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Nathaniel no sufrió ningún daño, pero suspiró al ver todas sus cosas esparcidas por el pasillo. La gente que pasaba a veces se tomaba la molestia de caminar con cuidado para no pisar nada, pero algunos pasaban descaradamente por encima, como si de basura se tratase. Nathaniel se apresuró en arrastrarse por el suelo para ir recogiendo poco a poco sus cosas. Cuando las metió todas en la mochila, la cerró con irritación y se fue caminando hasta la salida, con la mayor rapidez posible.

Hoy no quería ver a nadie más que a su hermana. No se creía el hecho de que lo hubiese ayudado así, porque sí. Aunque nadie más acudiera a él, ella no iría en su búsqueda.

Al salir, se dirigió a un banco que cerca había y abrió su mochila para sacar el teléfono y llamarla, porque era obvio que él ni de coña se iba a presentar en casa de sus padres.

Nathaniel tuvo que sacar todas sus cosas de nuevo para buscar su móvil, el cual no estaba en la mochila. Miró en sus bolsillos y no obtuvo un resultado positivo. Entonces, suspiró de nuevo y cerró los ojos, dejando caer la cabeza hacia atrás al darse cuenta de que alguien le había quitado el teléfono cuando cayó. 

El rubio volvió a meter todas sus cosas en su mochila y se dirigió a la casa de sus padres, ya que no había otro remedio. Llegó sorprendentemente rápido, y llamó a la puerta suavemente. 

Cuando la puerta se abrió, Nathaniel suspiró con alivio al ver que era Ámber quien se encontraba tras la puerta. Escondía su cuerpo tras la puerta y miraba con fastidio a su hermano, quien aún no pillaba la situación.

—Hola—dijo él, extrañadamente feliz. Ámber no respondió, y el otro frunció el ceño. Luego, abrió los ojos—. ¿E-estás en ropa interior?

Ámber asintió frenéticamente, impaciente. Nathaniel hizo una mueca y le indicó con señas que esperaría a que se cambiara. Esta asintió y se despegó de la puerta, dejando a la vista al mismo tiempo su cuerpo semidesnudo. Nathaniel miró a otro lado, y observó por el rabillo del ojo otra vez. Observó una mancha en el centro de su espalda y frunció el ceño cuando la puerta se cerró en sus narices.

¿Pero qué tenía en el cuerpo?

La puerta se abrió de nuevo y Ámber apareció detrás de ella, su ropa cotidiana no tendía a taparla mucho, pero hoy iba bastante abrigada. Nathaniel se acaloró sólo con verla tan tapada y la rubia salió, cerrando la puerta a sus espaldas.

—¿Qué quieres?—cuestionó con frialdad mientras caminaba al ritmo de su hermano. Para Ámber, que fuesen hermanos no indicaba que tenían que tenían que tratarse con amabilidad.

—Y-yo... Me preguntaba qué es lo que tienes en la espalda y en el brazo—murmuró, recordando la mancha que vio en su brazo cuando se levantó en las clases, la manga de su abrigo accidentalmente se levantó.

Ámber lo miró como si fuese tonto, y luego volvió la vista al frente, repitiendo varias veces el acto de menear su cabello con superioridad.

—No sé de qué me hablas.

Nathaniel rodó los ojos y agarró su brazo, levantando la manga de aquel abrigo y dejando a la vista aquella mancha que no tenía la pinta de ser un moratón porque era demasiado oscura como para serlo.

—El de tu espalda es algo más grande—dijo mientras sentía que Ámber tiraba furiosa de su agarre y volvía a taparse—. ¿Qué es?

—No te importa.  

—Soy tu hermano, Ámber, no lo olvides.

—Pero no nos llevamos bien—dijo casi interrumpiéndolo, con una mueca y sacando del bolso un pequeño pintalabios. Nathaniel bufó al ver cómo se ponía el pintalabios por decimoquinta vez.

—A mí me gustaría llevarme bien contigo—murmuró él tímidamente mientras miraba al suelo, una risa de ironía salió de los labios de su hermana mientras tomaba la muñeca del contrario y lo sentaba en un banco.

—No le digas a papá que te lo he contado—espeta Ámber, jugando con sus manos.

Nathaniel estuvo a punto de responder, pero una sombra pasó por delante de él. Cuando levantó la vista, la figura de Castiel se hallaba caminando frente al rubio. La misma chica que llevaba aquel vestido rojo lo acompañaba, y ambos charlaban tranquilamente. Aquella chica, a decir verdad, no le sonaba para nada, y tampoco tenía derecho a sentir celos, por lo que simplemente miró a otro lado.

—¿Eso te lo ha hecho papá?, ¿por qué?

—Nathaniel... Es algo que merezco.



Liar © (CN #1) Where stories live. Discover now