CAPÍTULO 5: DANDO LA NOTA DISONANTE

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Jueves. El calendario que tengo pegado a la puerta de mi armario se ha encargado de recordármelo junto a la irritante alarma del despertador con ritmos reggaetoneros que me ha puesto la cabeza como un bombo de buena mañana. Cómo comprenderéis, así nadie empieza bien el día.

Lo primero en lo que había pensado apoyada en mi almohada y mirando al techo planificando el día como cada mañana, ha sido en Scott, y en si aparecería o no. Mi puesto de trabajo dependía de él, aunque eso él, lógicamente, no lo sabía. De lo contrario jamás se habría replanteado regresar. Así que, dispuesta a levantarme y empezar un nuevo día, me deshice del edredón nórdico, la manta gruesa de lana, la manta intermedia de felpa, la manta fina de tela gruesa y las sábanas, quedando totalmente liberada y estirándome como un potrillo al frotarse la espalda en la hierba mojada. Acto seguido respiré profundo tras observar el drama de cada día. Era el misterio de la vida, nada de la multiplicación del pan y los peces, nada de caminar sobre el agua, nada de curar lisiados. El misterio de la vida es mucho más simple que eso y a todos nos ha ocurrido mil veces: ¿Por qué todas las mañanas nos despertamos con uno de los dos calcetines perdidos y sepultados bajo las mantas? Al parecer mi calcetín derecho tiene complejo fiestero y cada noche sale a tomarse unas cañas al bar de al lado. Después, como es de esperar, llega a casa algo borrachín y no atina ni para meterse de nuevo en el pie, de modo que se queda durmiendo en las inmediaciones de la cama para que a la mañana siguiente tardes todo lo posible en encontrarlo y despertarlo. Todo lo hace a conciencia, los calcetines tienen muy mala baba, lo digo yo que los conozco bien y llevo años analizándolos cuidadosamente.

Tras mis estúpidas y fantasiosas cavilaciones frikis de loca mañanera, me sumergí en la ducha. Posteriormente, me vestí con otra falda y americana algo más oscuras que las del día anterior, aunque los botones de esta americana eran totalmente diferentes, sencillamente ésta no tenía. La camisa era blanca y la llevaba introducida por debajo de la falda con los botones ligera y discretamente despasados sin llegar a lucir escote. Me sequé y planché rápidamente el cabello para recogérmelo formalmente en una cola de caballo como venía siendo habitual. Tras esto, me coloqué los zapatos, taconeé un buen rato sobre el suelo del piso para despertar a alguna de mis compañeras o al maromo que Mary debía tener hoy en su habitación, cogí el portafolios de la estrella bordada en la esquina y salí de casa dispuesta a tener un buen día, aunque sin demasiadas expectativas de tenerlo, en realidad.

Al atravesar las puertas de la agencia me esperaba la misma persona de siempre, Julia. Aunque esta vez traía un semblante en el rostro ligeramente diferente, parecía... ¿feliz? En cuanto me vio, comenzó a caminar hacia mí y ambas nos dirigimos de nuevo hacia el ascensor como ocurría prácticamente cada mañana.

—¿Revisaste todo el papeleo que te entregué? —«Pregunté tratando de descubrir la fórmula de su felicidad. Ésta asintió todavía con la sonrisa en la cara sin mediar palabra» —¿Anoche hubo alguna fiesta patronal y no me enteré? —«Murmuré no muy segura con los ojos entrecerrados, Julia me observó de forma extraña y negó con la cabeza. ¡De pronto se posicionó las gafas sin que yo se lo dijese! ¡Algo muy raro estaba pasando!» —¿Los Estados Unidos han firmado un tratado para finalizar con todas las guerras, vender las armas y fumar la pipa de la paz? —«Pregunté ya sin ideas ocurrentes y temiendo lo peor. Pero ella volvió a negar con la cabeza»

EL KARMA ME ODIAWhere stories live. Discover now