Capitulo 5

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 Camila tuvo que salir corriendo del despacho de Poppie para encerrarse en su habitación. Poppie la siguió, pero estaba llorando con tanta angustia que ni siquiera oyó cómo le suplicaba que lo dejase entrar y, a la postre, dejó de aporrear la puerta.

Solo quería despertar de esa pesadilla, volver a preocuparse únicamente de lord Adam Chapman y de sus intenciones, y de la presentación en sociedad que en ese momento parecía tan superflua, ya que quería dedicarse a dar clases…

Era un mar de lágrimas. Y no se despertaba. Esa pesadilla era real.

Poppie le había estado mintiendo toda la vida. ¿Cómo esperaba que creyese cualquier cosa que le dijera en ese momento? Sobre todo algo tan descabellado. ¿Una princesa? Debería hacerle contado la verdad en vez de una mentira tan grande. Sin embrago, sí creía que era un asesino. Había intentado negar esa verdad. ¡Lo había intentado con todas sus fuerzas! Pero Poppie no le contaría algo tan espantoso a menos que fuera cierto. Sin embargo, tenía que haber otro motivo por el que quería llevarla de vuelta a Lubinia. Podría ser tan sencillo como un antiguo compromiso y el hecho de que su futuro marido reclamara a su prometida. Y Poppie debió de cambiar la táctica de repente cuando le demostró el desdén que sentía por su país natal y su espanto ante la idea de casarse  con un compatriota. Pero ¿una princesa? ¡Debería haber supuesto que no se tragaría semejante historia!

--Camila, ábreme la puerta. Le dijo Annette—Te he traído la cena.

Camila clavó la mirada en la puerta antes de acercarse a ella y apoyar la húmeda mejilla contra la madera.

--¿estás sola?

--Claro que sí, ¿por qué no iba a estarlo?

Camila se secó la cara con la manga y abrió la puerta. Después, se alejó hasta el escritorio. Todavía no había guardado la pistola. Se la sacó del bolsillo en ese momento y la guardó en un cajón. Era una tontería que Poppie insistiera en que la llevase consigo a todas horas solo porque sabía cómo usarla.

El bolsillo le seguía pesando. Se le olvidaba que llevaba la figurita que Henry le había regalado… parecía que había pasado una eternidad desde esa tarde. Dejó a la soldadita en el escritorio, junto a la figurita de la muchacha. Henry tenía tanto talento que la figurita de la muchacha se parecía a ella, ataviada con uno de sus vestidos de invierno, pero sin bonete. Henry… Se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas. ¿Volvería a ver a ese niño alguna vez? ¿O Poppie le prohibiría regresar al orfanato?

--¿Habéis discutido?. Preguntó Annette a su espalda mientras dejaba la bandeja en la mesita auxiliar situada situada junto al sofá—Jamás he visto a tu tío tan alterado. Debe de haber sido algo muy grave.

Annette parecía preocupada. Pero Camila se mordió la lengua. No pensaba hablar de esas espantosas revelaciones con nadie. En la vida.

--Ven, también he traído mi cena para que podamos comer juntas. Sostendremos los platos en las manos. Así practicarás para las fiestas a las que asistirás y en las que la anfitriona te dará de comer pero no te proporcionará un asiento.

¿Annette estaba intentando animarla? No habría alguna. Seguramente tendría que abandonar esa casa. No podía quedarse allí sabiendo lo que sabía del pasado de Poppie. Iría en busca de lord Chapman. Si no se equivocaba con sus intenciones, tal vez pudiera alentar su cortejo de modo que fuera muy breve. Sin duda podría inventarse una excusa plausible para no dilatar el asunto.

--Camila, por favor. Háblame. Intercederé entre tu tío y tú para que podamos arreglar este problema. Después os reiréis por lo tontos que habéis sido.

--no creo que pueda volver a reír.

Lo había dicho para sí misma, sin mirar a Annette, que ni siquiera debió de escucharla, pero de repente Camila la escuchó jadear.

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora