Capitulo 9

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 De camino al palacio, atravesaron la avenida principal, que era más ancha que todas las calles adyacentes y que estaba flanqueada por las tiendas y casa de una o dos plantas, pero que ninguna era igual. Las tiendas no parecían tan prósperas ni tan sofisticadas como las de otras ciudades por las que habían pasado, y los hogares no eran tan elegantes ni mucho menos. Pero al menos la capital no era tan primitiva como Camila había esperado.

Al reparar en una de las hogueras que ardían a ambos lados de la calle, en una hondonada excavada en la piedra y rodeada por una cerca metálica, se acordó de la trágica historia de Poppie. Se imaginó el accidente que le había cambiado la vida por completo y que había acabado por afectar a la suya propia.

--Ahora están más vigiladas y no tan cerca del camino. Escuchó decir a Poppie sin reflexión alguna en la voz, ya que se había percatado de lo que estaba mirando—Y antes no había cercas metálicas.

Se echó a llorar por el dolor que Poppie debió de sentir, aunque mantuvo la cara apartada hasta que se quedó sin lágrimas. Así consiguió liberar parte de la tensión… hasta que el carruaje se detuvo. Pero en ese momento, Poppie consiguió mitigar un poco más de tensión al dejar que viera lo nervioso que se sentía.

--¿Parezco… normal?. Le preguntó.

¿No como un asesino?, quería preguntarle en realidad.

--Muy distinguido. Le aseguró con una sonrisa—Como un noble inglés.

--¿Eso quiere decir que llamo demasiado la atención?

--No, nada de eso. ¿No te has dado cuenta mientras atravesábamos Europa de que la moda de estas tierras es muy parecida a la que estamos acostumbrados?

Camila no estaba tranquilizándolo, pero dudaba mucho de que lo consiguiera. Su propio nerviosismo no provenía de una amenaza letal. El de Poppie sí. Estaba asumiendo un tremendo riesgo al acompañarla al palacio, pero había sido incapaz de convencerlo para que no lo hiciera. Sin embargo, detendrían a cualquier hombre que la acompañara como su secuestrador en cuanto se supiera su identidad. Si bien Poppie tenía la intención de marcharse justo antes de que su padre lo recibiera, algo podría salir mal. Camila lo sabía. Y Poppie también. Ojalá hubiera podido hacerlo entrar en razón, pero Poppie se negaba a dejarla sola hasta que fuera absolutamente necesario.

Una larga cola de personas y carruajes se agolpaba a las puertas. Pronto quedó patente que la cola no iba a conseguir entrar en el palacio. La multitud comenzó a dispersarse cuando un guardia comenzó a recorrer la cola.

Al llegar a su carruaje, les dijo con brusquedad:

--Solo funcionarios locales hoy.

--¿Y si no venimos a ver al rey?

--Volved la semana que viene. Todos los funcionarios de rango superior están ocupados esta semana agasajando a una delegación diplomática extranjera.

El guardia no se quedó para responder más preguntas.

Camila se preguntó en voz alta:

--¿Deberíamos confiar en un funcionario local? Porque son los únicos que pueden entrar ahora mismo.

--No, solo en uno de palacio, y solo si es estrictamente necesario, como ya hemos acordado. Le recordó Poppie—Nadie debe saber quién eres hasta que estés a salvo tras esas puertas.

El retraso consiguió calmar a Camila, pero tuvo el efecto contrario en Poppie. De vuelta a la posada, le explicó los riesgos de permanecer en la ciudad más tiempo del que habían previsto. Los antiguos vecinos podrían reconocerlo y recordar que desapareció la misma noche que la princesa. A Camila podrían reconocerla si se parecía a su madre. Sería bueno que fuera así, pero no antes de que se encontrara a salvo entre los muros del palacio.

--De todas formas, te habrías quedado en la ciudad. Le recordó ella.

--Sí, pero no puedo retomar viejos hábitos, mantenerme en las sombras y ataviarme con ropa discreta para no llamar la atención si llevo a mi lado a una hermosa joven. Estaré bien en cuanto tú estés a salvo con tu padre. Hasta entonces, ninguno de los dos está a salvo.

Lo que quería decir que Camila no podía salir de la posada. Sin embargo, Poppie hizo varias incursiones nocturnas en la ciudad, de las que solo le hablaba al regresar para no preocuparla.

En una de ellas, durante la cual comprobó las defensas del palacio, le dijo:

--Las murallas están mucho mejor custodiadas que antes. Podría deberse a los numerosos dignatarios extranjeros, a la amenaza de los rebeldes o una costumbre adoptada hace muchos años, desde que desapareciste.

--Habrías entrado a hurtadillas si no lo estuvieran, ¿verdad?. Lo reprendió.

Poppie no lo negó.

--Nos habría ahorrado mucho tiempo el poder llegar a las habitaciones de Alejandro para hacerle saber que te había traído de vuelta a casa, pero es imposible.  

Otra noche regresó y le dijo:

--He visitado a mi suegro. Me sorprendió se cálida benvenida, dado que he evitado ponerme en contacto con él durante todos estos años. Ha accedido a que Henry se quede con él. Lo llevaré allí la noche previa a que el palacio reabra sus puertas. Será más seguro encontrarme con él allí, en secreto, que verlo en la calle.

Fue una semana muy tranquila para Camila. Poppie le llevó libros para que pudiera leer. Jugaron a los mismos juegos con los que solían entretenerse en Londres. Henry los visitaba para poder proseguir con sus lecciones. El tiempo no pasó lentamente e incluso jugó a su favor, ya que por fin consiguió convencer a Poppie de que acompañarla al palacio era un riesgo innecesario para él.

Aun así, la acompañó hasta las puertas el día posterior a la partida de los diplomáticos extranjeros. Tal vez deberían haber esperado un par de días más. Esa misma mañana, más temprano, había comprobado que la cola era más larga todavía, ya que los asuntos palaciegos se habían demorado una semana entera, de modo que no pusieron rumbo al palacio hasta el mediodía. Ciertamente, la cola había desaparecido a esa hora, y Camila esperaba que todas las personas que habían pasado antes que ella no quisieran ver al rey.

Poppie le colocó una mano sobre las suyas y dijo en voz baja:

--Aquí nos separamos como has sugerido.

El hecho de que Poppie hubiera accedido a su súplica decía mucho de su intensa educación, porque estaba seguro de que era capaz de hacerlo sola y que contaría con la protección de otros en cuanto cruzara esas puertas.

--Intenta conseguir una audiencia con tu padre sin decir quién eres. Prosiguió Poppie—Recuerda mi consejo: no confíes en nadie.

Se estaba repitiendo. ¿De verdad creía que iba a estar tan alterada que se olvidaría de todos sus consejos previos?

--Y si no me permiten verlo sin revelar mi identidad, tengo que buscar a un oficial de alto rango que pueda conseguirme una audiencia privada y en quien pueda confiar. Concluyó en su lugar.

--O sobornar a uno. Tu ridículo está lleno de oro, úsalo como creas conveniente.

Asintió con la cabeza. Separarse de Poppie era muchísimo peor de lo que había esperado. Que era lo más seguro, las emociones la abrumaban. Apenas le salió la voz para preguntar:

--¿Cuándo volveré a verte?

--Nunca estaré lejos. Sí… cuando estés a salvo con tu padre, manda esto a reparar. Le dio un reloj estropeado—Solo hay un relojero en la ciudad. Este reloj me permitiría saber que lo has conseguido. Y si descubro algo que deberías saber, te lo comunicaré a través de Henry. De repente, Poppie la abrazó con fuerza—Estoy muy orgulloso de ti, princesa. Has superado todas mis expectativas. Ármate de valor. Tienes sangre real. Nunca lo olvides. Acto seguido, Poppie se marchó, dejándola sola en el carruaje.

Camila dispuso de unos minutos para llorar por la despedida antes de que el carruaje traspusiera las puertas del palacio… las puertas que la llevaban hacia su futuro.

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora