Capitulo 16

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 --¿¡Cómo se ha atrevido a encerrarme en este lugar!? No olvidaré esto, capitana.

Lauren seguía furiosa. Y esas palabras avivaron la emoción. ¿De dónde sacaba esa mujer el coraje para hablar con ese tono tan imperioso? Y sin alzar la voz. Hablaba con serenidad aderezada con una capa de hielo. Sin embargo, sus ojos la delataban. No por su expresión, sino por el color. El color marrón oscuro se convertía en un marrón más intenso cuando estaba asustada.

--Has inventando un cuento para engañarme—masculló desde el otro lado de los barrotes—Pero me contarás la verdad dentro de poco.

--No reconocería la verdad ni aunque la tuviera delante de sus narices—replicó en inglés.

Lauren no le dijo que entendía ese idioma, ya que tal vez podía usarlo para hablar consigo misma o decir cosas que no quisiera que ella supiera, de modo que podría convertirse en una herramienta útil. Sin embargo, no podía quedarse. Si seguía luchando contra el deseo y la ira, acabaría haciendo algo de lo que se arrepentiría.

Mientras se marchaba, le dijo:

--Voy a dejar que se me pase el enfado antes de decidir qué voy a hacer contigo. Pero te lo advierto. Esto…--dijo, haciendo un gesto con la mano que abarcaba la celda—no es nada comparado con lo que tendrás que soportar si no empiezas a decir la verdad.

La escuchó jadear antes de que le diera la espalda. En cuanto salió de la celda, la muchacha se había protegido con el vestido, colocándoselo delante a modo de escudo. Sin embargo, estaba tan asustada que no se había dado cuenta de que le estaba ofreciendo una magnífica panorámica de sus torneadas piernas. De modo que había decidido marcharse antes de abrir otra vez la puerta.

Su miedo la ablandaba un poco, lo suficiente como para comprender que verla indignada era en parte el motivo por el que estaba furiosa. La muchacha se encontraba en un buen aprieto. A esas alturas, debía ser consciente de que no se iría de rositas a menos que de verdad fuera inocente. Si le habían mentido de esa forma tan convincente que de verdad creía lo que decía, podía ser más flexible con ella. La pregunta era, ¿cómo descubrirlo?

Y también seguía enfadada consigo misma por haberle permitido distraerla de la obligación de registrarla en cuanto declaró su identidad. Era reglamentario registrar a los hombres en las puertas del palacio. No se hacía lo mismo con las mujeres. Eso cambiaría a partir de ese día.

El deseo era peligroso. Y si no la hubiera besado, no se encontraría tan abrumada por dicha emoción en esos momentos. Sin embargo, había cometido un gran error cuando ella se inclinó para suplicarle un encuentro privado con ese tono de voz tan sensual.

El mes pasado se había visto obligada a lidiar con una viuda de mediana edad que también mantuvo en secreto el asunto que le había llevado a la corte hasta que estuvo delante de ella y confesó que esperaba abrirse camino con su astucia hasta la cama del rey. La mujer incluso se le insinuó y se le ofreció a modo de pago si le organizaba un encuentro con el rey. Lauren no se sintió tentada. La echó sin miramientos. No era la primera mujer que aparecía sin haber investigado previamente a su Majestad. Toda Lubinia sabía que Alejandro había sido muy afortunado al encontrar el amor dos veces, con sus dos reinas, y que no había habido una amante real desde que se casó con su segunda mujer.

De modo que como tenía tan fresca en la mente esa ridícula situación, no era de extrañar que hubiera alguien sucumbiendo tan pronto en la tentación que suponía Camila… o que hubiera esgrimido eso como excusa solo porque era demasiado joven, guapa y muy deseable. ¡Maldita fuera! Lo que quería era actuar de la forma correcta. Lo que quería cuando la llevó a sus aposentos era que fuese el tipo de mujer por el que la había tomado.

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora