PRÓLOGO: CHICA EN LLAMAS

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«Jess arréglate ese descuidado tirabuzón que te sobresale por el flequillo. Jess quítate esos pendientes, vas a la oficina, no a Joel's de fiesta. Y por el amor de dios, Jess ¡el pelo siempre recogido! No pueden notar tu nerviosismo o tus puntos débiles jamás»

Cada día era el mismo cuento, la misma historia, aunque hoy iba a ser diferente. O bueno, al menos eso era lo que me repetía con optimismo a mí misma cada mañana antes de arrastrarme reptando fuera de la cama, levantar las persianas hasta el extremo, ese extremo en el cual el pobre plástico no da más de sí, y abrir las ventanas con jovialidad para que entrase luz y aire nuevo.

En realidad, era algo que no solía hacer prácticamente nunca hasta que hace unas semanas, Joanne, una de mis encantadoras compañeras de piso, me insinuó con toda su ordinaria y rudimentaria amabilidad que mi habitación olía a geriátrico y que además parecía un vampiro viviendo siempre en la más absoluta oscuridad ¡ya ves tú! Cómo si a ella le importase lo que hago o dejo de hacer en mi habitación. ¡La muy zorra me confesó que llegó a registrar mi armario por si guardaba bolsas de transfusión de sangre en el cajón de la ropa interior! ¿Os lo creéis? Los buenazos de los hermanos Salvatore han hecho mucho daño en este mundo.

—¿Te espero para la comida? —Preguntó la encantadora voz de Joanne que asomaba su cabeza y su melena castaña por mi habitación escudriñándola con sus escandalosamente bonitos ojos grises que despertaban mi envidia hasta puntos de querer arrancárselos. ¡Hablando del rey de Roma por la puerta asoma! ¿Qué demonios hacía despierta a las ocho de la mañana? ¡Si ésta no trabaja!

Pero soy una blanda y aunque no lo parezca, es mi amiga postiza, así que tendré que evitar responderle con mi abrumadora y experta indiferencia, nunca se sabe cuándo puedo necesitarla para que me haga la colada.

—No, no me esperes —respondí negando con la cabeza y retocando mis labios con el increíble y económico Red Lipstick de Glossanie. Un nombre ridículo para una chica ridículamente aterrorizada —. Hoy tengo la conferencia con Royal D.C. ¿recuerdas? —. «Qué pregunta más idiota hago. ¡Pues claro que no lo recuerda, Jessica, esta chica es tonta perdida!»

—Oh... —«Sí, eso mismo digo yo... ''Oh...''» —¿Y cómo lo llevas? ¿Te has preparado algo? —«Socorro, mi compañera de piso preguntándome sobre asuntos de la empresa. Esta conversación puede acabar muy mal. Que alguien me ayude, ¡he de cortar con esta locura ya!»

—Claro... —sonreí con mis facciones más falsas dejando el tema a un lado y me arreglé el cuello de la camisa que sobresalía de la americana. Me posicioné bien sobre mis zapatos de tacón y caminé con traspiés hacia la puerta de mi habitación donde se apoyaba mi compañera de piso a la cual terminé asestándole un empujón para que se abriese paso, comenzando a dirigirme a la cocina mientras Joanne murmuraba palabras indescifrables siguiéndome por el piso. ¿Qué demonios quería ahora?

—Jess, espera. Hay... —Pero ya era tarde, querida Jo. Había entrado en la cocina y había visto a un chico en calzoncillos. Otro más. Esta escena ya no era sorprendente, puesto que ocurría casi a diario. Y es que resulta que nuestra tercera compañera de piso, María (Mary para sus amigas canadienses), es una española calenturienta y calientabraguetas que se había pasado por el arco del triunfo a media Canadá. Y creedme: no estoy exagerando, aunque me gustaría.

EL KARMA ME ODIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora