»25

1.7K 163 5
                                    

Sus manos se apretaron con tal fuerza contra la mesa, que pensó que en cualquier momento la haría crujir. Cuando la irritante campana se perdió en sus oídos, tardó menos de dos segundos en agarrar su mochila y salir escopeteado del instituto: No quería acabar de nuevo acorralado contra una pared y a menos de dos metros del pelirrojo.

Su caminata no cesaba y su cabeza no dejaba de trabajar arduamente. Realmente comenzó a plantearse el hecho de que necesitaba ayuda psicológica de verdad.

Metiendo las manos en su bolsillo, comenzó a hacer muecas diferentes como forma de entretenimiento. No le hacía especial ilusión eso de ir a su casa, así que continuó vagando por las calles de su ciudad, hasta que una idea se posó en su mente.

Esta vez tomó un rumbo concreto, pero continuó caminando como un completo autómata. Cuando sus pies cesaron frente a la puerta de casa de Ámber, su mirada recorrió las ventanas de alrededor para asegurarse de que había alguien en casa. Luego, pasó la mano por el timbre y suspiró, extrañamente nervioso. Cuando presionó el timbre, la puerta se abrió casi en el mismo segundo.

Pero no era Ámber quien se encontraba frente a él.

Sus hombros se tensaron y sus facciones se endurecieron ante la imagen de su padre frente a él, quien simplemente se quedó quieto, mirándolo como si de un completo desconocido se tratase.

—Papá—

—¿Qué? —Murmuró, interrumpiéndolo.

—Dile a Ámber que baje.

Su padre lo miró, totalmente absorto (o al menos eso decía su cara). Segundos después, dio un paso atrás y le cerró la puerta en las narices a Nathaniel, sobresaltándolo. Este abrió los ojos y decidió esperar un rato, pues a lo mejor sí que se apiadaba de él e iba a llamar a su hermana.

Extrañamente, lo hizo. Y no sabía porqué, pero tener a su hermana frente a él lo ilusionó bastante. No sabía en qué momento le había cogido aquel peculiar cariño a su hermana. Además de que tenía muchas cosas de las que hablar con ella, claro.

Ella lo saludó sacudiendo su cabello y comenzó a caminar sin siquiera pensar en esperarlo. Con un par de zancadas, su hermano la alcanzó y, aprovechando eso de que comenzó a sentir que aquel cliché silencio incómodo comenzaba a llegar, se dio la oportunidad de hablar.

—Oye, Ámber —dijo desinteresado—. ¿Qué es eso que te pasa con Kentin?

Ella tardó en captar el mensaje pero, cuando lo hizo, una mueca se dibujó en su rostro. Continuó caminando, evadiendo la pregunta totalmente. Está bien, no quería responder a esta pregunta, pues otra.

—Y... ¿Qué eran esas manchas en tu brazo?

Su cuerpo se tensó, pero repitió el mismo círculo que la pregunta anterior. Nathaniel, bufando para sus adentros y, cuando estuvo a punto de responder de nuevo, Ámber se adelantó:

—No hagas preguntas que a tí tampoco te gustaría responder. Es igual que si te pregunto qué pasó con Toby, o qué era lo que ocurrió para que Castiel y tú os pusierais a discutir en el baño sobre la autolesión. Así que cállate. Punto.

Nathaniel se inmutó mentalmente, a pesar de seguir caminando detrás de su hermana. Comenzó a pensar y no tardó mucho en darse cuenta del error garrafal que había cometido Ámber; había respondido indirectamente a las preguntas. A lo mejor no cometió ningún error y lo dijo a propósito, pero no tenía pinta de que fuese así.

Ámber había relacionado a Kentin con Toby y lo sucedido con el mismo, y relacionó las manchas en su brazo con la autolesión.

Decidió no decir nada. Si bien no quería hablar era respetable, pero... Le entró cierta curiosidad. En él comenzó a aflorar un sentimiento de... Comprensión. Él mismo había pasado por preguntas similares y comprendía el porqué a la negación de las respuestas.

Y luego, su cabeza lo devolvió al suceso con Castiel. A él, en general.

No estuvieron mucho tiempo más. Estuvieron hablando de cosas en general, pero de vez en cuando se mencionaba al pelirrojo y a lo muy perdido que estaba como para acorralarlo con el primordial objetivo de hacer sentir mal a Nathaniel, y terminando él mismo tratando de consolar al rubio.

Ámber, cuando quería, podía ser una chica increíble. Ojalá más gente tuviese la oportunidad de ver eso.

Cuando Nathaniel llegó a casa, se dio cuenta de que el sol lo había acompañado hasta el portal para luego desaparecer. Tuvo suerte, pues sabía que, si se hubiese retrasado un pelín más, ni el mismo ínfimo centelleo de las farolas conseguiría iluminar con certeza su camino.

Estaba tan exhausto que, al llegar, no hizo nada más que dirigirse a su habitación y tumbarse en la cama. Se quedó mirando al techo, dubitativo. Comenzó a pensar en todo lo que estaba ocurriendo en su vida y en todo lo que tenía que descubrir. Era agotador.

Sus ojos comenzaron a pensar ante aquellos pensamientos, así que decidió no tratar de combatir el sueño y cerró los ojos, quedándose dormido casi instantáneamente.

•••

Sábado. El sol apenas se dejaba mostrar gracias al cúmulo de nubes que había crecido en el cielo. No era un día especialmente perfecto, pero aún así, la gente salía a la calle con total despreocupación, quizás más que entre semana.

Nathaniel no se había levantado demasiado tarde, por lo que se quedó un rato más en casa antes de salir. Últimamente no estaba estudiando mucho (quién podría en su situación), por lo que decidió marchar hacia casa de su padre para recoger las últimas cosas que allí tenía y ponerse al tanto de los exámenes. A pesar de que estaban en las últimas semanas antes de las vacaciones de Navidad, aún habían bastantes exámenes pendientes por hacer.

Nathaniel comenzó a desvestirse. Repentinamente, una sensación extraña dominó su cuerpo. Se miró al espejo, y una mueca triste se dibujó en sus labios.

Su mirada únicamente paró en su brazo. Habían algunas heridas que aún no habían sanado completamente, y otras que sí, de las cuales algunas habían dejado cicatriz.

No es que aquel sentimiento fuera exactamente de arrepentimiento, pero comenzó a pensar que, quizás, hubiese podido evitarlo e ir por otro camino que no fuese aquel.

Decidió dejar de pensar en aquel suceso tan diligente y salió de la habitación cuando ya se había terminado de preparar. Se dirigió a la puerta con pasos paulatinos y, cuando abrió la misma, sus pies se detuvieron en seco.

Pero... Qué extraño. ¿Por qué estaba ahí?

Su teléfono móvil, el cual había perdido hacía un tiempo, se encontraba sobre la alfombra de su domicilio. Estaba en perfecto estado, tal y como la última vez que lo vio. Con frenetismo lo agarró y lo encendió, viendo que no tenía batería. Perfecto.

Antes de salir, dejó el teléfono cargando para que, cuando llegase, tuviese al menos un poco más de batería. Pero en cuanto conectó el teléfono y lo encendió...

Vio en las notificaciones demasiadas cosas que lo sacaron de sus casillas.

Lo subo hoy bc mañana estoy en un rodaje bai

Liar © (CN #1) Where stories live. Discover now