CAPÍTULO 19: Y CAYERON LOS MUROS DEL CASTILLO

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Era tarde, mucho más de lo que me habría gustado teniendo en cuenta que trabajaba mañana a primera hora, pero era incapaz de dormir, los flashbacks saltaban a mi cerebro constantemente cuando trataba de conciliar el sueño. No dejaba de pensar en Bianca destrozada contándome lo que ocurría tras la marcha de Scott antes de finalizar la cena.

La llamada a Scott procedía del hospital, su madre llevaba una semana ingresada por un agravamiento de los síntomas de una enfermedad que llevaba años azotándola.

El tratamiento era muy costoso, y Scott era quién había estado trabajando durante todo el tiempo que pudo para pagarlo, en ocasiones por encima de sus propias necesidades.

Lo había subestimado, lo habían infravalorado, lo había incluso maltratado si se podía llamar de alguna forma... él con todos esos problemas por los que preocuparse para sacar adelante a una familia y yo poniéndole trabas por el camino y tratando de hacerle la vida todavía más imposible... ¿Qué he hecho?

Me destapé y eché todas las mantas y el edredón hacia delante sentándome sobre el colchón y me detuve un instante observando en la penumbra de mi solitaria habitación. La luz de las farolas de la calle entraba por la ventana alumbrando levemente el dormitorio de colores artificiales anaranjados y amarillentos que se volvieron casi imperceptibles cuando encendí la lámpara de noche de mi mesita e iluminé todo el cuarto. Estaba nevando en el exterior, los copos caían lentamente y con suavidad, y habían dejado ya un cúmulo blanco y notorio de nieve sobre la cornisa de mi ventana. Fue entonces cuando noté mi rostro empapado en lágrimas, estaba llorando.

¿Cuánto hacía desde la última vez? Me prometí ser fuerte, me prometí ser dura, ser diferente. ¿Pero era esto en lo que quería convertirme? ¿En una mujer sin sentimientos que no duda en barrer a quien sea necesario para satisfacer sus propios beneficios o caprichos? Ese era mi padre, y desde luego no quería ser yo.

Me levanté de la cama entre traspiés y me arrodillé sobre la alfombra de trapillo con tacto áspero que había frente al armario. Abrí el último cajón y me decidí a sacar la caja metálica que jamás habría pensado que volvería a querer abrir.

Allí seguían intactas todas las cartas, los papeles de la denuncia y el juicio, la pulsera de los 3 meses... sus fotos. Jamás se me olvidará esa cara, mucho menos después de aquella noche en la que me prometí a mí misma que nada de aquello volvería a ocurrir, que jamás volvería a ser la chica débil que fui. Pero en el camino me volví un témpano de hielo, un bloque ártico helado como el propio invierno. Jamás quise llegar a convertirme en alguien así, no de esta forma...

Saqué las fotos y cartas que guardé años atrás con la intención de recordar por qué no debía volver a ser como fui una vez, y las esparcí sobre la alfombra deteniéndome a observarlas fijamente. Era tan joven... tan inocente. El tiempo nos cambia demasiado, y los acontecimientos nos dejan cicatrices que en ocasiones jamás llegan a curarse, pero somos personas, estamos sujetos a cambios, y es parte de la vida, los cambios constantes. Pero... ¿Mi antigua yo habría querido convertirse en lo que soy ahora?

Un par de ligeros martilleos sonaron suavemente en la puerta. Dirigí la mirada hacia la entrada de mi dormitorio y traté de recoger las cartas y fotos lo más rápido que pude introduciéndolas de nuevo en la caja y guardándola en el cajón.

—¿Jess? —Era Jo susurrando tras la puerta —¿Estás despierta?

—Sí, pasa... —Respondí tratando de secarme el rostro húmedo y aspirando fuerte con la nariz. La puerta se abrió y ella me observó muy extrañada.

—Iba a por agua cuando he visto la luz encendida por debajo de la puerta... es muy tarde ¿Estás bien? —Preguntó acercándose a mí tras verme arrodillada frente al armario.

—Sí, sí... es solo estrés y cansancio y... bueno —Respondí sonriendo y levantándome del suelo. —Supongo que todo un poco. —Joanne me estaba dirigiendo una mirada de compasión que odiaba con todas mis fuerzas. Era el resultado de no haberme visto nunca soltar una lágrima.

—¿Por qué no lo creo? ¿Jessica Moreau llorando por estrés? —Dijo riendo y cerrando la puerta. Me daba la sensación de que esto iba para largo. —Eres demasiado fuerte como para llorar por eso, te conozco lo suficiente como para saberlo... —Añadió sentándose a mi lado sobre la cama. Quizá era cierto y ella me conocía mejor de lo que pensaba. A pesar de cómo me porto con ella a diario. —Vamos cuéntame Jess... somos amigas ¿no? —«Y en realidad me cuesta creer como mantengo a gente como ella en mi vida todavía».

—No es nada... en serio —Aseguré alzando mis comisuras. Ella observó el suelo sin creerse ni una palabra.

Tras unos minutos reinando el silencio en la habitación parecía que Jo no iba a largarse hasta que no diese señales de lo que me ocurría, así que me animé a hacerle una pregunta un poco comprometida.

—¿Lo sabías? —Le pregunté haciéndola voltearse hacia mí extrañada —¿Sabías lo de Scott y su familia? —Ella observó mi rostro, después el cabecero de la cama pensando qué decir y nuevamente volvió a mirar hacia mí.

—¿Lo de su madre? —Asentí. «Aunque no solo me estaba refiriendo a su madre, también a sus problemas económicos o al hecho de encargarse de un niño pequeño entre los dos siendo tan jóvenes...» —Sí.

—¿Y no me lo dijiste? —Le pregunté algo molesta.

—¿Acaso me preguntaste alguna vez algo personal sobre él? —Me dijo ofuscada. Y tenía toda la razón. —Scott y yo hablamos bastante, soy su asistenta personal, me paso casi todas las horas de trabajo con él, Jess. Es obvio que sé cosas sobre su vida, es inevitable... aunque si te soy sincera, lo sabía porque tuvo una emergencia en el hospital en horario de trabajo. No me lo contó por charlar y pasar un rato agradable conversando... sino para que le cubriese.

—Es horrible... está trabajando con el único fin de pagar un tratamiento para algo que ya sabemos cómo acabará... —Advertí observándola de reojo con mi más sincero pesar en las palabras. Joanne parecía algo molesta.

—Eso no lo sabemos... —Corrigió con tristeza. —Al menos él no piensa lo mismo.

—Bueno... Jo el caso es que... me he portado muy mal con él y... —Mis ojos comenzaban a tornarse vidriosos, podía notarlos. —Yo, no sé qué hacer...

—Jess, lo importante es darse cuenta a tiempo... Scott no es un chico rencoroso, estoy segura de que ya te ha perdonado y...

—¡No es eso, Jo! —Exclamé interrumpiéndola y comenzando a secarme la primera lágrima que volvía a caerme una vez más. Jo estaba confusa sin saber a qué me refería, y creo que era el momento de aclarárselo. —Creo que he hecho algo irreversible. Algo horrible que podría destrozar el trabajo de Scott y complicarle la vida y la de su familia... y ahora no sé cómo arreglarlo.    

    

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EL KARMA ME ODIAKde žijí příběhy. Začni objevovat