»Capítulo final

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Nathaniel vislumbró un movimiento a través de la bruma de luz que había al frente y se preguntó si sería alguien o quizás el bloqueo mental que lo atacaba siempre de mañana. Miró al frente con gesto somnoliento y después de levantó, esforzándose por ver a través del fosfeno y así poder comenzar a vestirse de una manera algo más formal: hoy era el último día de clases en aquel curso e iban a hacer una fiesta de despedida.

Ya habiendo acabado su cometido, hacia su izquierda, los perfiles impresivos de varios profesores eran apenas visibles a través de la oleada de alumnos, que, impacientemente emocionados, esperaban para poder llegar hacia el gimnasio, que era donde se iba a celebrar aquella fiesta. Nathaniel simplemente seguía aquella marea de gente, procurando que su cabello no se despeinase.

Habían pasado dos meses desde la última vez que habló con Castiel, pero él seguía recordándolo todos los días, pensando en sus últimas palabras y en todo momento intentando borrarlo de su mente, intentando olvidarlo para no volver a saber nada de él, pero se le hacía completamente imposible: lo veía casi todos los días, en los pasillos, en el recreo, en la puerta, no podía olvidar a alguien que aún estaba presente, que no se marchaba y que aún seguía martillando su mente.

Llegó finalmente y se colocó al final, recibiendo un par de saludos por algunos compañeros de clase. Pero él simplemente sonrió y miró a otro lado.

A él nunca le habían gustado las fiestas, ni los eventos grandes con muchas personas. Él prefería la tranquilidad, una quedada pequeña y ya está, no encontrarse ahora en el gimnasio de su instituto, con la música a reventar de volumen y alumnos por aquí y por allá. ¿Dónde habían ido los profesores? No lo sabía, pero de lo único de lo que era consciente ahora era de que tenía que intentar pasar el rato de la forma más amena posible.

Una bebida. Dos. Hablaba con alumnos y luego se daba la vuelta para continuar caminando y hacer el mismo recorrido repetidas veces.

Claro, hasta que una voz que se emitía por los altavoces llamó la atención de todos los alumnos.

—Acérquense todos al escenario, Castiel y Lysandro quieren hacer un concierto.

Los gritos atronaron el lugar en aquel momento y Nathaniel se quedó sin habla, mirando a un punto al azar mientras se metía las manos en los bolsillos. Todos los alumnos amaban la música de Castiel y Lysandro y, siempre que podían, le pedían a estos mismos que hicieran algún concierto. Por eso ellos eran populares en el instituto, hacían música que le gustaba a todo el mundo.

Nathaniel notó cómo toda la gente comenzaba a ir hacia el escenario, pero él realmente no quería hacerlo. Quería quedarse en algún banquillo sentado, mirando su teléfono y esperando a que la fiesta terminara. Era más cómodo para él permanecer al margen de todos los eventos, de todo lo que el instituto planeara pero se le hacía más difícil siendo el delegado principal, el que siempre tenía que ayudar a la directora a organizarlo todo.

Una vez toda la gente se reunió alrededor del escenario mientras Castiel y Lysandro subían al mismo junto a un profesor, que, con el micrófono en la mano, observaba a todos los alumnos y preguntaba un «¿Ya estáis todos?».

—No. —Pudo escuchar a Lysandro, hablando también por el micrófono para que todos pudieran escuchar—. Nathaniel está allí.

El rubio tragó saliva en seco cuando notó que había pasado a ser el centro principal de atención en aquel lugar. Podía notar la mirada de muchas personas en él, que simplemente estaba sentado, mirando su teléfono y haciendo como que no escuchaba nada. Entonces, cuando escuchó que Lysandro lo llamaba para que se acercara y pudieran comenzar, nathaniel simplemente lo miró con una sonrisa suave e hizo un gesto con la mano, esos de "no iré, empezad sin mí".

La gente volvió a girarse y Lysandro ajustó el micrófono de Castiel, mientras las luces se apagaban. Nathaniel suspiró aliviado, pero el mismo aire se escapó completamente de su cuerpo cuando los segundos pasaron y la música no empezaba.

—Nathaniel..

Escuchó su voz.

—Ven.

Sus manos temblaron cuando volvió a oírlo. Su voz, lo estaba llamando y él sólo podía mirar al suelo sin saber qué hacer, hasta que segundos después alzó la mandíbula y miró a Castiel directamente desde la lejanía, quien también lo estaba observando directamente y posiblemente esperando a que sus llamados no fueran en vano.

Dos meses, que quizás para el pelirrojo habían sido más que suficientes para olvidarlo todo pero no para nathaniel. Dos meses que no habían servido para nada. Dos meses de esfuerzo y ganas de tirarlo todo por la borda, esfuerzo que luego no había valido nada, porque todas aquellas emociones habían vuelto a nacer de nuevo dentro de él simplemente con escuchar su nombre salir de los labios de Castiel.

Se quedó así varios segundos, compartiendo su mirada desde lejos con su mayor, hasta que después se armó de valor y se levantó del banquillo. Comenzó a caminar a paso tembloroso, notando que la mirada de Castiel aún estaba puesta en él y, una vez llegó junto al resto de alumnos, sintió de nuevo que iba de incógnito ya que nadie lo estaba mirando después de oír el «Vale, ya podemos empezar» de Castiel.

Efectivamente, la música comenzó. Castiel tocaba la guitarra y Lysandro cantaba. Las luces terminaron de apagarse y entonces sólo eran ellos dos quienes llamaban la atención, bajo varios focos de colores y un montón de gritos fanáticos por parte de muchas personas. Nathaniel disfrutaba la música que escuchaba pero en aquellos momentos no necesitaba eso. No necesitaba estar en un concierto de él

Nathaniel sabía que el propósito de la vida era ser feliz. No sabía como, pero si la razón.

La vida está para vivirla. De lo contrario no sería vida. Hace varios años, prometió que sólo se enamoraría del arte. Esto se debía, principalmente, a que el arte era increíble. Y no hacía daño.

Podías pasarte horas contemplandolo. Puede que no fuera hermoso, pero si atrayente. Embaucador. Intuitivo.

No todo lo hermoso era arte. Ni todo el arte era hermoso. No sabía muy bien como definir que era arte y que no. Esto dependía de cada persona, de cada mente, y de cada momento.

Para él, aquel joven era arte. Y no porque se veía hermoso, ni mucho menos. No sabía por qué. Pero había una razón suficiente para elegirlo una y mil veces.

Supo el chico en el momento que lo conoció que había algo en el interior de su contrario que necesitaba. Aunque estaba equivocado. No necesitaba algo de él. Lo necesitaba a él.

Hay momentos, lugares y personas que pasan por nuestra vida. Muchos de ellos no se vuelven a recordar. Como si fueran esos sueños que vives, recuerdas, y al despertar nunca más vuelves a acordarte de ellos. En cambio hay otros momentos que nunca se olvidan. El primer beso, aquella canción, y, sobretodo, ciertas personas. Esa persona que da igual el tiempo que pase, dónde vivas y con quién. Esa que recuerdas en cualquier lugar inesperado, y que sólo con recordarla eres capaz de temblar. Que aunque intentemos disimularlo, hay sensaciones que ni el corazón es capaz de esconder.

Y hay que compartir más seguido momentos con esa gente mágica. Esos que cuando te ven llegar, te sonríen y te contagian su alegría. Que te hacen sentirte afortunado por el sólo hecho de habértelas cruzado. Que te hacen creer, al menos por unos instantes y al contrario de lo que todos pensamos siempre, que sí valemos la pena.

Lo necesitaba. Él era como el veneno. Un veneno dulce. Y Nathaniel era una víbora.

Pasaron varios minutos hasta que lo miró. Tan perfecto, bañado por los rayos de las luces. Tan bello que la única comparación factible era en grado superlativo.

Entonces se dio cuenta de que había encontrado el arte, y que este no se valoraba por lo hermoso que era, sino por lo que te hacía sentir. Y ese era el propósito de la felicidad.

Él era su felicidad.
Y Nathaniel sabía que el propósito de la vida, era ser feliz.

Liar © (CN #1) Where stories live. Discover now