Capitulo 17

5.4K 319 6
                                    

 Si así trataban a las hijas pródigas, Camila no quería ni pensar en cómo trataban a sus enemigos. De hecho, aprovecharía su condición de princesa el tiempo necesario para poner a Lauren Jauregui en su sitio.

Ya tenía una opinión desfavorable de ese país, pero en ese momento comenzaba a detestarlo. Si no hubiera vidas en juego, se retractaría de sus palabras antes de que la capitana y sus guardias pudieran parpadear siquiera. ¿Cómo se atrevía esa bruta y provinciana a tratarla de ese modo cuando no había hecho nada? En fin, supuso que debería haber entregado sus armas voluntariamente, antes de que ella las descubriera. Eso causaba mala impresión. Pero la había alterado tanto que ni se le había pasado por la cabeza.

El miedo era una sensación desconocida para ella. Poppie la había enseñado a manejarse en situaciones peligrosas, pero no a controlar esa emoción en concreto. Y la espantosa combinación de dicho miedo con la indignación que sentía por la forma en la que la estaban tratando le provocaba una terrible opresión en el pecho.

Mucho se temía que la capitana la había aterrorizado para que así le dijera lo que ella quería oír y no la verdad. ¡Por Dios, no podía permitir que eso sucediera! Muchas vidas dependían de su determinación. Tenía que recuperar la confianza. Necesitaba una emoción más fuerte para superar el miedo. La indignación no basta. Necesitaba enfurecerse de nuevo, comprendió al tiempo que clavaba la vista en la puerta de la celda. Se percató de que los barrotes no estaban demasiado juntos. Un hombre no cabría entre ellos pero a lo mejor ella sí.

Sin embargo, Boris apareció antes de que pudiera poner a prueba su teoría.

--No vas a dispararme, ¿verdad?—le preguntó con sorna el criado desde la puerta.

No hablaba en serio. Debía de saber que ya no iba armada, así que ni se molestó en contestar.

Con una sonrisa, el criado se acercó para darle una lamparita, ya encendida, que coló entre los barrotes y dejó en el suelo de la celda. Camila agradeció el gesto, dado que ya había anochecido y que no entraba la luz alguna por las altas ventanas de la sala exterior. La única luz procedía de las antorchas situadas junto a la puerta del calabozo, bastante cerca de su celda.

Boris refunfuñó algo mientras arrastraba un pesado brasero hasta dejarlo delante de la puerta de su celda. Después de encenderlo, colocó una tapa de forma que el calor entrara de lleno en la celda.

--Si no hubieras enfadado tanto a la capitana, no te habría encerrado—le dijo el criado—y esto podría estar en tu habitación.

¡Era una celda, no una habitación!, quería gritar Camila, pero se mordió la lengua. De hecho, de no ser por la puerta con barrotes podría considerarse una habitación. Era más amplia que el resto de las celdas que había visto, y tenía ciertas comodidades, por lo que seguro se trataba de una celda especial para prisioneros de alto rango o cierta importancia. La cama era estrecha, sin sábanas, pero el colchón era mullido. Lo probó. Había una alfombra ovalada en el suelo, con una mesita auxiliar y la odiosa silla que había dejado donde la capitana la colocó antes de obligarla a sentarse.

Boris parecía esperar que dijera algo en respuesta a su comentario. Era un hombre joven, muy bien afeitado, con pelo castaño rizado un poco más largo de lo habitual. Tenía un brillo curioso en sus ojos azules.

--No esperaba menos de una bruta—replicó.                                        

--Yo no se lo diría a la cara.

--¿Por qué no? Está ciega, es una imbécil y no reconoce la verdad cuando le da en las narices.

Boris se echó a reír y la dejó sola. Una vez que estuvo completamente vestida, consiguió mantener a raya el frío del calabozo dando pasos por la celda. Y agradeció el calor del brasero, pero no durante mucho tiempo.

Las reglas de la pasión - CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora