Capítulo 39

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El criado que las recibió les informó de que Helga apenas salía de sus aposentos. Camila comprendió el motivo nada más ver la lujosa suite, que contaba con más espacio que una casa normal. Helga parecía encontrarse en su hogar. Acababa de disfrutar de un tardío desayuno. Al

parecer, la doncella que le había llevado la comida se había demorado para charlar con ella.

Ambas estaban riéndose por algo cuando la doncella les abrió la puerta.

Helga se puso en pie y se apartó de la mesa a la que había estado desayunando al ver que tenía

una visita inesperada. Posiblemente ni se le había ocurrido que hubieran ido a verla a ella en concreto. El pabellón era tan grande que no sería difícil perderse en su interior.

Camila esbozó una sonrisa cariñosa. ¡Esa era su madre! ¡Su verdadera madre! Helga llevaba un sencillo vestido mañanero de color verde.

Camila vio que no era muy alta. Era incluso más baja que ella. Tampoco tenía el pelo negro. Era rubia y sus ojos eran de un azul oscuro. Aunque no estaba gorda, su constitución era recia, tal vez fuera de huesos grandes. Alana tenía una

constitución menuda. Y Helga no tenía arrugas. Debió de ser una madre muy jovencita. No aparentaba tener ni cuarenta años.

—¿Helga Engel? —le preguntó Lauren.

Helga asintió con la cabeza mientras lo miraba con recelo.

—¿Han venido a verme?

Lauren sonrió para tranquilizarla y se presentó con toda formalidad como la capitana de la guardia real.

—Sí, de hecho le traigo una maravillosa sorpresa.

Helga se echó a reír y preguntó:

—¿Otro regalo del rey? Es demasiado amable.

Lauren pareció horrorizado.

—¿Alejandro le hace regalos?

Helga sonrió.

—Una vez al año. A veces, dos. —Y al ver que seguía sorprendida, se rió de ella como si fuera una colegiala—. ¡No piense mal! No son regalos ostentosos ni mucho menos, solo simples recuerdos para hacerme saber que no ha olvidado lo que hice por él. Tampoco es que haga falta.

Debería decírselo de mi parte. Esto...

—Hizo un gesto con la mano para abarcar sus aposentos—. Ya me parece demasiado generoso.

La expresión de Helga se tornó triste.   Lauren carraspeó, incómoda, sin duda pensando, al igual que Helga, en el sacrifico que había hecho. Sin embargo, Camila no se sentía triste.

Estaba preparada para la felicidad que les reportaría el encuentro y que tanto había anticipado.

Hizo ademán de adelantarse para comunicarle en persona las noticias, pero Lauren la detuvo poniéndole una mano en un brazo. Ella la miró y frunció el ceño al identificar su pose militar más rígida.

Tal como esperaba, le preguntó a Helga con tono oficial:

—¿No se cree merecedora de su generosidad?

—Yo...

Helga dejó la frase en el aire, nuevamente en guardia.

—¡Ya vale! —exclamó Camila—. No has venido para interrogarla.

—Pero tú sí.

—No, no voy a interrogarla.

—Sí vas a hacerlo. Tienes miles de preguntas. Yo solo le he hecho una.

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora