Capitulo 19

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 Camila siseó. Había vuelto a enfurecerla. ¿Cómo? Sintió el escozor de las lágrimas. ¡Ay, Dios! Si la capitana le ganaba la partida jugando con sus emociones, intimidándola con su expresión, jamás se lo perdonaría.

--¡Contéstame!

--¡No va a seguir gritándome!—Se puso en pie de un salto, dispuesta a salir corriendo si se acercaba a ella.

Sin embargo, Lauren no se levantó. De hecho, había conseguido que recapacitara. Se echó hacia atrás en su asiento y la observó en silencio un buen rato. A la postre, suspiró y dijo:

--En contra de mi sentido común, voy a decirte una verdad indiscutible. Mientras estés aquí, estás protegida… incluso de mí. Aun así, no es sensato enfurecerme ni provocarme.

 El alivio fue tal que Camila casi se dejó caer en su silla. No, seguramente no debería haberle dicho eso. Porque ella era capaz de controlar todas sus emociones menos la que ella acababa de conjurar y que le resultaba tan desconocida. Si no era necesario que le tuviera miedo, no tendría que estar tan a la defensiva y podría hablar con más libertad. Como hizo en ese momento.

--Vine a este país con la creencia de que era tan primitivo que bien podría estar anclado en la Edad Media. Hoy ha reforzado esa impresión en tres ocasiones--se quejó.

--¿Solo en tres? Puedo superarme.

¿Estaba bromeando? No, era muy posible que no. Camila alzó la barbilla.

--Si quiere la verdad, no creo que se sienta insultada al escucharla. Pero yo no le he dicho que sea tonta, eso se lo ha dicho usted sola. ¿Y por qué lo ha dicho?

--Estabas recurriendo a las artimañas femeninas, suplicando que trajera el rey a tu presencia y apelando a mi compasión porque te deseo. ¿De verdad crees que me tomo tan poco en serio mi trabajo como para desatender mi deber por una cara bonita?

En ese momento se dio cuenta de lo que acababa de decir. Seguía deseándola… ¿aunque pensara lo peor de ella? Cambió de opinión: el miedo no era la única emoción con la que podía destrozar su compostura.

Lo negó al punto.

--Yo no he dicho eso. ¿Es que el rey está tan ocupado que no puede dedicarme unos cuantos minutos? ¿Y si me reconociera? ¿Y si supiera de forma instintiva quién soy? Solo le he pedido que fuera razonable.

--No veo nada razonable en que esté en la misma habitación que Su Majestad… a estas alturas.

--Para que conste, esas artimañas a las que acaba de aludir ni se me habrían pasado por la cabeza. Y teniendo en cuenta sus sospechas, incluso le doy la razón—Suspiró—Debo de estar muy cansada como para haberlo mencionado siquiera. Si no hay postre, tal vez pueda indicarme una habitación en la que pueda dormir. Podemos retomar la discusión mañana.

--Es temprano—comentó Lauren.

--Ha sido un día agotador, no me quedan fuerzas. Tal vez no fuera su intención, pero ese ha sido el resultado.

--No creerás que voy a renunciar a la ventaja de interrogarte cuando estás cansada, ¿verdad?

Camila enarcó una ceja.

--¿El interrogatorio va a durar toda la noche? Muy bien, pero cuando me quede dormida en la silla se habrá acabado. Despiérteme todas las veces que quiera, pero no diré nada más.

La capitana no dio muestras de haber escuchado su amenaza, sino que se limitó a gritar:

--¡Boris! ¿Dónde te has metido?

Medio minuto después, el criado entró a toda prisa con dos cuencos llenos de algo cremoso.

--Lo siento, mi señora. Franz no terminaba de decidirse—Después, susurró--: Creo que quería impresionar a su guapa invitada.

--No es una invitada. Dile que se dejé de tonterías—Lauren le hizo un gesto al criado para que se fuera.

Camila creyó entender que ese último comentario era más para sí misma que para el cocinero. Sin embargo, iba a permitirle comerse el postre en paz. Vainilla, reconoció, y otro sabor que no le resultaba familiar.

--Anís, del sudeste—le explicó Lauren como si le hubiera leído la mente.

Le agradeció el comentario con un gesto de la cabeza.

--Londres recibe una buena cantidad de especias, pero nunca he pasado el tiempo suficiente en la cocina para aprenderme los nombres. Aunque tampoco creo que nuestro cocinero haya experimentado con esta en concreto.

Antes de dejar el cuenco, fue incapaz de resistir el impulso de pasar el dedo por el borde. Se metió el dedo en la boca y se quedó helada al ver que la capitana la observaba, fascinada, lo que estaba haciendo. De inmediato, cogió el paño húmedo que Boris había dejado a su izquierda y se limpió los restos de la crema.

--Por favor, disculpe mi lapso en los buenos modales. Me encantan los dulces—explicó—No me acuse de ninguna otra cosa.

--No iba a hacerlo. Yo hacía lo mismo cuando era pequeña. Ahora solo pido repetir postre. ¿Quieres más?

--No, la comida ha sido copiosa. Pero gracias por el ofrecimiento.

Lauren asintió con la cabeza, incluso sonrió. Volvía a mostrarse amable. ¿Para compensarla por el arrebato de furia? Si quisiera compensarla, preferiría que le contestara algunas preguntas.

--¿Cuántos atentados ha sufrido mi padre exactamente?—quiso saber-- ¿Esta rebelión es algo nuevo o solo una continuación del ataque en el que supuestamente yo debía morir? ¿Está organizada por las mismas personas?

--Tenías razón. Es tarde y ya es hora de que deje el servicio, así que se acabaron las preguntas. ¿De acuerdo?

Camila la miró sin dar crédito. ¿Así sin más? Muy conveniente para la capitana, pero totalmente frustrante para ella. Claro que tampoco le habría contestado, reconoció. Solo había una persona que ejercía el papel de la interrogadora en esa estancia. Lauren no lo había olvidado, aunque ella sí.

Claro que la capitana no había terminado de hablar.

--Aunque aúnes lo bastante temprano como para buscar una distracción—Echó la silla hacia atrás, y después plantó los pies en la mesa y cruzó las piernas a la altura de los tobillos. A continuación, se dio unas palmaditas en el regazo—Ven—le dijo con una sonrisa—Seguro que se te ocurre alguna forma creativa de convencerme para que no te devuelva a la celda esta noche.

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora