Capítulo 2: Dulces Sueños.

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Conversations in the dark de John Legend se reproducía en mis auriculares mientras me dirigía hacia Katia's Coffees, la cafetería en la que trabajaba mi madre adoptiva. Me había pedido que le echara una mano y sintiéndome culpable por lo que había ocurrido en el instituto, acepté.

Por desgracia, me descubrió curándome la herida con lo cual tuve que inventarme una excusa y no se me ocurrió otra cosa que confesarle que tropecé con un escalón en el instituto.

Típica excusa, lo sé.

Menos mal que por suerte se lo creyó pero odiaba mentirle.

Odiaba mentir, prefería ocultar la verdad.

Aunque la vida me había obligado a hacerlo.

Por esa misma razón decidí ayudar a Katia, para limpiar mi conciencia y sinceramente, también lo hice porque no tenía nada mejor que hacer.

Agradecía haberme puesto esta mañana mi calentito jersey de lana grueso porque esto parecía el Polo Norte. En mi opinión un buen jersey y una taza de café eran la mejor forma de sobrevivir al duro invierno.

Me dejé caer sobre una de las sillas de la cafetería, estaba agotada; me había pasado toda la tarde sirviendo bebidas y recogiendo alguna que otra propina. Eso no quería decir que no me gustara trabajar de camarera, al contrario, me divertía y me alejaba de mi rutina diaria porque todos los clientes siempre tenían algo que contar. Algunos me preguntaban sobre el telediario, sobre la clase de molido del café, sobre el tiempo. Otros preferían hablar sobre los cotilleos que se rumoreaban en las calles, sin embargo, los que más me alegraban las tardes eran aquellos que se interesaban por los pasteles de fresa o bien los de limón que eran mis favoritos y yo encantada les resolvía todas sus dudas. Aunque en realidad el mérito no era mío sino de Katia, ella tenía muy buena mano para los dulces por lo tanto su ayuda nunca me venía mal.

Por fin había acabado con todos los clientes así que aproveché para darme un capricho y me serví una taza de café acompañado de un pastelito de fresa, me puse los cascos y me dejé guiar por las canciones de la radio. Ahora estaban retransmitiendo música clásica, mi estilo de música favorito.

Vicky siempre gruñía cuando la escuchaba, no entendía cómo me podía gustar la música compuesta por Mozart, Beethoven, Haendel o cualquier compositor perteneciente a esos años. Ella estaba acostumbrada a escuchar canciones más actuales, a diferencia de mí que parecía sacada de otra época.

Siempre había fantaseado con la idea de vivir en esos tiempos, con sus carruajes, palacios y vestidos de encaje. A veces soñaba con subirme a una máquina del tiempo y viajar al pasado. No quería vivir rodeada de lujos ni de jóvenes adinerados, no, lo único que pedía era poder andar por las calles como una mera espectadora, observando todo lo que ocurría a su alrededor con una pizca de curiosidad. Al pensarlo, sonreía como una estúpida y un montón de preguntas acudían a mi cabeza. ¿Cómo serían las calles? ¿Anchas o estrechas? ¿Y sus casas? ¿Cuáles serían sus tradiciones? ¿La Torre Eiffle sería tan alta como lo era en la actualidad? ¿Notre Dame sería tan preciosa como lo es ahora? ¿Y qué me decís del Taj Mahal?

Aunque, en realidad, lo que más me impresionaban eran los vestidos y trajes que utilizaban los miembros de la realeza, eran preciosos o al menos eso pensaba de aquellos que aparecían en las películas.

Me prometí a mí misma que algún día me compraría un vestido muy largo y recargado, tan largo que la gente se apartaría dos metros por miedo a pisarlo.

Mientras que pasaba el tiempo me quedé durmiendo sobre la mesa con la taza de café en la mano, supe esto en cuanto mi madre empezó a darme golpecitos en el hombro mientras que susurraba mi nombre suavemente.

Secretos EscondidosWhere stories live. Discover now