Capítulo 17: Lo único que quiero es protegerte.

722 60 23
                                    

Me levanté lo más rápido posible y salí corriendo del corro que ahora me miraba con compasión, algunos rostros me observaban con temor y otros incrédulos, creyéndome paranoica por confiar en las supersticiones de un muchacho.

Abandoné la cordura.

Había llegado a un punto de mi vida en donde no sabía qué creer.

Presa del pánico me moví a toda velocidad y me alejé de la fiesta lo máximo que pude.

Me adentré en el frío bosque en busca de una salida.

La tormenta comenzó tal y como había predicho Tom y la lluvia empezó a calarme. Sentía como si el corazón fuera a salírseme del pecho, corría como si me fuera la vida en ello y era cierto, mi vida dependía de mi capacidad para huir antes de que el tiempo se agotara.

La marca me quemaba y hacía vagos intentos por no gritar de dolor porque si lo hacía, aquella criatura sabría dónde me encontraba.

Una parte de mí siempre supo que yo sería la elegida antes de que mi nombre escapara de sus labios, pero no me había atrevido a admitirlo hasta ahora.

Hacía frío y tiritaba, sin embargo eso no me importaba, tenía que salvarme y el tiempo no estaba a mi favor. Corrí como alma que lleva el diablo entre la vegetación, apartando las ramas que se empeñaban en entorpecerme el camino y esquivando los socavones que se formaban en el suelo. La lluvia me empapaba y los relámpagos poblaban el cielo advirtiéndome de que la tormenta se hallaba cerca, mientras que el estruendo de los truenos era un constante indicador de que debía moverme más rápido si quería sobrevivir.

Entre tanto, la luna se hallaba en lo más alto como una mera espectadora.

Llegué hasta tal punto en el que me obligué a apoyar la espalda sobre la corteza de un árbol, inspiré con fuerza tratando de albergar una calma que estaba lejos de alcanzar.

¿Cómo iba a tranquilizarme si la muerte andaba tras mis pasos?

—No te escondas, sé que estás ahí Noah —anunció una voz cantarina—. Sal de tu escondite.

Volví a correr al percatarme de lo clara que había escuchado esa voz, de lo cerca que debía estar aquella criatura. Tenía miedo, mucho miedo, aunque mi peor temor no era el hecho de que me pegaran un tiro o que me cortaran la cabeza, sino que lo que más me aterraba era descubrir qué había después de la muerte.

—Noaaah —canturreó aún más cerca—. Ven a mí.

La ignoré y seguí adentrándome entre los árboles hasta que algo me empujó y caí de bruces contra el suelo.

Cuando alcé la mirada esta se encontró con unos ojos rojos como la sangre.

Grité atemorizada, era una cosa horrible, no sabía cómo describirla. No tenía el aspecto de un ser humano, sí que era cierto que se apoyaba sobre sus dos piernas, sin embargo no era una persona.

Su piel era negra, si a esa cosa que tenía se le podía llamar piel, sus manos albergaban garras, esas mismas que al empujarme me habían rasgado el hombro. Su cara era como una especie de óvalo mal hecho y de esta le sobresalían unas grandes orejas, su rostro estaba adornado con unos ojos completamente rojos sin rastro de la esclerótica, con una nariz puntiaguda y una boca que ahora mismo me sonreía de forma malévola mientras que un líquido escarlata chorreaba de ella.

Era sangre.

Me levanté de un salto y comencé a retroceder cuando su voz me lo impidió.

—¿Crees que otros no lo han intentado? —preguntó observándome socarrón—. No puedes escapar de tu destino.

Secretos EscondidosWhere stories live. Discover now