Capítulo 10

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—¡El gatito! —Gritó Matías con una cierta emoción en su rostro que la contagiaba de inmediato. Lizzeth no se había percatado de él y al verlo sus ojos se iluminaron de alegría.

—¿Cómo entró aquí? —Preguntó Doroteo desde su lugar. Era una pregunta demasiado extraña. ¿Cómo había regresado por este lugar si abajo no hay ni entrada ni salida? Solamente esta puerta.

Lizzeth se agachó cerca del gato y él pasó por sus piernas mientras apretaba su cabeza en ellas, al parecer el gato ya le había tomado cariño a Lizzeth y así se lo demostraba. Lo tomó en sus manos y se levantó junto a él mientras lo miraba a la cara sonriendo.

—El gato no tenía ningún medio por el cual regresar por el mismo lugar —Expresó Doroteo. Pero tanto Lizzeth como Matías lo ignoraban, al parecer sólo yo escuchaba sus palabras.

Doroteo observó a su hermano y giró de nuevo hacia el cuarto, analizó la entrada y no lo pensó dos veces antes de comenzar a correr y bajar por las escaleras.

—¡Doroteo! —Le gritó su hermano antes de correr tras él.

La maestra Ximena. Pensé en ella y de inmediato seguí a los gemelos. Ella estaba ahí abajo y si el gato pudo regresar, quizá fue porque alguien abrió esas puertas para llevarse su cuerpo. Por eso Ricardo pensó que nos vigilaban. Por eso la luz roja se había apagado, porque quizá se habían llevado el cuerpo de la maestra Ximena.

Al llegar al piso de abajo nos enteramos que todo estaba en orden. El cuerpo de la maestra estaba ahí, recargado a la pared de las escaleras. Me dio una profunda tristeza verla en ese estado, completamente bañada en sangre, sin nadie que pudiese reclamar su cuerpo. Sin nadie que pudiera llorarle en su funeral.

—No puede ser —se quejó Doroteo observando por la ventanilla, Donato estaba tras él tratando de entender lo que quería ver su hermano, el motivo de por qué bajó de repente.

—¿Doroteo qué sucede? —Le preguntó colocando una de sus manos en su hombro. Doroteo permaneció quieto, no le molestaba tener la mano de su hermano en el hombro. Ambos hermanos ya tenían arrugas en su rostro, un rostro acalorado en el que las gotas de sudor ya estaban presentes.

—Ya no lo sé —contestó él mientras daba media vuelta para quedar frente a su hermano. Colocó sus brazos en su cintura y nos observó a ambos—. Creí que esta puerta se había abierto de nuevo, por eso el gato pudo entrar. Pero no fue así, la puerta continúa sellada igual desde que la vimos por primera vez.

—Todo es tan confuso —dijo Donato acaparando la atención—. El gato, la trampa que asesinó a Ximena, las luces rojas, el ruido en las escaleras. Nosotros aquí. ¿Cuándo encontraremos las respuestas que necesitamos?

—Volvamos allá arriba —dije—. Es mejor que estemos todos juntos. Tarde o temprano esto tendrá que acabar. No podemos estar encerrados aquí de por vida.

—No —interrumpió Doroteo mientras me veía con frialdad—. Es más probable morir de hambre antes de salir. Ni siquiera sabemos el motivo del encierro.

—¿Encontraron algo? —La cabeza de Johana se asomó por el balcón, su cabello estaba en caída libre hacia abajo y nos miraba con preocupación—. Necesito que vengan a ver al gato. No demuestra signos vitales, no respira, no hace ningún ruido. Solamente camina por todos lados, ni siquiera se detiene.

Volvimos. Ricardo y Cristy ya habían abandonado el cuarto, ahora estaban los dos uno de lado del otro alejados de Lizzeth, Victoria y Matías. El gato caminaba por todo lo que era el hospital con la mirada siempre fija al frente, de vez en cuando giraba a ver a los lados. Parecía un robot, pero no lo era, el gato se sentía demasiado real.

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