Capítulo 33

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—¿¡Inglesa!? —exclamó Camila—. ¿Cuándo me lo ibas a contar?

—Acabo de hacerlo —contestó Lauren con sorna.

—¡Pero eres medio inglesa!

—No, solo un cuarto. Mi madre es inglesa, aunque si la escuchas hablar en su perfecto lubinio ni se te ocurriría pensarlo.

—Seguro que tú también hablas inglés, ¿verdad?

—A la perfección. —Le cogió la barbilla y se echó a reír cuando Camila le apartó los dedos de un

manotazo—. No podía decírtelo porque eras sospechosa. Pero ya no lo eres.

—¿Eso quiere decir que ya puedes ser sincera conmigo? Pues es demasiado tarde —protestó. Se quedó sentada, muy tiesa y enfadada, durante un minuto antes de que la curiosidad pudiera con ella—. ¿Cómo es posible?

Lauren se echó a reír.

—Supongo que de la forma normal.

—Ya sabes a lo que me refiero.

—Mi abuela inglesa era artista. Pintar era su pasión, pero no estaba satisfecha con su técnica. Un pintor austríaco le sirvió de inspiración, pero no se quedó en Inglaterra el tiempo suficiente para su gusto. Los pintores ingleses que contrataron para enseñarle tenían menos habilidad que ella. De modo que antes de cumplir la mayoría de edad convenció a su madre para ir a Austria a fin de encontrar a su antiguo mentor. Mi bisabuela no puso objeciones. La única condición era que debían regresar a Inglaterra para casarse.

—¿Estaba comprometida?

—Sí, pero se enamoró de un joven mientras estuvo en Austria, un lubinio que estaba terminando sus estudios en el país.

—¿Porque aquí no hay escuelas?

—No las había por aquel entonces. Ahora sí las hay, pero aún no tenemos universidades. Los

aristócratas contrataban a tutores extranjeros o mandaban a sus hijos a otros países para recibir educación. Pero Alejandro mandó construir escuelas para el pueblo llano. Están vacías la mayor parte del tiempo.

—Así que, después de todo, está intentando que el país entre en el siglo XIX.

—¿Sabes lo despectivo que suena ese comentario?

—Acabas de decir que las escuelas están vacías la mayor parte del tiempo, lo que me resulta escandaloso, ya que me encanta dar clase. Da igual. ¿Qué pasó con tu abuela?

—¿Estás segura de que quieres saberlo? No tiene un final feliz.

Debió de ser feliz en algún momento, pensó Camila, si Lauren tenía sangre inglesa.

—Sí.

—Mi abuela sabía que su madre no le permitiría casarse con el joven lubinio, de modo que se casaron en secreto antes de decírselo. Y mi bisabuela no se enfureció sin más, sino que se negó a reconocer el matrimonio porque mi abuela era menor de edad. Su prometido era un conde muy poderoso, y el matrimonio había sido acordado por mi bisabuelo antes de morir. De modo que mi bisabuela se la llevó de vuelta a Inglaterra y la obligó a casarse con el conde.

—¿Sin conseguir primero el divorcio?

—¿Para qué iba a molestarse si no consideraba válido ese matrimonio?

Camila puso los ojos en blanco.

—Tu abuela aún no era mayor de edad, ¿verdad?

Lauren se encogió de hombros.

—Algunos consideran que un compromiso es tan vinculante como el matrimonio en sí. Desde luego, mi bisabuela era de esa opinión.

—¿Y qué pasó después?

—Mi abuela no sabía que ya estaba embarazada. Su segundo marido era consciente de que no era virgen cuando se casó con ella. Sin embargo, la aceptó... porque era muy guapa. Pero empezó a notársele el embarazo muy pronto, tanto que era imposible que el hijo fuera suyo. La echó de su

casa y se divorció de ella. Mi abuela cayó en desgracia. Su madre nunca la habría perdonado de no ser porque se encariñó muchísimo de su nieta, es decir, mi madre, cuando nació.

—¿Tu abuelo lubinio nunca intentó encontrarla?

—Claro que lo intentó. La quería y su familia reconocía el matrimonio. Creían que mi abuela se había escapado de su marido y le insistieron para que fuera a buscarla. Pero, por desgracia, nunca la encontró porque mi bisabuela se cambió de apellido y las trasladó al campo para huir del escándalo.

Camila deseó haberle dicho que no cuando le advirtió que no había un final feliz.

—Nunca volvieron a verse, ¿verdad?

—No. Mi abuela intentó dar con él una vez que su madre murió, ocho años después, pero llegó demasiado tarde. Había muerto el año anterior. Así que se quedó aquí en Lubinia con su familia política para que pudieran conocer a la hija de mi abuelo, aunque un año después regresó a

Londres. Sin embargo, a partir de ese momento y todos los años, traía a mi madre los veranos para visitar a su familia lubinia. Durante una de esas visitas, con dieciséis años, mi madre conoció a mi padre. Al menos, esa historia sí tuvo un final feliz.

—¿Tu madre creció en Inglaterra?

—Sí.

—Pues vas a tener que explicarme cómo has acabado con unos modales tan atroces. Una mujer criada en Inglaterra te habría enseñado mejores maneras.

Lauren la miró con una sonrisa.

—Y lo hizo. Cuando estoy con el rey, me comporto como se espera de sus aristócratas. Cuando estoy con mis hombres, me comporto como esperan que lo hagan. Cuando estoy con una mujer...

—No hace falta que sigas.

—Tu opinión acerca de este país no ha mejorado, ¿verdad? —le preguntó ella con una ceja enarcada.

—Ni creo que lo haga. Me educaron en el país más civilizado del mundo, igual que a tu madre.

—Pues vas a tener que preguntarle a mi madre por qué adora tanto este país. ¿Sabes cómo se formó Lubinia? Unos pastores se asentaron en estas tierras, prosperaron, aumentaron su familia generación tras generación y, a la postre, surgió un líder natural, Gregory Tavoris, que se convirtió

en el primer rey de Lubinia con el apoyo de su pueblo. Pero hombres siempre fueron libres. Nunca hubo siervos que tuvieran que arrastrarse ante un señor feudal, siervos que eran como esclavos... algo que sí ha sucedido en tu país.

Camila se ruborizó por completo, y habría replicado que el panorama actual de Lubinia en comparación con el pasado de Inglaterra no respaldaba su pretensión de que Lubinia era superior que Inglaterra... de no ser por la bala que le rozó la oreja y que la obligó a tirarse al suelo.

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora