Capítulo 36

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Lauren salió, con porte militar y muy seria, para encargarse de la desagradable tarea.

Camila habría preferido acompañarla. No le importaba quedarse con desconocidos, pero se trataba de sus familiares. ¿Serían tan groseros como ella? Su madre no, por supuesto, pero ¿y el resto de la

familia? Lauren había crecido en esa casa, ¿dónde si no habría aprendido semejantes modales?

Sin embargo, Clara Jauregui la tranquilizó al punto con una cálida sonrisa. Su aspecto era el de cualquier dama inglesa con quien Camila podía cruzarse en Londres.

Llevaba el pelo castaño claro 

recogido en un moño, y su vestido color lavanda tenía un estilo muy inglés. Era igual de alta que ella, y tenía los ojos de un café tan penetrantes como los de Lauren, solamente variaba el color, ahí terminaba el parecido entre ellas.

Clara Jaregui la condujo a la sala de estar, donde el fuego estaba encendido. La estancia estaba

tan caldeada que Camila tuvo que quitarse el abrigo, los guantes y el gorro. Los muebles eran de estilo inglés, con mesas y armarios de reluciente madera oscura, y sofás y sillas de respaldo alto tapizadas con brocados. Camila recordó que se encontraba en otro país cuando vio que una pared al completo estaba decorada con un mosaico que conformaba una panorámica aérea de la capital en verano. Su belleza le resultó arrebatadora. Las cortinas de terciopelo adornadas con borlas que cubrían la ventana estaban descorridas. De modo que podía ver el paisaje nevado, con las

escarpadas colinas y las montañas muy cerca.

Un retrato familiar colgaba sobre la repisa de la chimenea. Camila se preguntó si lo habría pintado la abuela de Lauren. Reconoció a Clara sin problemas, y tal vez a una versión más joven de Hendrik. Había dos hombres más, una mujer mucho mayor y una niña morena de ojos averdes y muy guapa. No le cupo la menor duda de que la niña era Lauren, y le resultó raro verla de pequeño.

Camila apartó los ojos del retrato y se sentó, pero nada más ponerse cómoda, Clara le preguntó con franqueza:

—¿Vuestra relación es seria? Me imagino que sí, porque si no, Lolo no te habría traído a casa para que te conociéramos.

Una pregunta muy lógica, sobre todo después de lo que Hendrik había dicho al pillarlas besándose, de modo que Camila logró no ruborizarse. Pero ¿qué le decía a su madre? Lauren no le había dado permiso para hablar libremente.

—No, creo que no nos habríamos detenido de no ser por la ventisca. Me está escoltando hacia un pabellón en la montaña.

—¿El pabellón real? —preguntó Hendrik cuando se acercó a ellas.

Camila parpadeó al escucharlo, pero Clara se rió de su sorpresa.

—No te sorprendas. Los nobles tienen sus casas en las laderas, y sus propiedades se extienden por los fértiles valles. Solo el rey tiene una propiedad tan arriba, pero su uso es meramente recreacional. —La madre de Lauren frunció el ceño antes de continuar—: Perdona mi

franqueza, pero... ¿Alejandro tiene una nueva amante después de todos estos años?

—¡No! —exclamó Camila—. Bueno, no que yo sepa. Ni siquiera conozco al rey.

—Bien. Detestaría pensar que la sedición que corre como la pólvora por el país lo ha obligado a tomar medidas desesperadas para tener un heredero, ya que la reina no es infértil. Yo también tuve muy mala suerte después de que Lauren naciera... hasta hace poco —concluyó con una sonrisa.

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora