CAPÍTULO 12: LA BOLA DE DESTRUCCIÓN DE MILEY

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Buenos días. Son las 10:23 de la mañana de un día de noviembre especialmente frío en Toronto, Canadá, fuertes nevadas están azotando toda la ciudad y en este mismo instante me encuentro en medio de una reunión con los cargos más altos de Royal D.C. mientras veo como la helada ventisca invade las calles desde los enormes ventanales semi-empañados. Puesto que mi padre se está encargando de dar todos los detalles de la futura campaña de publicidad, yo estoy contemplando cómo habla aburrida y sentada en un costado de la inmensa mesa ejecutiva de cristal en la sala de reuniones. Estaba a la espera de que ocurriese algo novedoso o interesante, pero nada sucedía, la reunión era estúpida y monótona, sin conseguir llegar a conclusiones o acuerdos demasiado razonables. Las ideas que mi padre había sugerido no terminaban de convencer a Julian Thomson, un amargado y vetusto empresario cuya vida estaba cerca de expirar y se esforzaba por amargarle la vida al resto de humanos del mundo.

Todos vosotros os estaréis preguntando cómo quedó ayer mi pequeña reunión con Tetas de Goma o qué fue aquello tan interesante que tenía que contarnos a mí y a Scott. Pues bien, creedme si os digo que habría sido mucho mejor para mí si ese día no me hubiese levantado de la cama. Para empezar, el estúpido y diminuto cerebro de Barbie Malibú se apresuró a pensar (no muy acertadamente) que debido a lo supuestamente bien que habían congeniado Scott y mi padre y a lo estupendamente genial que se llevaban en un sospechoso corto plazo de tiempo, estaba bien invitarle a su cumpleaños.

En resumidas cuentas: todos los invitados que asistirán a la velada (la cual por cierto se llevará a cabo en casa de mi padre) lo harán en pareja a excepción de mí, el señorito Rob Stevens y mi queridísimo y tan adorado Scott (Bueno, y la hermana furcia y fea de Tetas de Goma que además de parecer sacada de Tarzán, también es exhaustivamente gilipollas y me había quitado el sitio al lado de mi padre). Al parecer el mundo entero tiene a alguien de pareja excepto yo, Rob y Scott, el cual, por cierto, pensaba que estaba casado, aunque me equivoqué, la mujer con la que discutió aquel día, esa tal Bianca, no era su esposa ni tampoco su novia. Scott está soltero y sin compromiso, y eso me abre todo un abanico de posibilidades para lo que puedo pedirle a Joanne si quiero putearle como dios manda, porque la inteligencia no es su punto fuerte, ¡pero Jo es guapa a rabiar!

Y nada, a pesar de que recalqué e insistí a Caroline incontables veces (más de las que puedo recordar) que no me molestaría en absoluto sentarme en medio de dos parejas porque me gustaba estar de sujetavelas, no coló. De hecho, se llevó una mano a la mejilla y me dijo mientras me miraba de soslayo: «Hay que ver, qué poco elegante eres, cariño... No has salido a tu padre eh...», como si hubiese soltado un sacrilegio imperdonable que me calificase como Jessica, la rica ordinaria. ¿Acaso si eres rica tienes que ceñirte a las normas de elegancia? ¿Quién inventó esa ley? ¿Isaac Newton o Paris Hilton? Lo siento mucho, pero antes que estar al lado de Scott o Rob, hubiese preferido sentarme al lado de Mateo, el chihuahua de mi padre, el cual por cierto también tenía un sitio reservado en la mesa (Caroline y sus tonterías de ricachona con mucho tiempo libre). Seamos honestos, al menos el perro no me hablaría ni se quejaría y sería mucho más humilde de lo que es Rob.

EL KARMA ME ODIAWhere stories live. Discover now