho nunca la verdad, vivió engañado sus últimos momentos creyendo que todo iba a salir bien, que pronto ganaríamos este juego.

Su mano se abrió, dejando caer al osito de peluche al suelo, dejando sonar la canción de nuevo y posiblemente, por última vez.

Pin pon es un muñeco muy guapo y de cartón. Se lava la carita con agua y con jabón.

Se desenreda el pelo, con peine de marfil, y aunque se de estirones no llora ni hace así.

Cientos de recuerdos volvieron a mí, como la primera vez que escuché esa canción desde el osito de Matías, la vez que se disculpó apenadamente porque había dejado caer al osito sin querer y sonado la canción. Sabía que de ahora en adelante, cada vez que escuchara esa canción mis momentos con Matías se harían presentes, y me culparía miles de veces por su muerte, por haberlo engañado durante su estancia y por haberle prometido algo que no pude cumplir.

Donato se acercó y colocó sus manos en la espalda de Matías con intenciones de quitármelo, seguramente quería cargarlo, después de todo, él también tuvo sus momentos con el niño. Se lo facilité y él se lo echó al hombro, como hace unas horas que lo cargó dormido, pero ahora la situación era distina.

—Lo siento mucho —dijo mientras caminaba hacia las escaleras dispuesto a subirlas—, Matías ya no puede estar aquí con nosotros. Si lo vemos en este estado nos vamos a sentir peor, debo llevármelo hacia donde están los demás cuerpos, y colocarlo ahí con ellos.

—¡No! —Le gritó Lizzeth y se levantó, corrió con Donato y trató de arrebatarle a Matías pero Donato no se lo permitió—, no puedes llevártelo.

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