CAPÍTULO 1: EL CAFÉ DE LA DISCORDIA

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Soy rabia, soy frustración, soy ira. Tengo una conferencia esta misma mañana con un empresario muy importante y me dispongo a marcar tendencia con un conjunto elegante impregnado en café con chocolate por culpa del enorme incompetente que había delante de mí.

—¡¿Qué demonios?! —. «Murmuré entre gritos enrabietada y tratando de levantarme con toda la elegancia posible. El desgarbado ciclista me estaba ofreciendo su mano después de atropellarme por en medio de la acera y tirarme al suelo. Lo gracioso es que realmente pretendía que se la tomase». —Mira, chaval, no sé dónde coño has aprendido a montar en bici, pero es evidente que se te da fatal —. «Añadí levantándome por mi propia cuenta y sacudiéndome la falda que había quedado algo arrugada, polvorienta y por supuesto, mojada. La rodilla me dolía, pero claramente no iba a quejarme delante de él y darle esa satisfacción».

—Disculpa, estaba buscando la dirección con el GPS mientras montaba y ni siquiera me había dado cuenta de que iba a estrellarme contra... —. «¿Contra una persona? Sin duda está capacitado para conducir un coche. ¡No lo quiero ver pasando por un paso de cebra!»

—¡Cállate y aprende a usar el carril bici que está para algo, imbécil! —«solté con evidente enfado interrumpiendo su frase. Levanté la cabeza observando al chico por primera vez. Era asquerosamente atractivo con su pelo castaño oscuro, su tez morena y bronceada, su perfecta mandíbula alineada y gruesa, y sus ojos miel. Era la torpeza personificada y vestida de perfección ¡Qué pecho tan definido parecía tener bajo la camisa! ¡Por no hablar del fornido y grueso brazo que tenía bajo las mangas de la cazadora desabrochada que llevaba! ¡Oh dios Jessica, llevas demasiado tiempo a dos velas! Si no me hubiese rebozado en cafeína quizá no estaría tan histérica con él».

Tras insultarle, la falsa sonrisa de preocupación que mantenía por mí cambió radicalmente por una facción indescriptible que no sabría definir. Parecía haberle sentado mal mi comentario, y evidentemente eso era justo lo que pretendía, muy bien Jessie, punto para ti. Sus ojos, aunque preciosos, parecían cansados, cómo si hubiese dormido poco en las últimas noches.

—Oye, tranquila ¿vale? —«señaló él con un tono ofendido. ¡Pero aquí la ofendida era yo!» —No quiero malos rollos, ya veo que eres un poco susceptible. —«Susceptible yo, encima. Quiero pegarle en su bonita cara con un bate de béisbol y dejarle unos preciosos estampados morados para que se acuerde de mí» —Será mejor que me marche, tengo algo de prisa. Lo siento —. «Repitió por última vez. Se sacudió la chaqueta, cogió su arma asesina de dos ruedas y se largó hacia el final de la avenida sin mediar más palabra. El mal rollo ya lo había sembrado él mismo intentando dividirme en dos con la bicicleta, no yo. Había gente increíblemente torpe y maleducada por el mundo ¿no os parece?»

Mientras tanto aquí estaba yo, en medio de la avenida, plantada cual poste telefónico como una tonta preguntándome qué hacer. ¿Vuelvo a mi casa a cambiarme de ropa y llego increíblemente tarde a la oficina? ¿O doy la conferencia embadurnada en café y dando sensación de guarra a un posible futuro cliente? ¿Impuntual o cerda? ¿Cuál pesa menos en la balanza de las malas impresiones?

EL KARMA ME ODIAOnde histórias criam vida. Descubra agora