Capitulo 8

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 El encuentro con los soldados había llegado a su fin, pero no así la ventisca. Tan pronto como el último de ellos desapareció de la vista, oculto por los blancos remolinos de nieve, Camila llevó a Poppie a un aparte y le preguntó:

--¿Por qué has tratado a esa bruta de “Mi señora”?

--Por el simple motivo de adornar un poco el papel de sirviente que interpretaba.

--¿Has sido un alarde o los Naumann existen de verdad y ella los conoce?

--son terratenientes. Contestó Poppie—La familia en cuyas tierras trabajaba la mía, y el primer apellido noble que he recordado.

--¡Ah!. Exclamó Camila, aunque lo que en realidad quería saber era--: ¿El ejército de Lubinia es así de maleducado y bruto?

--Lubinia es un país demasiado pequeño como para mantener un ejército profesional. Sin embargo, la guardia de palacio es bastante numerosa y supongo que habrían tenido que reclutar a más soldados para lidiar con los rebeldes.

--¿¡Esos eran guardias de palacio!?. Exclamó-- ¡Peor mee lo pones! Más bien parecen sacado del siglo pasado o del anterior. ¿Tan atrasado está nuestro país?

--Cuando me marché, no había periódico local en la capital. Admitió Poppie.

Eso decía mucho. Demasiado. ¿Su padre también iba a ser un patán?

Sin embargo, Poppie añadió:

--Camila, encontrarás brutalidad en cualquier unidad militar del mundo. Pero creo que la mayoría de esos guardias de palacio procede del pueblo llano. Son agricultores, gente que no acepta los cambios fácilmente. La mayoría de los lubinios considera que la educación es una pérdida de tiempo, pero debes reflexionar un instante sobre esto. Ni siquiera en Inglaterra existe una educación obligada, y los pobres allí la ven como aquí. Sin embargo, sí que existe refinamiento en algunas de las familias aristócratas lubinias.

--¿No en todas?

La respuesta de Poppie consistió en un rápido movimiento negativo de la cabeza. Sin embargo, le dio algo en lo que pensar. Había comparado a esos soldados con ingleses que habían sido educados como ella, disfrutando de los privilegios de las clases altas londinenses, entre las que abundaban el refinamiento y los buenos modales. Y debía abandonar ese desdén por su tierra natal del que Poppie era el culpable. Cosa que él había admitido haber hecho para que no le dijera a nadie de dónde procedían.

La nevada se detuvo tan rápido como había comenzado, revelando un paisaje maravilloso. Verdes valles a los que no había llegado la nieve, salpicados de granjas y pueblos. Y en la distancia, Camila vislumbró la primera imagen de la capital, que compartía el mismo nombre que el diminuto país montañoso.

Poppie se lo confirmó mientras le pasaba un brazo por los hombros y comentaba con una sonrisa satisfecha:

--Allí está la capital de tu reino, princesa. Estamos en casa.

En casa de Poppie, pensó ella. Porque a Camila no le parecía real y no estaba segura de que alguna vez se lo parecería.

Llegaron a la ciudad justo antes de que anocheciera, demasiado tarde para ir directamente al palacio. Eso fue un alivio para ella, aunque solo fuera un breve retraso. En ese momento, cuando el encuentro con su padre ya era inminente, sus temores regresaron con fuerza.

Consiguieron habitaciones en una posada emplazada a las afueras de la ciudad. Sin contarle toda la verdad, Poppie le explicó a Henry que tendría que separarse de él cuando vivieran en la ciudad. Henry pareció entender que era imperativo mantener el secreto, que podían seguirlo cada vez que entregara mensajes entre Camila y él una vez que ella viviera en el palacio. Poppie lo llevó incluso a un lugar muy concurrido de la ciudad donde podrían encontrarse de forma clandestina sin delatar que se conocían. Henry estaba emocionado con tanta intriga.

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora