CAPÍTULO 7: EL ABRAZO DEL KOALA

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Desperté de pronto alterada e inquieta con el corazón a mil a causa de un gritito procedente de la boca de la maldita Jo. Tras ese estridente sonido una maraña entrecruzada de confusas voces comenzó a escucharse procedentes del salón. Me deshice rápidamente de las mantas y sábanas que me envolvían como a una momia y traté de ponerme en pie, pero no fue una buena idea. El mundo me dio cincuenta mil vueltas en tan solo un par de segundos y di un traspié con el que casi besé el suelo de morros. Capté un olor nauseabundamente desagradable a mi derecha que me quitó las ganas de vivir por completo. Estaba al lado de mi cama, lo observé queriendo negar la realidad, pero ahí estaba, nítida y evidente como un guantazo. Mi cena de ayer estaba en el suelo rodeada de papilla, y posiblemente también lo estaba mi desayuno.

Tranquila Jessica, pensé. Sea quien sea que haya en el salón, no puedes salir dando tanta pena. La habitación era un auténtico desastre, salvo la chaqueta, que estaba pulcramente colocada sobre la silla de mi escritorio, aunque yo no recordaba haberla colocado en aquel lugar. Había vómito esparcido por el suelo, baba y maquillaje en mi almohada y ropa tirada por los rincones.

Tenía que limpiar urgentemente mi cuarto antes de que ese olor quedara impregnado para los próximos setenta y cinco años ¡pero qué dolor de cabeza, qué mareo y qué malestar! Anoche debió ser una noche redonda, porque no me acuerdo de nada después del concierto. Tan solo recuerdo que un DJ tomó el puesto de los dichosos Dirty Boys que tanto habían conseguido engancharme y minutos después la casa invitó a unas cuantas decenas de bebidas a los presentes que se apurasen a alcanzarlas. Yo fui una gran afortunada y pude hacerme con tres vasos de tubo completamente llenos de radiantes bebidas que ni siquiera conocía, así que podéis imaginar cómo acabé y el motivo por el que estoy así. No es de extrañar que no recuerde ni cómo llegué a casa. Pero lo importante es que estoy sana y salva. O eso creo.

Me miré al espejo y me arreglé un poco la melena de león que llevaba, ajustándomela en una coleta baja para estar dispuesta a salir a por el mocho, la lejía y el vinagre con todo el glamur posible. Todavía llevaba el vestido rojo de la noche pasada y las medias negras casi intactas, los zapatos de tacón... bueno, no sabía dónde estaban los zapatos de tacón. Para variar, el vestido rojo parecía mojado por la parte superior de algo que probablemente era mi propia baba de princesa durmiente o vómito, y me estaba dando mucho asco imaginar su procedencia.

Me dirigí dignamente descalza hacia la puerta de salida de mi habitación, que daba al salón y que además era el lugar exacto de donde procedían las voces. ¡Y entonces lo vi hablando con Jo! No, en serio, era frustrante, el mundo no puede odiarme tanto. La mala suerte me persigue en forma de guitarrista cañón con pene. Era Scott, y se encontraba sentado en mi sofá como si del suyo se tratase. Encima estaba conversando tranquilamente con Joanne con su rastrera sonrisa de siempre, esa sonrisa que a veces me gustaría arrancarle con mis zarpas y dejarle las comisuras de la boca como las del Joker. Llevaba la camiseta blanca y los pantalones negros de ayer, sus zapatillas estaban al lado del sofá y la chupa de cuero reposaba sobre el sofá. Mi impresión de escándalo era evidente, por algún inexplicable motivo él había dormido aquí, en mi casa, en mi sofá, en mi territorio marcado como si fuera una gata en celo. Me detuve patidifusa bajo el marco de la puerta de mi habitación mientras ambos giraban el rostro hacia mí y me contemplaban horrorizados y compasivos.

EL KARMA ME ODIAWhere stories live. Discover now