Capítulo 3: La Fiesta.

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La noche había llegado, no había estrellas en el firmamento, solo la luna, la señora de la noche que iluminaba con todo su esplendor. Los árboles se balanceaban suavemente debido a la brisa fresca que abrazaba cada poro de mi piel.

Pese al frío, no se oía ni un solo murmullo a mi alrededor ya que la oscuridad andaba cerca y los animales del bosque se habían escondido resguardándose en sus hogares.

Únicamente estábamos la luna y yo, nadie más o eso creía.

Sin saberlo, había acabado en el cementerio situado a las afueras de la ciudad. La densa niebla tapaba cada una de las lápidas impidiéndome leer las inscripciones.

Poco a poco llegué hasta mi destino, detuve mis pasos y la observé con atención.

Estaba delante de una lápida que decía: Hannah Brown. Una lágrima resbaló por mi mejilla. Aquella era la tumba de mi madre, la persona que me abandonó en este mundo cuando tan solo tenía 3 años, solo era una niña cuando ocurrió todo. Por culpa de ese hecho crecí sin amor, sin cariño, crecí sin todas las cosas que una madre podría haberle dado a su hija.

Me arrodillé y comencé a repasar con la yema de mis dedos su nombre grabado en la lápida. Las letras plateadas brillaban conforme pasaba el dedo sobre estas, quitando el polvo que se había acumulado con el paso de los años. Hacía demasiado tiempo que no pasaba por allí, tanto que apenas recordaba cuándo fue la última vez. Sin darme cuenta, más lágrimas descendieron por mis mejillas. Si ya había comenzado a llorar nadie podría detenerme porque cuando lo hacía me convertía en un mar de lágrimas.

—¿Por qué te fuiste tan pronto, madre? —musité tan bajo que casi no llegué a oírme.

Mis lágrimas se empeñaban en salir de las comisuras de mis ojos, no quería llorar, odiaba hacerlo porque el llanto dejaba a la intemperie mi lado más débil pero irremediablemente estas acabaron deslizándose por mis mejillas.

—¿Por qué? —grité con todas mis fuerzas a la nada, a Dios o a quien estuviera ahí arriba observándome. Necesitaba decírselo, necesitaba que me escuchara porque si no, ¿quién lo haría?

Me costaba respirar, sentía cómo me ahogaba en mi propia pena, necesitaba urgentemente que una corriente de aire frío me revolviera el cabello o simplemente que alguien me clavara un puñal para que por fin pudiera descansar en paz.

Dejar de sentir dolor.

Nadie me echaría de menos, tan solo era una joven de diecisiete años a la que habían dejado sola en un mundo lleno de peligros y de mentiras. Me lo habían arrebatado todo; mi familia, mis sueños, todo, pero lo que más me dolía era que nadie me había explicado lo que era ser feliz, lo que estaba bien y lo que estaba mal.

Solo había conocido la cara oculta de la luna, aquella eclipsada por la oscuridad y el temor.

La tristeza, las lágrimas, el miedo, el terror, el desconcierto, la confusión, la impotencia, la ira, la cobardía... todos estos habían acabado siendo una constante en mi vida.

Pero ¿y la felicidad? ¿Y la alegría? ¿Y el cariño?

¿Dónde se escondían?

Ahora había dado paso en mi interior a la ira, sentía cómo resurgía dentro de mí, cómo anulaba cada atisbo de tristeza que quedaba en mi interior.

—¿Sabes lo que habría dado por tener a mi madre acunándome entre sus brazos? —Alcé la voz, nadie me escucharía pero en ese momento lo único que deseaba era desahogarme, dejarme llevar por la rabia y el dolor—. Cruel destino —murmuré—. Yo la quería y ahora por no tener a una madre están surgiendo sentimientos en mí a los que no estoy preparada para enfrentarme. No sé lo que está bien o lo que está mal, no sé si estoy recorriendo el camino correcto o en cambio estoy rumbo a lo que en un futuro será mi perdición. —Me desplomé en el suelo, ya no me quedaban fuerzas para mantenerme en pie—. Por tu culpa nunca sabré lo que es amar o ser amado, nunca sabré lo que en realidad significa el concepto de felicidad, porque tú, señor destino me la arrebataste, hiciste que perdiera a mi madre y me dejaste junto aquel monstruo. —Respiré hondo, sabía lo que venía continuación, lo supe desde que empecé a hablarle—. ¿Por qué me dejaste vivir? ¿Por qué no me llevaste con ella? —Cerré los ojos intentando no derramar más lágrimas—. Yo nunca quise vivir una vida como esta —sollocé.

Secretos EscondidosWhere stories live. Discover now