Capítulo 31

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—¿Mi madre?

Eso fue lo único que consiguió decir Camila, e incluso esas palabras le costaron trabajo. Con los ojos abiertos de par en par, intentó entender lo que estaba pasando, pero fue incapaz. Y Lauren no añadió nada más. Se volvió para mirarla, pero tuvo que dar media vuelta... ¡porque ella se estaba marchando!

—¡Ni se te ocurra! —le gritó a su espalda.

Lauren no se detuvo.

—Tu pelo húmedo nos ha retrasado. Tenemos que darnos prisa si queremos llegar antes de que caiga la noche. Encontrarás una bolsa de viaje en el fondo de mi armario. Mete una muda de ropa para las dos. Volveré en unos minutos con mi caballo. Será mejor que estés lista.

Le habría dicho que se hiciera su equipaje ella sólita, pero apenas había escuchado sus últimas

palabras porque ya estaba cerrando la puerta. Corrió hacia el dormitorio y sacó a toda prisa el grueso vestido de lana que había llevado durante la mayor parte de su viaje a través del

continente, así como unos guantes, varias enaguas, medias abrigadas y sus botas de viaje. Una vez vestida, llenó la bolsa que la capitana le había indicado, pero no perdió tiempo arreglándose el pelo, se limitó a sujetárselo con una cinta y a colocarse el gorro de piel.

Regresó al gabinete con el abrigo más grueso que tenía, y con el abrigo de Lauren, ya que solo tenía puesto el uniforme cuando se marchó. A través de las ventanas laterales vio que no

estaba nevando. Incluso había salido el sol, pero soplaba un viento gélido, de modo que estaba segura de que iban a necesitar los abrigos.

Camila no sabía qué pensar, porque lo que le había dicho Lauren no tenía sentido alguno. En ese momento, con tiempo para pensar antes de que ella regresara, se limitó a dejar la bolsa en el suelo y a quedarse plantada en mitad de la estancia con la mirada perdida. Sin embargo, se puso en guardia en cuanto la puerta se abrió. Lauren no la cerró. Camila vio

el caballo en el patio. El aire era gélido. Le dio el abrigo para poder ponerse el suyo.

Lauren enarcó una ceja mientras se lo ponía.

—¿Te preocupas por mi comodidad? ¿Eso quiere decir que empiezas a sentirte como mi mujer?

Resopló al escucharla.

—Solo quería ahorrar tiempo, ya que has hecho hincapié en que debemos darnos prisa.

Lauren resopló, recogió la bolsa y la tomó del brazo.

—Me gusta más mi interpretación. Pero tenemos que ponernos en marcha.

Solo había preparado un caballo. Después de montar, la levantó de modo que quedó sobre su regazo, sentada de lado y en una posición precaria, por lo que Camila se quejó:

—No puedes llevarme a las montañas así. Los caminos estarán nevados, ¿verdad? No será como el camino que tomamos para la fiesta.

—Razón por la que he ordenado que nos preparen un trineo. Hay un paseíto hasta el lugar donde los guardamos, a las afueras de la ciudad.

—¿Un trineo? ¿Cerrado?

—No, pero la marcha será más rápida y es más seguro.

—Pero pasaremos frío.

—Tú no —le prometió.

No intentó volverse para comprobar si estaba hablando en serio. Tampoco la acribilló a preguntas, más que nada porque tenía que concentrarse en no caerse sin tener que agarrarse a Lauren.

Atravesaron las puertas del palacio y se alejaron de la ciudad, dejando atrás calles limpias de hielo y nieve. Sin embargo, la nieve sí cubría la campiña, incluidos los caminos, y sin duda habría mucha más en las montañas, su destino, de modo que tuvo que admitir que un trineo, diseñado para semejantes trayectos, era la mejor opción... ¡siempre y cuando no se congelara!

Al cabo de unos diez minutos, Lauren la ayudó a subirse al vehículo que las esperaba a las puertas de un almacén. Lo hizo cogiéndola en volandas y dejándola dentro del trineo, ya que estaba muy alto. Ya habían dispuesto a los dos caballos que tirarían del trineo, dos animales altos y fuertes que soportarían las nevadas sin dificultad, o eso suponía ella. Había un asiento acolchado y

muy amplio en la parte posterior, con un pescante alto para el cochero, algo que Lauren también había previsto. La parte delantera del trineo se curvaba hacia arriba para proteger del viento, pero seguía estando abierto a los elementos.

—¿A qué distancia vamos como para que no lleguemos antes de que anochezca? —le preguntó a gritos a Lauren mientras ella ataba las riendas de su caballo a la parte posterior del trineo.

Lauren no tardó en rodear el vehículo, tras lo cual dejó el rifle, la bolsa que ella había preparado y una alforja a sus pies. Camila todavía no se había sentado, ya que se temía que el asiento estuviera mojado de una nevada anterior.

—Lo bastante lejos como para necesitar esto —contestó ella al tiempo que aceptaba las mantas

que le daba uno de los trabajadores del almacén.

Lauren le tiró el montón de mantas. Camila perdió el equilibrio cuando intentó atraparlas y cayó de espaldas en el asiento que tenía detrás. La fulminó con la mirada cuando Lauren se sentó a su lado, aunque no pareció darse cuenta, ya que se puso a recoger las mantas que ella

había dejado caer antes de quitarle la que tenía en las manos y extenderlas sobre las piernas de

ambqs. Camila habría preferido tener su propia manta antes que compartir una con ella, pero como

estaba impaciente por interrogarlo, no se molestó en discutir.

En cuanto el trineo se puso en marcha, se volvió hacia Lauren.

—He tenido una paciencia extraordinaria.

—Cierto —convino ella.Sin apartar la mirada de la espalda del cochero, Camila se inclinó hacia ella y susurró:

—Me dijeron que mi madre, la reina Sinuhe, murió al poco de dar a luz. Todo el mundo se enteró. ¿Era mentira?

—No tienes que susurrar. Pedí este cochero en particular porque es sordo. —Cuando Camila se

apartó de ella, meneó la cabeza—. Debería haberlo mencionado más tarde.

Camila pasó por alto el comentario.

—¿Vas a contestar?

—La primera esposa de Frederick murió, sí, pero no era tu madre. —Le cubrió la boca con un dedo cuando Camila hizo ademán de interrumpirla—. Sabemos quién eres. Tenías razón, tu tutor, Poppie, te raptó. Todo lo que te ha dicho posiblemente sea cierto, incluso el hecho de que sea Rastibon... todo salvo un detalle que él desconocía: que la princesa no estaba durmiendo en el moisés real. La que dormía en él y a quien se llevó esa noche era la hija de Helga Engel, una de las niñeras.

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora