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Castiel.

Ese doloroso nombre que se repetía constantemente en cada costado de su mente, prohibiendo así la búsqueda de su relajación.

Nathaniel no pudo evitar hacer una mueca en cuanto escuchó aquello mismo y, tragando saliva en seco acomodó sus prendas mientras miraba por el rabillo del ojo a Ámber, que esperaba expectante una respuesta por parte del rubio.

—¿Y?...

Con la misma mueca que había tirado de sus labios, fue esta vez Nathaniel quien se sentó en el sofá, tratando de acomodarse en este para no mostrar los nervios que sentía en aquel momento desde que escuchó el nombre de Castiel.

—Bueno... —Ámber volvió a acercarse a él, sentándose a su lado y mirando al techo mientras cogía una bocanada de aire—. Me ha repetido lo muy enamorado que está de tí.

Su garganta se atascó nada más escuchar aquello último. Entonces, a través de aquel ataque de tos que había atizado contra él, intentó hablar:

—¿Q-Qué?

—Sí, bueno... No se le veía muy bien —continuó su contraria casi con total despreocupación—. No se le ve en muy buenas condiciones. Además... Me ha dicho que siente mucho todo lo que ha pasado.

El ataque de tos fue a mayor, haciendo así que su hermana comenzase a preocuparse a base de un par de palmaditas en su espalda como forma de ayuda. Y, cuando se encontraba casi totalmente estable se levantó del sofá con total disposición a buscarlo, pero fue detenida por la rubia.

—¡No, no vayas a buscarlo!

—¿Por qué? —Cuestionó, con tono serio y cruzándose de brazos.

—Me pidió que no te contase nad--

—Creo que me da igual lo que te haya pedido o no, Ámber —concluyó mientras caminaba con pasos firmes hasta la puerta—. Tengo que hablar con él.

Quiso finalizar allí mismo la conversación. Por lo tanto, agarrando con seguridad el pomo de la puerta, volvió a marcharse.

Comenzó a caminar, casi sin un rumbo fijo. Simplemente miraba al cielo y suspiraba de vez en cuando, pensando arduamente una respuesta favorable a todo lo que se le estaba pasando por la cabeza. No, no se esperaba para nada escuchar eso de que Castiel seguía perdidamente enamorado de él, y mucho menos después de todo lo que había pasado. Nathaniel había intentado cortar por lo sano con aquello y olvidarlo durante aquel tiempo en el que no había hablado con él (excepto por aquella escena en el baño), pero se le hacía totalmente imposible borrar aquel nombre de su mente. Aquel rostro, aquellos besos, aquel amor...

No podía simplemente dejar de lado a Castiel. Tenía al menos que dejarle claro que se arrepentía mucho de todo lo que había hecho.

Castiel no se merecía a alguien como él.

Pero así era el amor.

Sin siquiera darse cuenta consiguió llegar a casa de Castiel, y en ese mismo instante se percató de que no recordaba en qué momento su -esta vez- exnovio le había dado la dirección de su casa.

Presionó sus labios entre sí y, haciendo un esfuerzo por aparentar la mayor seguridad mental en sí mismo, cogió una bocanada de aire antes de limpiarse el sudor de las manos contra el pantalón y tocar el timbre con suma delicadeza. Tenía miedo. No quería ver cómo aquella puerta se abría. No se sentía capaz de hablar con su mayor, pero sentía que en cualquier momento no tendría la oportunidad de hacerlo nunca más porque Castiel dejaría su amor por él, como era obvio ya.

La puerta se abrió.

Nathaniel tardó un par de segundos en reaccionar; su cabeza había caído como un peso muerto hacía unos segundos, por lo que, tras levantar lentamente la cabeza, pudo encontrar con facilidad los ojos grises y penetrantes del pelirrojo.

Liar © (CN #1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora