Capítulo 44

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—Hoy no obtendremos la confesión que desea, Majestad —dijo Lauren mientras cruzaba la estancia con paso ligero para informar al rey.

Lauren sabía que debería haber esperado a darles las malas noticias, al menos hasta que padre e hija hubieran abandonado la estancia en la que seguían poniéndose al día. Sabía que estaba molestándolos, pero le daba igual. No había previsto lo difícil que le resultaría perder a esa

mujer precisamente cuando había empezado a pensar en mantener una relación permanente con ella.

El día anterior, cuando su madre la miró con expresión esperanzada al pensar que había encontrado a una mujer a quien llevar a casa, a una mujer que no fuera una mera amante, comenzó a pensar en quedarse con Camila. Incluso había pensado en algo que nunca se le había ocurrido siquiera: el matrimonio. Su familia estaría encantada, y ella misma se había sorprendido porque no le disgustaba la idea. Sin embargo, Camila no era la princesa en aquel momento. Un

detalle que había cambiado. No obstante, intentó esperar todo lo posible para darles las noticias.

Le habían contado lo sucedido hacía dos horas. Había esperado ese período de tiempo para que pudieran estar a solas.

En ese momento, era incapaz de apartar la mirada de Camila. Aunque ella desvió la vista en cuanto la pilló mirándola, ella siguió con su informe a Alejandro sin dejar de mirarla fijamente.

—Un hombre escondido en la ladera de la montaña se apoderó del trineo que traía a Helga Engel al palacio. Sorprendió a mi soldado y lo tiró del trineo amenazándolo con un cuchillo, tras lo cual huyó en el trineo con la mujer. Tal vez se dirigiera al pabellón real para encontrarse con Helga Engel y decidió atacar cuando la vio en el trineo que venía al palacio. Mi soldado describió a su

atacante como un hombre menudo y delgado, con la cabeza oculta por una capucha.

Camila dio un respingo al escuchar la breve descripción del atacante. Lauren ya había supuesto que se trataba de Rastibon. ¿Quién si no desearía evitar que Helga Engel llegara al palacio? La reacción de Camila, que parecía indicar que opinaba lo mismo, confirmó sus sospechas.

Sin embargo, Alejandro preguntó:

—¿Has ordenado buscarlos por la ciudad?

—Desde luego, pero el atacante ya lo habrá previsto. Dudo mucho que ese sea su destino. —Y a Camila le preguntó—: ¿Qué interés tendría tu Poppie en rescatar a Helga Engel?

—¿Por qué supones que esa era su intención? Estoy segura de que no lo habría hecho a menos que quisiera obtener algunas respuestas. Pero no veo por qué, salvo que descubriera que yo había ido a verla. Como no le permites verme, a lo mejor ha pensado que Helga podría desvelarle el motivo de mi visita. Pero es imposible que estuviera al tanto de todo a menos que nos siguiera desde la ciudad.

—No nos siguió, pero sí, estaba al tanto.

Camila frunció el ceño.

—¿Cómo?

—Tu joven amigo vino a verte esta misma mañana. Como yo esperaba que lo hiciera, le ordené al soldado que hacía guardia en la puerta que le contara adonde te había llevado antes de echarlo del castillo.

Camila jadeó.

—Esperabas que Henry se pusiera en contacto conmigo de nuevo, ¿verdad? —replicó—. ¡Nos has tendido una trampa!

Lauren se encogió de hombros.

—Merecía la pena intentarlo si así conseguía que tu tutor saliera a la luz.

—¿Quién es Henry? —preguntó Alejandro.

—Un huérfano inglés a quien Poppie y yo le tenemos mucho cariño.

—No deben morir, Lauren —ordenó Alejandro—. Les tiene mucho cariño, sobre todo al hombre que la ha criado. No voy a permitir que mi hija sufra.

—Lo entiendo —dijo Lauren—. Pero necesito respuestas. Ese hombre sabe cosas que nosotros desconocemos.

—¡No es verdad! —exclamó Camila—. Te he dicho que ha venido a buscar las mismas respuestas que tú necesitas. ¿Por qué no puedes colaborar con él?

—Eso es imposible hasta que lo tenga delante —respondió Lauren.

Eso pareció sorprenderla.

—¿Me estás diciendo que estarías dispuesta a colaborar con él?

—¿Me estás diciendo que por el bien de tu padre me ayudarás a entrevistarme con ese hombre?

—¡No si vas a tratarlo como a mí y lo vas a meter en tu calabozo!

Camila jadeó en cuanto pronunció esa última palabra e incluso se cubrió la boca con una mano mientras miraba a su padre con los ojos desorbitados.

Lauren se preparó para sufrir la ira del rey. Había encerrado a la princesa de Lubinia en un calabozo. Era consciente de que habría

acabado confesándolo en algún momento, pero esperaba poder solucionar otros problemas antes

de que lo despidieran. Camila le había advertido de que tenía la intención de cobrarse sus ofensas.

Tal vez se le había olvidado, porque en ese momento parecía muy sorprendida por haber hecho

precisamente eso de forma involuntaria.

Alejandro, que había observado con interés la discusión, miró a Lauren con expresión inescrutable.

—Tal parece que cumpliste con tu deber a rajatabla —dijo el rey.

—Así fue.

Alejandro se volvió hacia su hija, y preguntó con una nota emocionada en la voz:

—¿Sufriste algún daño?

—No, no he sufrido daño alguno, pero sí fue frustrante. Mucho. Y estaba muerta de la vergüenza. Y... en fin, también me asustaba un poco cada vez que ella sacaba su lado más grosero —terminó, indignada.

Alejandro enarcó las cejas rubias, pero miró a Lauren.

—¿Un poco?

—El susto no le duró mucho —contestó Lauren, con los labios apretados—. Es demasiado valerosa

como para que esa táctica funcione. No paraba de discutir todas mis órdenes. Y se mostraba furiosa, decidida a convencerme de que era... quien realmente es.

Alejandro se volvió para tomar la cara de Camila entre las manos. Su rostro reflejó por un instante el orgullo que le había provocado escuchar el relato de sus cualidades de labios de Lauren, pero adoptó una expresión adusta.

—Eres consciente de lo que pensábamos, sabes que era lo único que podíamos pensar debido a la mentira que nos contaron y que dimos por cierta durante tanto tiempo —le dijo el rey a su

hija—. Podrías haber vivido para siempre, lejos de aquí, sin saber quién eras en realidad, y yo nunca habría sabido que seguías viva. Rastibon te ha traído de vuelta. No tenía por qué hacerlo. Por mucho que lo deteste por lo que hizo, sé que en algún momento seré capaz de reunir la generosidad necesaria para darle las gracias por haberte mantenido a salvo todo este tiempo. Te doy mi palabra de que no sufrirá daño alguno. No puedo decir lo mismo de Helga Engel. Su mentira modificó decisiones que habrían sido muy diferentes de haberse sabido la verdad. Fue muy fácil no tomar represalias contra los sospechosos al creer que habían fracasado en su plan, dado que dichas represalias habrían provocado otra guerra civil en aquel momento. Debes entender que Lauren solo hacía su trabajo, un trabajo que realiza de forma brillante. No quiero que le reproches nada de lo que ha hecho, porque yo la autoricé a usar todos los métodos

necesarios para sonsacarte la verdad... la verdad que se ocultaba tras lo que creíamos que era una

suplantación. —Se volvió hacia Lauren y le ordenó—: De ahora en adelante protege a Camila... y

nada más... con toda la profesionalidad del mundo hasta que se te ordene lo contrario.

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora