Capitulo 32: La Verdad.

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Miedo.

Frío.

Dolor.

Eso era todo lo que sentía.

Estaba escondida entre las sombras, no lograba ver nada, un manto de oscuridad se alzaba frente a mis ojos. Mis piernas temblaban y todo mi cuerpo se sacudía debido al frío que se colaba a través de la ventana. Me pesaban los párpados debido al cansancio, estaba muy cansada,  cansada de fingir que podía contra todo aquello que se me presentaba.

Cansada de buscar respuestas cuando no sabía exactamente qué era lo que quería encontrar.

Cansada de sentir miedo.

De sentirme observada.

De soportar las mentiras, los engaños...

Estaba cansada de luchar.

Por ello cuando conseguí abrir los ojos, no me lancé corriendo hacia la puerta en busca de ayuda como si fuera una posesa. Simplemente me quedé allí, parada, observando la cuerda que apretaba mis manos.

Miré a mí alrededor, a pesar de no ver nada podía hacerme una idea de donde me encontraba, podía tratarse de un sótano o tal vez de una habitación en pésimas condiciones.

Qué sabía yo, a estas alturas tampoco me importaba.

Había tenido esperanza, de verdad que la había tenido pero ya no podía más. Creía ver un atisbo de luz en la oscuridad cuando recibí aquel pergamino en el que la anónima me ofrecía su ayuda, creía que por fin estaba encajando las piezas del puzle, pensaba que por fin había salido de la casilla de salida.

Sin embargo, ahora había vuelto tras mis pasos.

En el momento en el que descubrí que todo había sido una trampa, que me había estado engañando todo este tiempo, comprendí bien la verdad y esta era que no había nada que buscar.

No puedes hallar la verdad si esta no quiere que la encuentres.

En otras palabras, no podía juntar las piezas del puzle que me ayudaban a comprenderlo todo si Cam no quería que las juntara.

Había sido una ilusa pensando que Cam era un chico cualquiera, que ese chico de mirada azabache era como tantos otros, misterioso sí, pero pensaba que solo habría que indagar un poco en su pasado para conocerlo.

Escuché el sonido de una llave tanteando la cerradura, aguanté la respiración, alguien se hallaba al otro lado de la puerta.

Creía que a estas alturas nada más conseguiría sorprenderme.

Y otra vez me equivoqué.

Isabella Jones se hallaba frente a mí con un semblante frío y una sonrisa malvada marcada en su rostro. Esa no era la bibliotecaria que tantas veces me había prestado su ayuda.

—Veo que ya estás despierta. —Me miró de arriba abajo—. La curiosidad mató al gato.

—¿Fuiste tú todo este tiempo? —pregunté estupefacta, no podía creer que fuera ella la que firmaba los pergaminos como "tu asesina".

—Ay Noah, mi dulce Noah —susurró alzándome el mentón—. No tienes ni idea de absolutamente nada.

—¿Por qué? ¿Por qué los pergaminos? —cuestioné mientras que mis ojos se inundaban de lágrimas—. ¿Por qué Vicky?

—Estorbaba —respondió sin más, apreté los dientes, ¡qué clase de respuesta era esa! ¡Había matado a mi mejor amiga!—. No me mires así, incumpliste las normas del juego en el momento en el que decidiste hablar con tu principito y te lo advertí. —Abrí los ojos como platos, hablaba como si no sintiera nada, ni siquiera remordimientos.

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